Evangelio - Historia y Reflexión...

Dando un fuerte grito, expiró Marcos 14,1-15,47

Autor: Padre Marcelo Rivas Sánchez 

Web del Padre

 

 

Dios todopoderoso y eterno, tú quisiste que nuestro Salvador se hiciese hombre y muriese en la cruz, para mostrar al género humano el ejemplo de una vida sumisa a tu voluntad; concédenos que las enseñanzas de su pasión nos sirvan de testimonio y que un día participemos en su gloriosa resurrección.  Por nuestro Señor Jesucristo… Amén.

Isaías 50,4-7 No me escondí ante los ultrajes.

Salomo 21 Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?

Filipenses 2,6-11 Se rebajó, por eso Dios lo levantó sobre todo.

Marcos 14,1-15,47 Dando un fuerte grito, expiró (Se lee el evangelio a tres voces)

JESUCRISTO EXPRESA EL AMOR DE LA NUEVA ALIANZA

Los hechos…

La procesión de hoy…

·         Todos necesitamos caminar para una mejor salud, para hacer los encargos del día y para llegar donde está Dios (con todo respeto para los paralíticos)

·         Es caminando comos e construye la propia historia para que otros la sigan.

·         Ayer un pueblo entristecido y engañado. Hoy, nosotros, dentro de una gran gama de supersticiones y de falsa religión.

Nosotros buscamos algo. ¿Pero qué buscamos?

·         Un Dios que nos haga todo y nosotros lo recibamos todo.

·         Un Dios vengador hacia todo lo malo. Defensor.

·         Hoy entra a la ciudad es un siervo que se humilla hasta la muerte.

·         Un Jesús obediente a la voluntad de Dios que lo mandó a salvar.

·         Olvidando que él vino a liberarnos. Del pecado. Es único liberador.

¿Por qué nos cuesta aceptar a Jesús?

Un día de palmeras

Dios quiere esas palmeras

·         Fuertes de raíces profundas que soporten el peso de la cruz y de la lucha.

·         No las débiles. Lloriconas y babiecas que se desmoronan con el mismísimo roce de pequeñas preocupaciones.

·         Palmeras que sepan ofrecer lo mejor ante la crisis y salir adelante.

·         No palmeras del quejo cotidiano porque no pueden o nadie les ayuda. 

 

Mucho cuidado con…

Cristo es modelo de humanidad en la justicia y la misericordia

Jesús realmente salva

¿A dónde vas, Señor?

·         A Roma a morir otra vez.

·         Es la traducción de “Quo Vadis”

Hoy en día está muriendo místicamente en:

·         En Irak en ese gran conflicto armado.

·         En los países de oriente. Sudán, Nigeria, Indonesia, en la India, y en Pakistán a causa del terrorismo y los fanatismos religiosos.

·         Muere en Chechenia, Colombia, Burundi, Congo, en Ruanda y en Uganda por la guerrilla, los odios, raciales y la violencia.

·         Muere de hambre en tantas partes del África.

·         Muere en las miles y miles de mujeres de todo el mundo.

·         Pero muere en los niños Fadduol y los miles de venezolanos (100.000 en estos siete años)

 

Pero hay otra muerte mayor

  

 (Isaías 50,4-7; Filipenses 2,6-11; Marcos 14,1-15,47)

¿Con Pedro o con Judas?

El Domingo de Ramos es la única ocasión, en todo el año, en que se escucha por entero el relato evangélico de la Pasión. Lo que más impresiona, leyendo la pasión según Marcos, es la relevancia que se da a la traición de Pedro. Primero es anunciada por Jesús en la última cena; después se describe en todo su humillante desarrollo.

Esta insistencia es significativa, porque Marcos era una especie de secretario de Pedro y escribió su Evangelio uniendo los recuerdos y las informaciones que le llegaban precisamente de él. Fue por lo tanto el propio Pedro quien divulgó la historia de su traición. Hizo una especie de confesión pública. En el gozo del perdón encontrado, a Pedro no le importó nada su buen nombre y su reputación como cabeza de los apóstoles. Quiso que ninguno de los que, a continuación, cayeran como él, desesperasen del perdón.

Es necesario leer la historia de la negación de Pedro paralelamente a la de la traición de Judas. También ésta es preanunciada por Cristo en el cenáculo, después consumada en el Huerto de los Olivos. De Pedro se lee que Jesús se volvió y «le miró» (Lc 22,61); con Judas hizo más aún: le besó. Pero el resultado fue bien distinto. Pedro, «saliendo fuera, rompió a llorar amargamente»; Judas, saliendo fuera, fue a ahorcarse.

Estas dos historias no están cerradas; prosiguen, nos afectan de cerca. ¡Cuántas veces tenemos que decir que hemos hecho como Pedro! Nos hemos visto en la situación de dar testimonio de nuestras convicciones cristianas y hemos preferido mimetizarnos para no correr peligros, para no exponernos. Hemos dicho, con los hechos o con nuestro silencio: «¡No conozco a ese Jesús de quien habláis!».

Igualmente la historia de Judas, pensándolo bien, en absoluto nos es ajena. El padre Primo Mazzolari tuvo una predicación famosa un Viernes Santo sobre «nuestro hermano Judas», haciendo ver cómo cada uno de nosotros habría podido estar en su lugar. Judas vendió a Jesús por treinta denarios, ¿y quién puede decir que no le ha traicionado a veces hasta por mucho menos? Traiciones, cierto, menos trágicas que la suya, pero agravadas por el hecho de que nosotros sabemos, mejor que Judas, quién era Jesús.

Precisamente porque las dos historias nos afectan de cerca, debemos ver qué marca la diferencia entre una y otra: por qué las dos historias, de Pedro y de Judas, acaban de modo tan distinto. Pedro tuvo remordimiento de lo que había hecho, pero Judas también tuvo remordimiento, tanto que gritó: «¡He traicionado sangre inocente!», y devolvió los treinta denarios. ¿Dónde está entonces la diferencia? Sólo en una cosa: Pedro tuvo confianza en la misericordia de Cristo, ¡Judas no!

En el Calvario, de nuevo, ocurre lo mismo. Los dos ladrones han pecado igualmente y están manchados de crímenes. Pero uno maldice, insulta y muere desesperado; el otro grita: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu reino», y se Le oye responder: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).

Vivir la Pascua significa vivir una experiencia personal de la misericordia de Dios en Cristo. Una vez un niño, al que se le había relatado la historia de Judas, dijo con el candor y la sabiduría de los niños: «Judas se equivocó de árbol para ahorcarse: eligió una higuera». «¿Y qué debería haber elegido?», le preguntó sorprendida la catequista. «¡Debía colgarse del cuello de Jesús!». Tenía razón: si se hubiera colgado del cuello de Jesús, para pedirle perdón, hoy sería honrado como lo es San Pedro.

Conocemos el antiguo «precepto» de la Iglesia: «Confesarse una vez al año y comulgar al menos en Pascua». Más que una obligación, es un don, un ofrecimiento: es ahí donde se nos ofrece la ocasión de «colgarnos del cuello» de Jesús.