Escuchar y Guardar

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

“Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros series mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa”

(Ex 19, 5-6ª)

En estos tiempos del relativismo, cómo es de difícil que aceptemos algunos mandamientos y guías que fueron dados directamente por Dios, a través de sus profetas y discípulos, que han sido encarnados por su propio Hijo en todas sus palabras y acciones de su vida, muerte y resurrección y que continúan en el mundo a través de la acción del Espíritu Santo, presente y vivo en la Iglesia.

La invitación de Dios a través de Moisés en el libro del Éxodo a quienes deseen ser parte de su pueblo escogido, es a escucharlo y a guardar su alianza. Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios nos dio la máxima prueba de amor: siendo la humanidad aún pecadora, porque no guardaba ni sus palabras ni su alianza, permitió que su Hijo muriera por los hombres para que a través de Él pudiéramos ser reconciliados.*

La tierra en la época de Jesús estaba llena de muchos males que aún permanecen: idolatría, fornicación, adulterio, desenfreno, concupiscencia, robos, guerras y violencia. Con la promesa de que Él estaría con nosotros hasta el fin del mundo, empieza a darse una siembra de buena semilla que va transformando en medio de la cizaña a muchas personas y les va permitiendo experimentar el gozo y la paz de la redención.

“Al ver Jesús a las gentes, se compadecía de ellas porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor”. Y les decía: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies”. “Llamando a los doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia”.*

Participemos activamente en la viña del Señor esparciendo su semilla de amor en medio de las vicisitudes de nuestro tiempo. Sigamos rogando y agradeciendo a Dios por quienes aceptan trabajar en la tarea evangelizadora difícil en medio de un mundo secularizado que se olvida de la trascendencia de la vida y del maravilloso Reino al que nos invita Dios.

Demos gracias a Dios por nuestros sacerdotes, y pidamos por su santidad, porque valoramos sus trabajos, sus renuncias y sus sacrificios, por acercar más almas a vivir y escuchar la Palabra de Dios y hacer presente a Jesús en la Eucaristía, medio por excelencia para reforzar nuestra alianza con Dios.

Escuchar los mandamientos y guardar la alianza implica muchas veces cambios difíciles en nuestras vidas, pero el propio Jesús con su amor nos acompaña y nos da fuerzas y le da sentido sobrenatural a la vida y a la muerte, y son tantas las satisfacciones y alegrías que ofrece, que bien merecen la pena.

María, la madre de Jesús y madre nuestra, es el ejemplo perfecto en escuchar la Palabra de Dios y guardar la Alianza. En el Antiguo Testamento el Arca de la Alianza era donde se daba la presencia de Dios. Al tener a Jesús en su vientre, María se convierte en el Arca de la Nueva Alianza. Por eso acercarnos a María es acercarnos a Jesús, porque ese es su gran papel, llevarnos a Él. Ella nos conduce, con el poder y la fortaleza del Espíritu Santo, a decir: “sí” al proyecto de Dios.

*Rm 5, 6-11; Mt 9, 36-10, 8