El buen samaritano

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

La hermosa parábola del buen samaritano nos hacer reflexionar en muchas cosas, la primera, se inicia con la pregunta clave del maestro de la Ley: “¿Maestro, qué debemos hacer para merecer la vida eterna? ”, la respuesta de Jesús: “¿Qué dicen las Escrituras?, para que no se nos olvide que las respuestas las vamos a hallar en su Palabra, “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas, con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”. “Bien dicho, haz esto y tendrás la vida”. (Lc10, 25-37)

“¿Pero quién es mi prójimo?” En la definición de prójimo que sacaría el doctor de la ley por deducción, está el ejemplo y la invitación más importante que nos hace Jesús con su vida. Jesús es el buen samaritano por excelencia. No es ajeno a nuestras circunstancias, se conmueve con el dolor humano, está atento a nuestras necesidades, nos cura de los males ocasionados por los pecados que son la mayor causa del sufrimiento, nos pone aceite y agua, a través de los sacramentos, nos da de comer, entregándose el mismo, y por último nos encomienda unos a otros mientras regresa en su gloria, dándonos antes las herramientas y permaneciendo entre nosotros con su Espíritu.

No basta con servir a los demás, es importante que la razón de ese servicio sea el amor y el interés genuino en el bien de la otra persona. En cualquier vocación o profesión, no es sólo que estemos haciendo lo apropiado sino que estemos atentos a las necesidades de los demás y dispuestos a alterar nuestras agendas para socorrerlos. En la parábola, incluso alguien de una vocación tan especial como el sacerdote, pasa de largo. Así nos puede pasar en cualquier actividad, incluso en las más relacionadas con el servicio. Los médicos, las enfermeras, los maestros, los trabajadores sociales, los servidores públicos, deben concretizar sus servicios en la atención debida y esmerada por los demás, inspirados por el deseo de amar a Dios en el prójimo.

En la vida cotidiana de familia, también se hace necesario aprender a ser “prójimos” de los demás. Estar atentos unos de otros, expresar el afecto, estar en continua superación y fortalecimiento de valores, aceptar los defectos de los demás y perseverar en el esfuerzo por superar los propios. Perdonarnos mutuamente. Ofrecer un ambiente de estabilidad, sana convivencia y medio eficaz para la educación en el amor.

En el trabajo, también es necesario aprender a ser “prójimos” de los demás. Facilitarnos unos a otros los retos que enfrentamos. Fortalecer el trabajo en equipo. Esmerarnos para prestarnos un buen servicio internamente y a los clientes. Proponernos metas que nos hagan crecer en virtudes en el ejercicio diario de nuestra profesión.

En la vida en sociedad, ser “prójimos”, es estar atentos a las realidades físicas, mentales, espirituales propias y de los demás y contribuir con nuestro dinero, tiempo y esfuerzo, en lo que consideremos valioso para la vida de todos.

Aceptemos el reto que nos plantea el Señor en esta parábola: “Anda, haz tu lo mismo”. Que nos dejemos curar nuestras heridas por el buen samaritano por excelencia, para luego estar dispuestos a sanar las de los demás. Que seamos capaces de ver, comprender y actuar frente al dolor ajeno.