Entusiasta bienvenida

Autor: Manolo J. Campa

 


Mi casa es el oasis al que ansío llegar. Es mi refugio donde reposo y descanso. Invariablemente regreso a ella cansado y hambriento, en busca de comida y afecto. Al poner la llave en la cerradura renace en mi el entusiasmo. Recupero los bríos perdidos en los trajines del mundo al anticipar los reconfortantes efectos de las muestras de cariño de los miembros de mi familia.

Mi llegada, efectivamente, conmociona el ambiente hogareño. Produce una serie de acciones y "reacciones" que se repiten, día a día, cada vez que aparezco en escena: Mi esposa, apresuradamente sale a mi encuentro con la actitud y determinación del atleta de fútbol que defiende su portería. Con cariñosa firmeza me impide el paso a la cocina, zona de mi hogar donde soy "persona non grata". En las ocasiones que por sorpresa he logrado entrar, destapo las cazuelas para ver lo que el olfato me anticipa que tiene buen sabor. Si el bloqueo me ha impedido comprobar lo que se está cocinando, la envuelvo en una mirada llena de cariño y le pregunto amoroso, con afectación de galán de novela de televisión: ¿Qué vamos a comer hoy, vida de mi vida, amor de mis amores? 

Oída la respuesta, entonces, le doy el beso que forma parte de mi ritual de entrada. Si el plato es aceptable le doy una palmadita en la espalda. Si se trata de "ropa vieja", o "quimbombó con bolas de plátanos", la palmadita demostrativa de aprobación es un poco más abajo... allí donde se felicitan a nalgadas los mastodontes que juegan fútbol americano cuando han hecho un "touchdown".

Dando marcha atrás en las ideas, vuelvo al ritual que se repite, cada día, cuando llego a mi casa: Los nietos, "entusiasmados" por mi llegada, se separan del televisor y me van dando la "bienvenida". El chiquitín que, desobedeciendo las órdenes de la abuela, está acostado en el suelo a unas pulgadas del aparato, se levanta con la lentitud de un anciano. Sin apartar la vista de la pantalla, me da un beso en la mejilla. Haciendo una mueca porque le hicieron cosquillas los pelos de mi barba, se deja caer de nuevo frente al televisor, como si fuese un boxeador al que le han dado el golpe que lo lanza a la lona para perder la pelea por "nocao".

Una de mis nietas mayores tiene unos ojos grises muy bonitos. Es muy dulce. Apenas habla... conmigo. Por teléfono, con sus amistades, es muy comunicativa. Cuando llego la encuentro "profundamente" concentrada en su tarea escolar... acostada en el suelo, escribiendo con jeroglífica caligrafía, mientras pone a prueba el aguante de sus tímpanos oyendo a todo volumen a un infeliz que canta dando alaridos de mártir al que le están arrancando la piel. Al verme, deja los libros a un lado para salir a mi encuentro... pero no sale... se ha quedado petrificada oyendo los chillidos estereofónicos que salen por el equipo que compré ilusionado para oír música "modulada".

Ya instalado dentro de las acogedoras paredes de mi hogar, buscando relajarme, sentirme bien... trato de entrar al baño y la puerta está cerrada. Desde dentro, la voz cariñosa de mi hija, la mamá del nieto "noqueado" frente al televisor, me saluda y me advierte que tengo que esperar, un ratito, porque acaba de empezar a darse "blower" en el pelo. La experiencia de esposo, padre y abuelo, me dice que el tiempo dedicado al cuidado del pelo y el maquillaje requiere concentración y paciencia por lo que la pausa catalogada como un ratito será un "ratón". 

Al salir al patio para ver la belleza de la primavera y comprobar el progreso de los mangos en flor, la gata de mi vecino, esperando los pedacitos de queso que acostumbro a darle, interesadamente alegre viene a saludarme. Acaricia mis piernas con el roce de su cuerpo maullando suavemente, dejando parte de su pelambre en mis pantalones. Al responder a sus caricias, acariciándola, voy olvidando el cansancio, el hambre y los deseos de ir al baño que me afligían.

EN SERIO:

"Si desea que sus sueños se hagan realidad -¡No se quede dormido!" La comodidad es el arma más efectiva que usa el demonio para hacernos olvidar nuestra decisión de vivir para hacer el bien. El acomodamiento acaba con la voluntad, el tesón, los anhelos... la musculatura espiritual que al igual que los músculos del atleta crecen con el esfuerzo y el sacrificio.

Lo más peligroso de la comodidad es que se presenta siempre con credenciales de justificación. Después de un duro día de trabajo nos merecemos un buen descanso. Es verdad, puede ser así... pero cuidado porque el ocio, nunca justificado, nos puede llevar a ser infecundos, sentados o dormidos entre las paredes de nuestro domicilio, localizado en un mundo que pide a gritos que no descansen los justos porque la acción de los faltos de valores está destruyéndolo.

Lo admirable de los hombres y mujeres que llegan a la meta, en los deportes o en otras empresas, no es que sean incansables... ejemplar es que la determinación y el coraje les permita continuar y llegar a pesar de la fatiga, la debilidad, el dolor y el cansancio.

De un autor desconocido son estos versos que en rima presentan los efectos de:

EL OCIO Y EL TRABAJO

Había en una cuadra dos arados, 
En un día comprados;
De condiciones tales,
Que en tamaño y valor eran iguales.

El uno ocioso estaba,
Que alzado y de reserva se tenía;
Su hierro se oxidaba,
La madera, a la sombra, enmohecía.

El otro que hacendoso
Se afanaba labrando llano y sierra,
Se veía lustroso,
Lustroso por el roce de la tierra.

Un día, el labrador que con su hijo
Recorría la casa de alto a bajo,
Mirando a los arados: Ve-le dijo-,
Ve lo que hacen el ocio y el trabajo.