Evangelio - Historia y Reflexión...

Jesús se muestra tal es. Lucas 9,28-36 

Autor: Padre Marcelo Rivas Sánchez 

Web del Padre

 

 

 

“Jesús acompañado por Pedro, Santiago y Juan subió a la montaña a orar. Mientras lo hacía su rostro cambió de aspecto y sus vestidos se hicieron muy blancos. Aparecieron conversando con él Moisés y Elías… los discípulos se despertaron y vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él… Salio una nube y de ella una voz: “Este es mi Hijo, mi escogido, escúchenlo” Ellos no dijeron nada de lo que habían visto”

Suben la montaña…

A orar, es decir, a encontrarse con la verdad de Dios. Eso es orar. 
A descubrir las condiciones del que sigue a Cristo: sin triunfalismos, con miedo, pero con decisión de hacer la voluntad del Padre. 
Para poder ver la Gloria de Jesús como Hijo amado del Padre en la línea de la resurrección. 
Además, para poder mirar, con libertad, a todos los hombres por igual. 
Todo esto, implica, al bajar, valorar la grandeza de la Santa Misa como lugar donde se transforma Jesús en sacrificio, pan y salvación.


Un poco de luz 

Un Señor trabajaba en el arreglo de su vehículo y estaba oscureciendo. No había con que iluminar y comenzó a buscar con el tacto, un utensilio en la maletera del carro y no la encontraba a pesar de que había rebuscado lo suficiente. En un momento se produjo un relámpago lejano en el cielo que iluminó y de inmediato pudo encontrar la herramienta que estaba buscando.

Pienso que ese día, a los discípulos, les pasó lo mismo. Vieron, con claridad, la gloria de Jesús. A nosotros nos sucede lo mismo. Necesitamos esa luz de la oración, de la meditación y de manera especial, del silencio para poder encontrarnos con el Dios de la verdad y de la salvación. En nosotros es muy común buscar y buscar y sentirnos desanimados de no poderlo alcanzar. Recordemos a Diógenes buscando a plena luz del día a un hombre y a la persona que tenía mucho tiempo buscando la llave de su casa y a la pregunta del amigo. ¿Pero fue aquí donde la perdió? No supo responder. Jamás la encontraría porque estaba buscándola donde no la había perdido. 

Permanecer en la montaña para:

· No olvidar que el cristianismo no es apariencia, sino autenticidad.

· Ver el tiempo como de Dios. No podemos casarle pues él siempre cumple.

· Permitir que Dios entre en nosotros. Si no lo hace es por nuestra culpa.

· Vivir en la humildad para que Dios nos llene de esperanza.

· Estar, siempre, preocupados por los demás.

· Orar constantemente como lugar de encuentro y tranquilidad de espera.


Dios nunca prometió días sin dolor, vida sin llanto, o eternidad sin tiniebla.
Pero El si prometió en cambio fuerzas para cada día,
consuelo para las lágrimas, y luz para el camino.