La Libertad del Espíritu

Autor: Judith Araújo de Paniza

 

 

“Para vivir en libertad, Cristo nos ha liberado. Por tanto, manteneos firmes, y no os sometáis de nuevo al yugo de la esclavitud” ((Gal5, 1)

Lo que nos hace verdaderamente humanos es la libertad, no sólo la libertad de poder tomar nuestras propias decisiones, movilizarnos libremente, pensar y expresarnos sin temores, sino aún más importante la libertad del espíritu. Sólo si nos apoyamos en la roca de Cristo, podremos conquistar esa libertad.

La libertad del espíritu es la libertad que tiene el hombre o la mujer que optan por el bien, la verdad y el amor. Ese bien, verdad y amor que Jesucristo personificó y que con su gracia y espíritu pudiéramos conquistar también.

San Pablo en sus cartas a los Gálatas nos da la clave de la diferencia entre vivir la libertad del espíritu o la esclavitud de la carne. Las obras de la carne son la fornicación, la deshonestidad, la lujuria, el culto a los ídolos, las hechicerías, las enemistades, los pleitos, los celos, los enojos, las rińas, los resentimientos, las disensiones, las herejías, las envidias, las embriagueses, las glotonerías y cosas semejantes. Por el contrario los frutos del espíritu son caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, fidelidad, modestia, continencia, castidad.

Si contamos sólo con nuestras tendencias naturales pronto nos veremos atrapados en nuestras propias limitaciones, apegos e instintos. Por el contrario si nos apoyamos en Jesucristo con la ayuda de su gracia podremos crecer en virtudes que nos permitan enfrentarnos con amor, conocimiento, y lucidez a las vicisitudes de la vida.

Crecer en las virtudes de la prudencia, fortaleza, templanza y justicia, y todos los valores que se desprenden de éstas, nos llevará a gobernarnos más a nosotros mismos, lo que nos permitirá ser más libres. Estas son la base para luego crecer en las virtudes sobrenaturales de la fe, la esperanza y la caridad que son las que nos ofrecerán verdaderas alas a la libertad, porque ya no habrá temor alguno ni a la muerte, ni al sufrimiento, ni a la enfermedad, ni habrá nada que nos aparte de la búsqueda del bien, la verdad y el amor.

Si nuestras vidas dependen de ideologías, personas, objetos, riquezas, posesiones, vicios, perdemos nuestra libertad. Si por el contrario están ordenadas al amor infinito de Dios, nuestra libertad se expande. La libertad del espíritu en vez de encerrarnos en nosotros mismos nos proyecta con amor hacia los demás, nos permite crear lazos fuertes en las relaciones humanas, perseverar en los retos que nos proponemos en la vida, y conquistar una vida limpia centrada en el bien. La libertad del espíritu pone de presente nuestra interdependencia mutua y nos lleva a respetar la libertad y el bien de los demás.

La historia de la humanidad atestigua las desgracias y opresiones nacidas del corazón del hombre a consecuencia de un mal uso de la libertad. La libertad del espíritu se hace difícil en el mundo por la permisividad de las costumbres que creen estar favoreciendo la libertad humana, cuando por el contrario dificultan la madurez de la persona que está íntimamente relacionada con la dignidad moral y espiritual.

Somos libres para escoger nuestros actos, más no lo somos para escoger las consecuencias que se producen por la ley de causa y efecto. Jesús nos dio la clave para nuestra libertad del espíritu, encerrando toda la ley en el precepto:”Ama a Dios sobre todas las cosas y ama a tu prójimo como a ti mismo”.