Los cambios de personalidad

Autor:  Manolo Campa

 

   Mi esposa es otra.  No, no la he cambiado, es la misma que se ha convertido en una profesional en planes y proyectos domésticos.  Ahora es una experta aprovechando al máximo las horas, los minutos, los segundos.  No le asustan las aglomeraciones o las distancias si de aprovechar ofertas de precios se trata.   No le pueden dar gato por liebre pues antes de comprar, con detenimiento, ha buscado en el “Consumer Report”, información sobre lo que pretende adquirir.  Ella no era así.

 

Allá donde nacimos, nos conocimos y nos casamos,  iba todos los días a la bodega a comprar lo que se había acabado o lo ordenaba por teléfono, en el mismo instante que hacía falta.  Los bodegueros tenían un pariente joven, recién llegado de España, que hacía las entregas a domicilio.  El “sobrín” al mismo tiempo que aprendía a usar la pesa y a cortar las lascas de queso y las barras de jabón, se daba mil porrazos aprendiendo a montar en bicicleta para poder entregar los pedidos más rápidamente.

   Cuando planeamos por adelantado y hacemos las cosas “sin apuro y sin emoción” en vez de dejar todo “cómodamente” para última hora, es innegable que estamos perdiendo nuestra identidad... estamos “penetrados” por otra cultura. 

   Un americano cien por cien liquida su “income tax” durante el mes de febrero.  Si espera hasta el 15 de abril a las once y cuarenta y cinco de la noche, puede deberse a dos cosas: A que tiene que pagar una buena cantidad y no le alcanza el dinero, o que se ha “aplatanado” en su propio país dejando lo más importante para ser hecho a última hora y de corre-corre.

   “Aplatanarse” es lo opuesto a “americanizarse”.  Un americano se “aplatanaba” cuando cambiaba el saco, la camisa de cuello y la corbata por la guayabera y el sombrero de “jipi-japa”; cuando le cogía el gusto a los frijoles negros, a los platanitos maduros, a la “ropa vieja”; cuando tomaba café y fumaba tabacos; cuando jugaba al dominó en el portal de la casa de unos amigos. 

   Decimos con resignación que uno de los nuestros se ha “americanizado” cuando bautizado Guillermo permite que le llamen “Willie”; cuando es directivo del “piti-ei” del colegio de los muchachos; cuando se gasta lo que tiene y hasta lo que no tiene en ponerle “alambritos” en los dientes a los hijos; no dice piropos, para en firme en los “stops”, corta la yerba de su jardín religiosamente cada dos semanas y usa pantalones cortos que le hacen lucir como un “boy scout” viejo.  Y si es abuelo, cuando tiene en su cartera más “credit cards” que fotografías de sus nietos.

 

EN SERIO:

   Todos los pueblos tienen sus costumbres, cosas y alimentos exquisitos que pueden enriquecer la manera de vivir de otros seres.  Los pueblos hispanoamericanos tienen sus fuertes tradiciones familiares, sus recios lazos de amistad que hacen que se deje todo para ir en ayuda del vecino o del amigo necesitado.  Su música y sus bailes, el colorido de sus trajes típicos y sus sabrosos platos son las delicias del turista.

   Del norteamericano podemos ponderar su dedicación al trabajo y a la búsqueda de nuevos productos, medicamentos e inventos.  Es típica su disciplina para cumplir con reglas y regulaciones.  Sabe aprovechar los derechos que le brinda la democracia.  En las elecciones va a las urnas bajo la lluvia o la nieve.

   Los hispanoamericanos, sin dejar de ser lo que somos, aportemos las riquezas de nuestra cultura a este país que nos ha acogido, y también tomemos de él todo lo bueno que su cultura tiene. 

   Cada día pidamos al Señor que todos los pueblos sean libres.  Oremos por la paz en el mundo.  Por una paz basada en la justicia, la tranquilidad y el progreso.  Que aprendamos a amarnos siguiendo el mandato de amor que Cristo nos dejó:  “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”.