¡Viva la diferencia!

Autor: Manolo J. Campa

 

 

   Mi esposa y yo somos diferentes.  ¡Muy diferentes!  Sus habilidades no son las mías.  Mis aptitudes no las tiene ella.  Mis modos y los suyos son desiguales.  Esos contrastes     –utilizando una frase de mitin político- “nos mantienen unidos en la lucha”.  Y como los franceses exclamo con júbilo:  Viva la diferencia”

   Para mi mujer la puntualidad consiste en llegar antes de la hora señalada.  Cuando vamos a una boda llegamos cuando los floristas están adornando el templo.  Si el evento es un concierto en el centro de la ciudad, nos apeamos del “people’s mover” junto a los músicos vestidos de etiqueta.  Y si vamos al circo nos confunden con los payasos, trapecistas, jinetes y malabaristas que llegan al mismo tiempo que nosotros para prepararse para la función.   

   Los ingleses son famosos por llegar a sus citas a la hora convenida.  Ni un minuto antes ni un minuto después.  Mi mujer es más puntual que la Reina de Inglaterra.  Al igual que los bebitos sietemesinos siempre aparece antes de tiempo.  Para mí la hora de llegar depende del acontecimiento.  Soy puntual con prudencial retraso.  La experiencia me ha enseñado que las novias llegan -porque lo consideran elegante- treinta minutos después de la hora indicada.  Los espectáculos musicales nunca comienzan a la hora señalada.  Se atrasan porque la soprano está vocalizando dándole entonación a la frase “mi mamá me mima”... o el virtuoso del violín está terminando un crucigrama para relajarse antes de salir a enfrentar al público escoltado por el director de la orquesta.   

   Las personas que están “a régimen” para bajar de peso, hacen mal en llegar al circo muy temprano.  Por encima del tufo típico de los animales amaestrados, el olor a rositas de maíz, a algodón de azúcar y a otras golosinas, abren el apetito con fuerza irresistible.  He notado que los mártires de la buena figura y el colesterol bajo, por lo general padecen de mal genio.  El buen apetito mal atendido avinagra el carácter, sobre todo el de las esposas.  Sobre las mujeres y las dietas, el gran filósofo chino Confucio, dijo, hablando en español como el chinito del puesto de frutas de mi barrio en La Habana:  “Mujel goldita, casa bendita.  Mujel flaquita, pielde lisita”.   

   Cuando mi esposa me sugiere que tome una foto de toda la familia y me apresuro a dar cumplimiento a la orden, encuentro más oposición que la que recibe, en un país democrático, un gobernante sin mayoría en el Congreso.  La gente menuda no quiere dejar sus juegos y me ignora.  Y cuando, al fin, ya estamos formando el grupo, la pariente regordeta se esconde detrás de alguien porque no quiere dejar constancia de que está “muy gruesa”.   

   Mi esposa es amante de los recuerdos gráficos pero pocas veces aparece en ellos por estar siempre hablando, fuera de cámara, con alguien conocido o que está conociendo.  Su delirio es compartir sus experiencias de madre y abuela de prole numerosa.  A propósito:  Hace unas semanas unos de mis nietos recibió por primera vez la Eucaristía.  Lucía de lo más elegante vestido de blanco de pies a cabeza para su Primera Comunión.  Fui designado para tomar las fotos de tan solemne momento... pero el sacerdote pidió con amabilidad que no se tomasen fotos hasta después de terminada la ceremonia... y no las tomé.  Lamentablemente, unos pocos –y pocas- parientes con su ejemplo, al centellar sus “flashes”, les dieron a los niños una demostración “adulta” de respeto y obediencia.   

   De las diferencias, entre mi mujer y yo, a que me refiero al principio, suelo señalar:  La manera de utilizar el tubo de pasta dental.  Ella lo aprieta por dondequiera, por el centro, cerca de la tapa, por la parte más gruesa... en unas pocas usadas el tubo toma la forma trenzada del rabo de un cerdo.  Yo, lo voy presionando, disciplinadamente, con arte, de abajo hacia arriba, cuidando dejarle la elegancia de un tubo “en forma”. 

   Detesto ir al médico.  Me siento bien y cuando me siento mal, doy una caminata, duermo una siesta y me despierto mejor.  Mi consorte tiene una lista de médicos para resolver cualquier padecimiento.  Lee libros y folletos sobre medicina.  Yo leo los muñequitos y los deportes.  Cuando me siento frente al televisor para disfrutar de un juego de béisbol... al despertarme con la esperanza de que mi equipo esté ganando, me “bestializo” al encontrarme, en el canal favorito de ella, ante una truculenta operación quirúrgica.  Sobrecogido observo un corazón latiendo en las manos ensangrentadas de un cirujano vestido de azul pálido, con una redecilla de sirvienta de cafetería en la cabeza y una careta plástica de policía antimotines protegiéndole la cara. 

   Los títulos de los médicos especialistas debieran modificarse para, con claridad, dejarnos saber a los legos que parte del cuerpo humano curan.  Así:  Oculista, no nos informa que la especialidad de ese determinado galeno son las enfermedades de los ojos...  Más apropiado sería llamarle “ojista” y dejar el rótulo de oculista para indicar la especialización del médico que trata los padecimientos en otra región anatómica.

 

EN SERIO:  

   Soplan vientos cambiantes –bueno, siempre soplaron- pero la vida ha de obedecer a unas líneas de conducta y de firmeza moral y de ideas.  Nadie puede vivir en la inseguridad, que es a lo que lleva la irreflexión y el capricho.  Seguir cada día normas de vida distintas, es moverse en el terreno arenoso que decía Jesús. 

   “El asno camina con paso firme; sin embargo, los potrillos corren de aquí para allá”.  ¿Dónde nos colocamos nosotros?  Caminamos con paso resuelto y firme en la vida, como el asno o más bien vacilamos de aquí para allá con la indecisión retozona e informal del potro. 

   El andar del burro es menos elegante, pero más firme.  La inconstancia es más vana... no ofrece  ni confianza ni fe.  Lo vacilante, lo inestable, lo frívolo, lo que hoy es y mañana no es, no garantiza ni la vida moral, ni la vida social, ni la vida religiosa.  “El hombre necesita firmeza y seguridad en la mente y en el corazón”.  ¡Toda de la que sea capaz y se le ofrezca!