Hijos amados

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

Cuando presenciamos el milagro del nacimiento de un ser humano, comprendemos que lo más grande que puede recibir esa pequeña persona, es el amor. Amor manifestado en ternura, atención, nutrición, cuidado, paciencia, capacidad de comprender sus necesidades y atenderlas, con el fin de ayudarlo a crecer sano y fuerte para algún día enfrentar la vida con su propia autonomía y libertad, cargado de ese amor que siempre guardará como su mayor seguridad y tesoro.

Hoy celebramos el bautismo de Jesús. Esta celebración nos abre al misterio de nuestro nacimiento como hijos de Dios. Mientras Jesús se bautizaba se abrieron las puertas del cielo y Dios manifestó su Espíritu en forma de paloma y se oyó una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco”.*

Esa frase tiene vigencia para todos nosotros cuando aceptamos ser sus hijos, primero por el bautismo, cuando nuestros padres deciden aceptar esa invitación de Dios y luego en toda la vida, cuando aceptamos su amor y nos dejamos cautivar por lo que nos acerca a Él, su Palabra, los sacramentos, la oración y la vida cotidiana vivida de acuerdo a los principios divinos.

Dios nos ofrece su amor manifestado de la misma manera que lo pueden ofrecer los padres del recién nacido pero a su medida infinita y comprendiendo que lo más grande que tenemos no es nuestro cuerpo físico sino el espiritual, porque nos trasciende esta vida temporal y nos lleva a la plenitud de nuestro ser.

Dice Isaías: “El Señor es mi Dios y mi Salvador: confiaré y no temeré, porque mi fortaleza y mi gloria es el Señor, y él ha tomado por su cuenta mi salvación. Sacaréis agua con gozo de las fuentes del Salvador”.* 

¿Qué tal que un pequeño recién nacido no aceptara los cuidados de sus padres?: no podría sobrevivir. Eso nos sucede a los adultos si no aceptamos los cuidados de nuestro Padre eterno, no podremos sobrevivir a la vida de la gracia. Dice San Juan: “En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe”.*

La esperanza y la vida del creyente se basan en la seguridad de saberse amado por Dios. Con esa confianza podremos trabajar en su proyecto de un Reino en el que contribuyamos a formar una sociedad nueva, donde las personas puedan ser cada día más libres, más responsables, más hermanas y más felices,

El Bautismo nos compromete a vivir desde el amor, compartiendo con alegría y solidaridad, construyendo una sociedad en paz en la que podamos compartir la mesa como hermanos.

Tenemos que confirmar nuestro bautismo cada día, acreditarlo con nuestra vida cotidiana, convirtiéndonos a través del evangelio en portadores de fe, esperanza y amor.

Que nos pongamos a los pies de Jesús para que nos bautice con su Espíritu y nos haga participar de los bienes de su Reino que inauguró desde su presencia en el mundo y nos permita contribuir para que más personas puedan disfrutar de la libertad, el amor y la felicidad que solo Él ofrece.

“Mirar a mi siervo a quien sostengo; mi elegido, a quien prefiero. Sobre él he puesto mi espíritu, para que traiga el derecho a las naciones.”*

*Mc 1, 7-11; Is, 12 ; 1 San Juan 5, 1-9; Is 42.