Evangelio - Historia y Reflexión...

Mision de los setenta y dos discipulos. Lucas 10,1-12 

Autor: Padre Marcelo Rivas Sánchez 

Web del Padre 

 

 

“Después de esto, el Señor eligió a otros setenta y dos discípulos y los envió de dos, en dos delante de él, a todas las ciudades y lugares adonde debía ir. Les dijo: "La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha. Vayan, pero sepan que los envío como corderos en medio de lobos. No lleven monedero, ni bolsón, ni sandalias, ni se detengan a visitar a conocidos. Al entrar en cualquier casa, bendíganla antes diciendo: La paz sea en esta casa. Si en ella vive un hombre de paz, recibirá la paz que ustedes le traen; de lo contrario, la bendición volverá a ustedes. Mientras se queden en esa casa, coman y beban lo que les ofrezcan, porque el obrero merece su salario. No vayan de casa en casa. Cuando entren en una ciudad y sean  bien recibidos, coman lo que les sirvan,  sanen a los enfermos y digan a su gente: El Reino de Dios ha venido a ustedes. Pero si entran en una ciudad y no quieren recibirles, vayan a sus plazas y digan: Nos sacudimos y les dejamos hasta el polvo de su ciudad que se ha pegado a nuestros pies. Con todo, sépanlo bien: el Reino de Dios ha venido a ustedes. Yo les aseguro que, en el día del juicio, Sodoma será tratada con menos rigor que esa ciudad”

Todos misioneros…

Entre esas ruinas está

Un día la fábrica se vino abajo y se convirtió en sepultura de un buen número de obreros. Comenzaron las tareas de rescate. Brigadas de salvamento se sucedían con pico y pala en la labor de desescombrar, en busca de posibles vidas humanas que salvar de la muerte. Entre la multitud de curiosos que rodeaban el lugar se encontraba un joven robusto y bien plantado, que contemplaba distraído el espectáculo. Miraba a los trabajadores con cierta curiosidad y sin mayor preocupación, hasta que en un determinado momento sintió que alguien le tocaba el hombro y le advertía:

¡Oye, entre las ruinas está tu hermano!

Ya no escuchó más. Dio un salto, rompió el cordón de seguridad y se abalanzó sobre un pico para unirse a los que combatían por recuperar vidas. En su cabeza ya sólo había una idea, mientras se agotaba en el esfuerzo: ¡Ahí está mi hermano!

 

Hay bajo el sol un momento para todo, y un tiempo para hacer cada cosa;

Tempo para nacer y tiempo para morir;

Tiempo para plantar y tiempo para arrancar lo plantado;

Tiempo para matar y tiempo curar;

Tiempo para demoler y tiempo para edificar;

Tiempo para llorar y tiempo para reír;

Tiempo para gemir y tiempo para bailar;

Tiempo para lanzar piedras y tiempo para recogerlas;

Tiempo para los abrazos y tiempo para retenerse a ellos;

Tiempo para buscar y tiempo para perder;

Tiempo para conservar y tiempo para tirar fuera;

Tiempo para rasgar y tiempo para coser;

Tiempo para callarse y tiempo para hablar;

Tiempo para amar y tiempo para odiar;

Tiempo para la guerra y tiempo para la Paz ;

Al final ¿Que provechos saca uno de su afán?