Páginas de mi historia

Autor: Manolo Campa

         

Hojeando las páginas descoloridas de mi historia, percibo que algunas de las arrugas que me identifican como poseedor de la tarjeta del “medicare”, las debo a las malas noches producto del llanto por cólicos de recién nacidos, por dientecitos aflorando o dolores de oídos después de haber estado en la piscina del parque, La varicela en cinco ocasiones me mantuvo rezando intensamente, no sólo por los niños, también por mí, que no la había tenido.

Los truenos y los relámpagos llenaban mi cama de refugiados asustados que allí después se dormían, malográndome el sueño. Y a la hora de la reparadora lectura del periódico, aparecían las solicitudes de ayuda con las matemáticas modernas y en inglés, que suplantaban el ansiado esparcimiento con enervantes minutos de frustración.

Las mañanas de los sábados, aprovechables para reponer durmiendo la fatiga acumulada durante la semana de trabajo, no me pertenecían. Los fines de semana eran para el mejoramiento atlético y musical de la prole. Las prácticas de pelota, clases de natación, judo, ballet y guitarra me mantenían al timón cuando podía estar durmiendo la mañana si me hubiese mantenido soltero.

Durante aquellos años, en que crecían los críos, para enseñar con el ejemplo, me sometí a un régimen de orden y disciplina de cuartel de reclutas, necesario entonces para que los niños aprendieran a ser pulcros y ordenados. Libre, al fin, de aquellas exigencias didácticas, rotas las ataduras, disfruto de un cómodo desorden. Con frecuencia me gano una filípica de mi esposa por dejar un rastro de prendas de vestir por donde quiera que he estado. 

Mas, sus “sermones” no me hacen mella. La ciencia y la religión están conmigo. Sicológica y espiritualmente me siento respaldado: si me dedico a poner cada cosa en su lugar, porque mi mujer tiene un lugar para cada cosa, el esfuerzo me agobia. Consecuentemente: el agotamiento estropea el carácter, y el mal genio, endurece el gesto y entristece el alma. 

EN SERIO:


El viernes cuatro de septiembre de 1964 me llevaron, a regañadientes, a la Barraca 60 del Campamento de Opa-Locka donde comenzaba el Cursillo #18, para hombres, de la Diócesis de Miami. El lunes siete, “Labor Day”, en la Clausura que se celebraba en la iglesia del Corpus Christi, contrastando con el disgusto de la primera noche, sentía una felicidad plena y pura, semejante a la de un niño con zapatos nuevos. ¡En tres días me viraron al revés! La primera noche no cuenta pues no presté atención, sólo lamentaba estar allí. Durante el montón de años que han pasado no he dejado de dar gracias a Dios, por aquél y todos, sus Cursillos de Cristiandad. 

Entre mis “personajes inolvidables” están los hombres del equipo del Cursillo #18 que fueron instrumentos del Señor en mi conversión. Los recuerdo agradecido. La amistad, la alegría, el espíritu de servicio, sus oraciones y sus ejemplos, me acercaron a Cristo. En aquel Cursillo logré encontrar la felicidad verdadera que tanto ansiaba.

Durante casi cuatro décadas he sido testigo del desarrollo del MCC. Como en todo lo de este mundo, con el tiempo crece la experiencia y se producen cambios que mantienen la actualidad y agilidad del método... pero la finalidad y los frutos de los inicios son los mismos de siempre. Los resultados del Cursillo se siguen logrando: Hombres y mujeres conocen a Cristo; se enamoran de Él y vuelven a sus ambientes ilusionados, dispuestos a conquistarlos para Dios.

La eficacia de los Cursillos no depende de la cultura, elocuencia o nacionalidad de hombres y mujeres de épocas diferentes. El Espíritu Santo que los inspiró sigue obrando maravillas en las almas utilizando la amistad y la alegría, la naturalidad y sencillez de los integrantes de los Equipos del momento. Vuelven y vuelven... y vuelven a ser las palancas, de dentro y de fuera, las que producen la lluvia de Gracias que en tres días cambian a hombres y mujeres para toda la vida. Es Dios, siempre actual y vigente, el que llena los corazones de fuego y las mentes de ideas. Los Cursillos de Cristiandad siguen teniendo la misma vigencia que tuvieron ayer, en sus inicios, porque los hombres y mujeres del mundo de hoy siguen necesitando encontrarse con Dios para ser felices.