Mesías, Hijo de Dios vivo

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

Las lecturas de este domingo se refieren a la realidad más importante del cristianismo: confesar que creemos que Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo*.


En el mundo contemporáneo se quiere presentar a Jesús como un líder más. Se le reconocen atributos especiales pero se le quiere desconocer su característica más importante y la que más afecta nuestras vidas, la de ser el escogido por Dios para llevar al ser humano al cielo, el ungido por el Espíritu Santo para salvar al hombre y acercarlo a Dios, el Verbo que existe por toda la eternidad que se hizo hombre para entrar en medio de nuestra historia y rescatarnos.


San Pedro reconoce la divinidad y la misión salvadora de Jesús y estas verdades le fueron reveladas directamente por Dios Padre, según afirmara el propio Jesús. Esto nos indica que no podemos basarnos solo en la lógica y razonamientos humanos, si queremos abrirnos al misterio de Jesús, sino que debemos pedir la fe en oración con toda humildad a Dios.
Cuando San Pablo tuvo su conversión, proclamaba también que Jesús era el Mesías, Hijo de Dios. En la lectura de hoy nos dice que la generosidad, la sabiduría y el conocimiento de Dios son un abismo insondable que el ser humano no puede expresar con palabras. “! Qué profunda es la riqueza, la sabiduría y la ciencia de Dios!”*


Dios nos invita a participar de su eternidad, nos invita a dejar de ser pasajeros caducos para vivir con plenitud, con la máxima de las esperanzas, ser sus hijos y participar de su gloria. La promesa abarca esta vida, porque la eternidad la empezamos a disfrutar desde aquí y ahora, cuando tenemos nuestra fe y confianza en Cristo Jesús.


No todo es color de rosa, sabemos que tanto San Pedro como San Pablo siguieron a Jesús en el martirio. El comprender la realidad de Jesucristo no nos exonera del sufrimiento, ni de las contradicciones, ni de las persecuciones. Por eso ser cristiano coherente no es nada fácil ni lo ha sido nunca. Hay que marchar contra la corriente, hay que levantar la voz contra las injusticias y las costumbres que alejan al ser humano de Dios y de su Reino y hay que trabajar duro y parejo a favor del amor, la justicia y la paz.


Nuestra Iglesia sigue esta labor titánica de continuar predicando en contra de la corriente a favor de la vida, condenando el aborto e invitando a vivir la castidad y el amor, valorando las relaciones sexuales dentro del matrimonio abierto a los hijos. Invitando a colocar la dignidad humana por encima de todo, desde su concepción hasta la muerte, defendiendo a los débiles, enfermos o necesitados. Protegiendo el matrimonio entre un hombre y una mujer y apoyando a la familia como base y pilar de la sociedad, oponiéndose a lo que la perjudica: el divorcio, el adulterio, la fornicación, la promiscuidad y la pornografía.


Nuestra Iglesia nos invita a no juzgarnos unos a otros, sino que nos acoge a través de la mirada misericordiosa de Jesucristo, quien con su amor y por medio de los sacramentos, quiere conquistarnos y llevarnos de regreso al Padre.
Que Dios nos dé la fe y el valor para seguir a Cristo y reconocerlo como nuestro Mesías, Hijo de Dios vivo, para recuperar la libertad que perdemos por el pecado y ser rescatados y purificados con su Amor.


*(Rom 11,33; Mt 16,13-20)