Desarrollar el potencial

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

Acabo de regresar de la misa de despedida de una amiga de solo 44 años que partió al cielo después de pelear con un cáncer durante 3 años, dejando a su esposo y a 3 hijos pequeños. A pesar de la tristeza de todos por la partida, se respiraba una paz de aceptación, gracias a la fe y a la esperanza en las promesas de Jesucristo, de que ella está en mejor vida.

Los últimos años compartimos muchos momentos de oración y pude ver cómo su alma iba aceptando con fortaleza y paciencia lo que le sucedía y cómo cada día se aferraba más a Jesús y a María, quienes le daban sentido sobrenatural a su existencia. Cuando iba a escribir esta columna, meditando la parábola de los talentos*, pensaba en lo que había sido importante en la vida de mi amiga, y lo que era menos importante.

Respecto a los talentos, pienso que Dios, en su sabiduría infinita ha repartido sus dones y espera que los hagamos fructificar y exige rendimiento de acuerdo a lo recibido. Dios nos regaló muchos dones para desarrollar: físicos, mentales, afectivos, intelectuales y espirituales. Desarrollar los talentos o dones naturales, las habilidades y gustos especiales, genera mucha felicidad y permite que podamos vivir con mayor intensidad y sentido, disfrutando cada instante del proceso. Este desarrollo originará frutos positivos en la familia, en el trabajo, en el estudio, en la sociedad, en la vida de fe, siempre y cuando se realice en armonía con los principios Divinos que rigen a la vida humana.

Es necesario aprender a vivir de la manera más saludable posible, abrirnos al aprendizaje permanente, desarrollar nuestra capacidad de amar y de trascender positivamente en la vida de los demás, todo ordenado al propósito mayor: llegar a Dios. No todas las personas logran desarrollar ampliamente sus talentos y mantienen al mismo tiempo, sus vidas ordenadas hacia Dios. Quienes así lo hacen, cosechan éxitos y gozan de verdadera prosperidad, dejando frutos positivos a las siguientes generaciones.

El Salmo 127 dice: “Dichoso el que teme al Señor y sigue sus caminos, comerá del fruto de su trabajo, será dichoso y le irá bien”. La máxima rentabilidad de los talentos es la vida de santidad. Es permitir que los dones del Espíritu Santo fructifiquen en la vida cotidiana, estos dones son: sabiduría, entendimiento, ciencia, consejo, piedad, fortaleza y temor de Dios.

Es importante que aprovechemos las circunstancias positivas o difíciles para crecer en todas las virtudes humanas y sobrenaturales que nos ayuden a transformar nuestra vida e influir positivamente en la de los demás. Que forjemos hábitos que nos lleven a desarrollar nuestro potencial y a contrarrestar las limitaciones, dificultades, e influencias nocivas que el mundo ofrece, para adquirir alas, crecer muy especialmente en el amor, y todas las virtudes afines como son: la amabilidad, el sentido del humor, la lealtad, la gratitud, la amistad, el respeto mutuo, la generosidad y la solidaridad.

Desarrollemos nuestro potencial recordando siempre que el Señor nos dejó encargados sus bienes, que debemos hacerlos fructificar y nuestra máxima aspiración es que algún día pueda decirnos: “Eres un empleado fiel y servidor, y como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante: pasa al Banquete de tu Señor” * *Mt 25, 14-30