Evangelio - Historia y Reflexión...

Tomó la decisión de ir a Jerusalén Lucas 9,51-56

Autor: Padre Marcelo Rivas Sánchez 

Web del Padre

 

 

San Francisco de Borja, presbítero

Job 3:1-3, 11-17, 20-23 El hombre no es justo frente a Dios

Salmo 87 Señor, presta oídos a mi clamor

Lucas 9:51-56 Tomó la decisión de ir a Jerusalén “Sucedió que como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén,  y envió mensajeros delante de sí, que fueron y entraron en un pueblo de samaritanos para prepararle posada; pero no le recibieron porque tenía intención de ir a Jerusalén. Al verlo sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo y los consuma? Pero volviéndose, les reprendió; y se fueron a otro pueblo”

Hablemos de Job

Un hombre de muy buen comportamiento, que se apartaba del mal y temía mucho ofender a Dios. Tenía siete hijos y tres hijas. Era inmensamente rico. Tenía 7,000 ovejas, 3,000 camellos, 500 pares de bueyes, 500 asnas, y muchísimos obreros. Era el más rico de toda la región.

“Job se levantó, rasgó sus vestiduras en señal de tristeza; se rapó la cabeza en señal de duelo y exclamó: "Desnudo salí del vientre de mi madre. Sin nada volveré al sepulcro. Dios me lo dio, Dios me lo quitó. Bendito sea Dios"

Luego Dios le concedió a Job el doble de bienes de los que antes había tenido. Vinieron todos sus familiares cercanos y lejanos y cada uno le trajo un regalo y una barra de plata, y un anillo de oro y celebraron un gran banquete en su honor. Y Dios bendijo otra vez a Job y le concedió 14,000 ovejas, 6,000 camellos, 1,000 pares de bueyes, y 1,000 asnas. Se casó de nuevo y tuvo siete hijos y tres hijas. Y sus hijas fueron las mujeres más bellas de su tiempo. Y Dios le concedió a Job una larga vida. Vivió hasta los 140 años. Y conoció a los nietos, a los biznietos y a los tataranietos. Y murió en feliz ancianidad y lleno de alegría y paz.

Subida a Jerusalén

 

SAN FRANCISCO DE BORJA (1510-1572)

Vientos y Tempestades de la Vida

Un escritor ingles, del siglo pasado, cuenta en una de sus obras que en la playa cerca de su casa, una cosa muy interesante podía ser vista con frecuencia: Un navío lanzando su ancla en el mar enfurecido. Difícilmente existe una cosa más interesante o sugestiva que esa. El navío danza sobre las olas. Parece estar bajo el poder y a la merced de ellas. El viento y el agua se combinan para hacer del navío su juguete. Parece que va a haber destrucción; pues si el casco del navío fuera lanzado sobre las rocas,  será despedazado. Pero observamos que el navío mantiene su posición. Aunque a primera vista pareciese un juguetito desamparado a merced de los elementos, el navío no es vencido.

¿Cuál es el secreto de la seguridad de este navío? ¿Cómo puede resistir las fuerzas de la naturaleza con tanta tranquilidad? Existe seguridad para el navío en medio de la tempestad porque él está anclado. La cuerda a la cual él está amarrado no depende de las aguas, ni de cualquier otra cosa que fluctúe dentro de ellas. Ella las atraviesa y está fijada al fondo sólido del mar.

No importa cuan fuerte el viento sople o cuan altas sean las olas del mar...

Su seguridad depende del ancla que está inmóvil en el fondo del océano.

Muchas veces nos sentimos en el medio de una tormenta, siendo tirados por las olas de la vida para arriba y para abajo y azotados por el viento de la adversidad.

Nos parece, algunas veces, que no conseguiremos sobrevivir a determinados períodos de nuestras vidas.

Sin una vida espiritual, nuestra vida es como un navío sacudido por el mar enfurecido por las circunstancias incontrolables de la vida. Mas, confiando en Dios, experimentamos su presencia y amor como el ancla de nuestra vida. Nos sentimos esperanzados. Esa esperanza mantiene segura y firme nuestra vida,                            así como el ancla mantiene seguro el barco.