Operación quirúrgica

Autor: Manolo Campa   

    

“Hombre o ratón”, es la clasificación de los varones que conozco desde mi infancia. Como no soy un hombre valiente siento gran admiración por los que lo son. Aplaudo a esos seres estoicos, resistentes, imperturbables que se enfrentan a todo sin temores ni vacilaciones. Esos son “los hombres”. Con honestidad, apartando los alardes que me permito utilizar para adornar las historias que cuento a mis nietos, tengo que situarme en el grupo de los “roedores”. 

Te he dicho lo anterior, amigo lector, para que comprendas “la inmensidad de mi sufrir”. Se me aflojaron las piernas, me temblaron las manos y sentí otros síntomas que produce el miedo, cuando el médico me dijo que tenía que operarme y cuanto antes, mejor. No podía librarme ya de la cuchilla del cirujano... uno de mis grandes temores. Jamás había perdido el apetito y el sueño... ahora sí. Para salir de ese abismo emocional pedí oraciones a muchos, en todas partes. Por el teléfono y la “internet” fui a todos los lugares del hemisferio donde tenía amigos... y fui sintiendo una gran tranquilidad. El día de la operación llegué al hospital sereno, calmado. Cuando llegó el momento, le di un beso a mi esposa y a cada uno de mis hijos y con aplomo caminé hacía la zona de cirugía. 

Estando ya sobre la camilla, “parqueado” junto a otros en espera de ser llevados al salón de operaciones, dos personajes vestidos de verde se me acercaron para preguntarme mi nombre, fecha de nacimiento, nombre del médico y tipo de cirugía. ¡Que cuidadosos! Pensé con admiración. Una doctora, la anestesista, me hizo las mismas preguntas de nuevo, cuando se convenció de que yo era yo, me dio un pinchazo en el cuello y... no recuerdo más hasta el momento de despertarme en un cuarto acompañado por mi esposa y una negra haitiana maravillosa, amable, sonriente que hablaba español como la Mamá Dolores de la novela El Derecho de Nacer.

En aquellos momentos en que por mis propias fuerzas no era capaz de nada, la ayuda de mi esposa me fortalecía. Dios me bendijo cuando me la dio por compañera. ¡Me voy a quedar con ella! Mamá Dolores de Haití en sus visitas para tomarme los signos vitales me contagiaba su alegría y me conmovía con su bondad. Cuando me mandaron a caminar y no quise por creer que era muy pronto, ella al terminar su turno, antes de irse a casa, me acompañó en mi primera temida caminata. Cuando hablaron de bañarme me alarmé. ¿Cómo sería eso? Mamá Dolores con unos pañitos suaves y una palangana rectangular con agua tibia, enseñó a mi mujer a darme un delicioso baño en la cama. ¡Fenomenal! Sentí la grata sensación que deben sentir los bebitos cuando su mamá los baña con ternura. 

Al volver a casa todo me lucía más bonito. De nuevo estaba en mi ambiente. Mi cama, mi sillón, la computadora, el televisor y el teléfono. El patio con la yerba recién cortada, los árboles saludándome movidos por la brisa, los pajaritos, las lagartijas perseguidas por la gata del vecino. Y las visitas, en un ambiente más apropiado y menos limitadas que en el hospital, me alegraban. Mi hermana preferida –la única que tengo- fue de las primeras. Llegó, me dio un beso, me estudió de arriba abajo, notó que caminaba con normalidad, se alegró de lo bien que estaba y con la misma, ignorándome, se puso a comentar con mi mujer lo delgada que lucía la esposa de Arnold Muchasletras, el nuevo gobernador de California. Mis amigos también fueron llegando. Me saludaban, me preguntaban como me sentía y sin esperar mi respuesta, iniciaban una conversación sobre los Marlins, los Dolphins o la policía y los anarquistas liados a golpes en el distrito comercial de la ciudad de Miami. Me hubiese gustado comentar un poco, más bien un mucho, sobre mi cirugía, tamaño de la incisión, números de presillas de sutura, y otras cosas de las que hablan los recién operados.

A continuación un resumen por escrito de lo que me gustaría decir en persona: La próstata estaba hipertrofiada pero sin malignidad. Me siento, gracias a Dios, bien y en camino a una completa recuperación. Parece que por efecto embriagante de la anestesia, durante los primeros días de mi convalecencia, pretendí mostrar la incisión como se muestra un trofeo de triunfo. Ya esa etapa quedó atrás. He vuelto a ser un hombre sin exhibicionismos triunfalistas. 

EN SERIO:

De un escrito de mi amigo Efrén Leal, tomo el siguiente párrafo: “Poder ser testigo y al mismo tiempo depositario de la acción del Cuerpo Místico de Cristo, cuando la Iglesia se pone de rodillas a orar por un hermano que tiene necesidad y poder experimentar como toda preocupación e inquietud que se pudiera tener al verse uno privado de su salud, se convierte en fortaleza espiritual y una paz interior que no se puede explicar, que sólo viviéndola uno puede decir GRACIAS SEÑOR, PORQUE ERES MI PASTOR NADA ME PUEDE FALTAR.”

También yo sentí la fortaleza espiritual y la paz interior a que se refiere Leal. En varias ocasiones había experimentado la Gracia de Dios obrando en mi, inspirándome a hacer el bien e ilusionándome a ser mejor. Había visto los cambios maravillosos que el poder de la oración lograba en los hombres. Por eso, cuando atribulado e inseguro me enfrenté a la dura realidad de someterme a una cirugía mayor, encontré en la fe y en la amistad la fortaleza que me faltaba: Les pedí con toda confianza a mis amigos que rezaran “duro” por mí. Lo hicieron y la experiencia de un dolor pasajero me ha servido para, maravillado, ser yo también “testigo y depositario de la acción del Cuerpo Místico de Cristo”.