El libro de Dios

Autor: Manuela González Aguilera

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Un día, en el interior de una vasija de barro, encontré un Libro. Era de lo más original e increíble, algo que el ojo humano jamás vio.

El Libro estaba en Blanco; sin embargo, a medida que lo abría iban apareciendo las letras. Contenía historias tan fascinantes que jamás el hombre había escuchado ni conocía. Era un Libro vivo, según iba pasando las hojas encontraba en Él aventuras apasionantes, sorprendentes, verdaderas.

Un día, al pasar una de las hojas me encontré con una historia de Amor.
Una niña se sentía inmersa en una profunda tristeza y soledad; se había perdido en la selva, completamente sola, lloraba desconsoladamente cada noche, pidiendo un deseo, lo que ella más añoraba y necesitaba, "una madre". 

La selva era un planeta perdido en el Universo, como un grano de arena en la playa, que no se movía por sí sólo. Esta selva tenía su Dueño, y los lamentos de esta niña llegaron hasta Él.

Decidió enviarle lo que tanto ella deseaba, "una madre", pero en "realidad", era uno de sus mensajeros. A este mensajero le dio un saco roto para que las cosas de mucho peso las echara dentro, así desaparecerían y sería ligero de equipaje. Además en su mano le puso una espada invisible para que pudiera abrir camino por la selva donde tenía que pasar para rescatar a la niña.

El mensajero, cuando vio a la niña, se quedó prendado de ella y a la niña le ocurrió algo parecido, y es que además del saco roto y la espada le dio también un corazón de Amor. Los dos, la niña y el mensajero, gracias a esos regalos que les hizo el Dueño de la selva, podían caminar abriéndose paso entre la maleza.

Pronto se dieron cuenta los dos que no era fácil ese camino. A veces había tantos matojos y enredos que tenían que retroceder lo andado y buscar otras salidas. Las dificultades no eran pocas, y empezó a aumentar cuando las plantas tomaron vida y se pusieron como de acuerdo entre ellas y al paso de los dos le cantaban la misma canción.

"De aquí es muy difícil salir, no sabéis por donde vais". Algunas se burlaban con ironía haciéndoles aún más dificultoso el camino.

Los dos se miraron uno al otro y se dieron cuenta que en la selva se encontraban solos; tan solo una pequeña flor llamada Mara era su aliada.

Ante tanta espesura y dificultades, se detuvieron en medio del camino, era agotador y no podían más. La niña tenía que dar pasos por ella misma y las fuerzas le faltaban; el mensajero ante tanta presión recibida y después de un largo camino contra corriente, luchando con las únicas armas que le había dado el Dueño de la selva, se rindió, estaba, agotado y necesitaba descansar para reponerse.

Mientras descansaba, mantuvo un serio diálogo con la niña, le decía: "el camino, como ves, no es nada fácil, y no hay nada a nuestro favor, entre todos nos pueden devorar, pues hay plantas carnívoras, así que si tú quieres salir de aquí, no te puedes soltar de la mano, necesito todo de ti, pues no se trata de que yo me adentre en tu mundo sino que tú te adentres en el mío, no podrás convertirme tú en ti, sino que tú te transformaras en Mi, dame tu vida, todo lo que tengas, que si me la das vivirás y te salvaras, pero si la guardas para ti te perderás" 

La niña contestó: "Donde quiera que tú vayas iré yo, tu pueblo será mi pueblo, tu Dios será mi Dios y donde tu mueras allí moriré.

Hay muchas historias vivas en este tesoro encontrado dentro de la vasija de barro, El Libro de Dios, ya las iré contando a medidas que pase las páginas y aparezcan las letras; esta historia es fascinante e increíble, pero real.