Evangelio - Historia y Reflexión...

Los dos ciegos. Mateo 9,27-31

Autor: Padre Marcelo Rivas Sánchez 

Web del Padre

 

 

Muestra, Señor, tu poder y ven a nosotros, para que nos protejas y nos salves de los peligros que nos amenazan a causa de nuestros pecados. Tu que vives y reinas…

Isaías 29,17-24

Salmo 26 El Señor es mi luz y mi salvación.

Mateo 9,27-31  “Cuando Jesús se iba de allí, al pasar le siguieron dos ciegos gritando: Ten piedad de nosotros, Hijo de David Y al llegar a casa, se le acercaron los ciegos, y Jesús les dice: ¿Creéis que puedo hacer eso? Le contestaron: Sí, Señor. Entonces les tocó los ojos diciendo: Hágase en ustedes según su fe. Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: Que nadie lo sepa Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca”

            La fe necesaria

¿Creen que lo puedo hacer?

Entonces que suceda como piensan

Eso es el adviento: tiempo de fe y de transformación.

Libertad y justicia.

Esperanza y gozo en el Señor.

Se hace necesario una fe robusta

¿Cómo nace la fe?

Los enfermos saben que Jesús los puede curar.

Se acercan a él y por eso lo gritan.

Saben responder a la pregunta: ¿Qué quiere que haga yo por ti?

Esa fe es condición esencial para que se haga realidad el milagro.

Donde Jesús no encuentra fe no podía obrar

Esa fe era reconocerlo como mesías.

Despertaba más fe la curación que ellos no podían callar.

La fe libera

La forma natural de la acción de Jesús son los milagros.

En cada milagro estaba un Dios liberador y sanador.

Fuente de vida y esperanza – salvación para el hombre.

Esa fe hace que el creyente salga de sí mismo y se comunique con Dios.

Por la fe Dios cura nuestra ceguera y ese embotamiento espiritual.

Pero hace falta abrirnos al regalo-don de Dios

De ahí que estrenemos nuevos ojos

Esa fe hay que pedirla y cuidarla.

Hambre de Dios

Ese deseo se hace necesario para que aumente la fe de cada uno.

Es el hambre de amor, de perdón, de humildad.

Si supiéramos que Dios está aquí: pasaríamos más horas delante del Santísimo, vendríamos más  a misa, seríamos más cristianos y más humanos.

Aumenta nuestra fe, Jesús…

Somos débiles y muchas veces nos sentimos abandonados.

Nos cuesta reconocer tu presencia siempre cercana…

Fortalece nuestra fe para animar nuestra esperanza.

El salmista canta "Junto al Señor nada temo, porque El está conmigo"

Ayúdanos a confiar como él, en Ti, por siempre.

Que así sea                                                    Marcelo A. Murúa