Evangelio - Historia y Reflexión...

¿De quién es el reino de los cielos? Mateo 19, 13-15

Autor: Padre Marcelo Rivas Sánchez 

Web del Padre

 

 

San Juan Eudes, presbítero.

Por intercesión de la santísima Virgen María, llena de gracia, cuya gloriosa memoria estamos celebrando, haz, Señor, que también nosotros podamos participar de los dones de tu amor.  Por nuestro Señor Jesucristo.  Amén.

Ezequiel (18, 1-10. 13. 30-32) juzgar según las obras

Salmo 50  Crea en mí, Señor,  un corazón puro.

Mateo 19, 13-15 ¿De quién es el reino de los cielos? “En aquel tiempo, le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase por ellos. Los discípulos regañaron a la gente; pero  Jesús les dijo: “Dejen a los niños y no les impidan que se acerquen a mí, porque de los que son como ellos es el Reino de los cielos”. Después les impuso las manos y continuó su camino”

San Juan Eudes, presbítero

Que nadie sea obstáculo

Cuando los niños dicen ¡Oh!

En el camino que el pequeño Joseph recorría para ir al colegio había una tienda de juguetes. Cada vez que pasaba se quedaba fascinado al contemplar un osito de peluche que había en el escaparate. En su rostro asomaba el asombro al contemplar la belleza del muñeco: ¡Oh!

El último día antes de las vacaciones de Navidad, cuando volvía del colegio, se detuvo a mirar. Su asombro diario se tornó en conmoción: ¡Ooh! Apenado marchó a su casa.

Pero el asombro se convirtió en emoción gozosa cuando el 25 de diciembre se encaminó con ilusión de niño hacia el árbol de Navidad, y descubrió que el regalo que le esperaba era el osito: ¡Oooh! A partir de aquel momento era su osito.

Han pasado los años y muchas cosas. Joseph ha crecido. Viste de blanco y se llama Benedicto XVI.

 

Acoge Jesús a los niños

·         Los bendice

·         No les aparta.

·         Que quienes son como niños irán a él y entrarán en el reino de los cielos.

 

Son muchos los que…

CARTA DE UN HIJO A TODOS LOS PADRES DEL MUNDO

No me grites. Te respeto menos cuando lo haces. Y me enseñas a gritar a mí también y yo no quiero hacerlo.

Trátame con amabilidad y cordialidad igual que a tus amigos. Que seamos familia, no significa que no podamos ser amigos.

Si hago algo malo, no me preguntes por qué lo hice. A veces, ni yo mismo lo sé.

No digas mentiras delante de mí, ni me pidas que las diga por ti (aunque sea para sacarte de un apuro). Haces que pierda la fe en lo que dices y me siento mal.

Cuando te equivoques en algo, admítelo. Mejorará mi opinión de ti y me enseñarás a admitir también mis errores.

No me compares con nadie, especialmente con mis hermanos.

Déjame valerme por mí mismo. Si tú lo haces todo por mí, yo no podré aprender.

No me des siempre órdenes. Si en vez de ordenarme hacer algo, me lo pidieras, lo haría más rápido y más a gusto.

No cambies de opinión tan a menudo sobre lo que debo hacer. Decide y mantén esa posición.

Cumple las promesas, buenas o malas. Si me prometes un premio, dámelo, pero también si es un castigo.

Trata de comprenderme y ayudarme. Cuando te cuente un problema no me digas: “eso no tiene importancia…” porque para mí sí la tiene.

No me digas que haga algo que tú no haces.

Yo aprenderé y haré siempre lo que tú hagas, aunque no me lo digas. Pero nunca haré lo que tú digas y no hagas.

No me des todo lo que te pido. A veces, sólo pido para ver cuánto puedo recibir.

Quiéreme y dímelo. A mí me gusta oírtelo decir, aunque tú no creas necesario decírmelo.

Oración  después de la Comunión

Habiendo recibido el sacramento celestial, te pedimos, Señor, que cuantos hemos celebrado con veneración, la memoria de la santísima Virgen María, merezcamos participar del banquete eterno.