Viente de Mayo en la Ermita

Autor: Manolo J. Campa

 


Era Veinte de Mayo, cansado y triste regresé a casa. El cansancio lo pude dejar en la ducha... la tristeza no. Aquella tarde sentía dolor de exiliado: añoraba mi patria. Los años de ausencia, la separación, la distancia y el dolor allá encerrado llenaban de pena mi alma de cubano.

En busca de alivio salí hacia la Ermita de la Caridad del Cobre para poner mis inquietudes "en el manto de la Virgen" como hacen tantos que acuden a ese pedacito de Cuba en tierra ajena, frente al mar, para orar por la patria lejana nunca olvidada. 

¡Y a la Ermita llegué yo también! Era una noche clara, preciosa. La luna dibujaba sobre el mar una vereda de plata. Había gente mía por allí. Me lo dejaban saber la algazara que oí desde lejos y el olor a tabaco que se mezclaba con el olor a mar.

En la acera, un cubano luciendo una guayabera almidonada y una sonrisa engalanada con varios dientes de oro, daba la bienvenida a todos los que llegaban. Con alegría contagiosa a todos dedicaba una frase cariñosa sin soltar en ningún momento el tabaco que aprisionaba entre sus dientes.

Una familia cubana de ocho miembros descendió de un automóvil para seis pasajeros. Los fui identificando así: papá, mamá, abuelo, abuela, una tía, una jovencita y su novio enfundado en una camisa de un equipo de fútbol americano y una niñita que parecía una muñequita, vistiendo un vestidito hecho en casa.

Papá salió por la puerta del chofer. Abrió la puerta de atrás para dejar salir a los mayores pero cuando divisó al coterráneo de la guayabera y el tabaco, se olvidó de los viejos y corrió a saludarle. "Crescencio, muchacho..." las palabras que dijo después las escuché con claridad pero no estaba seguro de que eran parte de un saludo amistoso. Lo abrazó efusivamente. Le dió dos o tres manotazos en la espalda dejándole la guayabera lastimosamente arrugada. Volvió a repetir las palabras de antes y entonces me convencí de que formaban parte de aquel saludo amistoso. 

Mientras tanto, del auto seguían saliendo los pasajeros: Mamá salió sin dificultad de su asiento al frente. Del mismo asiento se desmontó el cubanito vistiendo la camisa de los "Dolphins". Con mucho cuidado, como sacando una porcelana de su envase, mamá puso a la niñita en la acera y le alisó la sayita para después contemplarla orgullosa. Al salir de su letargo maternal le extendió la mano a la abuela que estaba atascada en el asiento de atrás.

El abuelo al apearse, descubrió el escudo de Cuba en la cúpula de la Ermita y casi "cuadrado en atención" miraba hacia arriba, sin poder disimular la emoción. Cuando pudo recuperar su compostura, erguido para ocultar el peso de los años llegó hasta donde estaba papá encendiendo, extasiado, un tabaco, regalo de bienvenida de Crescencio.

Mamá, dulcemente lleva del brazo a la abuela que a su vez lleva de la mano a su nietecita, hasta un grupo de señoras que las han estado observando sonrientes. Cuando llegan a ellas todas dicen a la vez: ¡Chica que bien se te ve! ¡Vieja, los años no pasan por ti! ¿Tu hijita? ¿Tu nietecita? ¡Que muñequita!

El alboroto se ha mantenido en aumento. La llegada de cada familia agrega nuevas voces... y más tabacos. Todos dan las gracias a Crescencio. El y su mujer han hecho posible aquella peregrinación avisando a todos por teléfono. Llegaron primero para recibir a la gente... y ella es la encargada de avisar que ya el sacerdote está caminando hacia el altar. 

Los hombres quedan rezagados. Crescencio lo nota y como buen dirigente "predica con el ejemplo": apaga su tabaco, lo esconde en un cantero para volverle "a dar candela" cuando se acabe la Misa, y con suavidad y simpatía va llevando a los amigos hacia adentro.
Termina la Misa... y vuelve la alegría en las palabras efusivas de los vecinos de antaño... se encienden nuevos tabacos o se les "da candela" a los "recuperados".

En los ojos de aquellos que los años acercan más al Cielo que a la patria hay un brillo de lágrimas que bañan los ojos de los que anhelan llegar un día a ser tierra de su propia tierra. Estos no se apuran en salir... permanecen a los pies de la Virgen. En su gran fe está su mayor esperanza.

Crescencio inicia la despedida pidiéndole a todos irse a casa porque "mañana hay que trabajar duro". Se intercambian domicilios y se acuerda "volverse a ver". Mientras la caravana de los que se alejan se pierde en la oscuridad de la noche... allá, en las Alturas, más arriba de donde nace la carrilera de plata, nuestra Patrona del Cobre despliega su manto para entregar a su Hijo Misericordioso nuestras peticiones.


EN SERIO:

La búsqueda de la libertad de Cuba es labor de todos. De todos los que formamos 
el pueblo cubano. Es labor de los que sufren en su carne los rigores de la opresión comunista. Asimismo es labor nuestra que desde mil rincones del mundo sufrimos la tragedia de la patria y otro dolor más, que también duele hasta los huesos: la ausencia.

En este Veinte de Mayo, en el exilio, ya ejerciendo tu profesión o al frente de un negocio próspero o con un buen trabajo y siendo dueño del techo que te cobija, con el mayor respeto te pregunto, hermano cubano: ¿Aún el dolor de tu patria te llega hasta los huesos? Triste sería que Cuba estuviese perdiendo a sus mejores hijos; unos fulminados por las balas o los rigores de la prisión y otros, en tierras de libertad, anulados por la comodidad y la indiferencia.

Preparemos unidos la conquista de la libertad y demos después al mundo el ejemplo de un pueblo que supo liberarse del comunismo y alcanzar la felicidad fundada en la justicia basada en el amor, y el progreso basado en la entrega de todos los ciudadanos al trabajo honrado. ¡Así sea!