Las rosas de mayo

Autor: Manolo Campa

 

En mayo, el encantador mes de las flores, reverenciamos de una manera muy especial a la mujer como madre.  Es el mes dedicado a honrar a María, nuestra Madre del Cielo.  Yendo hacia atrás en los recuerdos de nuestros años escolares, desde el primer domingo de ese mes, el coro del Colegio cantaba aquella canción cuya letra decía:  Salve mayo florido/ salve mes sin igual/ para honrar escogido/ a la Virgen sin par.  Es la Virgen tan bella/ que sin par la hizo Dios/ no hay criatura como ella/ es más bella que el sol.   

El segundo domingo de mayo está consagrado a celebrar el “Día de las Madres”.  Título sublime el de la maternidad que exalta a la mujer y la coloca en el mejor de los tronos:  el corazón de sus hijos.  A Dios, al Creador de todas las maravillas, nuestro agradecimiento por nuestras madres:  por María, nuestra Madre Celestial; por la propia, la que nos dio el ser –mi rosa blanca- y por la de nuestros hijos –la rosa roja en el pecho de ellos- que con su cariño convierte nuestro hogar en un pedacito de Gloria.   

Del archivo donde conservo los escritos que más aprecio –artículos de Eladio Secades, otro de Víctor Vega Ceballos dedicado a su nieto, y crónicas deportivas colegiales de Carlos M. Castañeda- tomo y transcribo a continuación una bella poesía que siempre me llega al corazón.  Lamentablemente no he podido conocer el nombre de su inspirado autor que merece nuestro agradecido reconocimiento. 

 

LAS DOS ROSAS 

                   Mientras la fuente del jardín reía,

                   mientras temblaba de emoción la hoja,

                   este diálogo, al viento, sostenía

                   la Rosa Blanca con la Rosa Roja.

Yo soy –habló la de sin par blancura-

la que la Gloria simboliza cierta;            

yo soy la flor que esparce la ternura,

yo soy la Rosa de la madre muerta.

 

Yo llevo unido a mi dolor acerbo

todo lo azul que en el ayer palpita...

yo soy la Rosa Blanca del recuerdo,

yo llevo en mí la lágrima infinita.

 

Yo soy la flor que guarda cual ninguna 

lo que el tiempo ni el dolor derrumba;

yo soy el canto que meció la cuna,

yo soy la Gloria que bajó a la tumba.

 

Yo en cambio soy –le replicó la Roja-

toda la vida y el amor que bulle;

yo soy el beso que en la miel se moja,

soy la caricia que el placer diluye.

 

Yo llevo en mí lo que en la vida flota,

la llama soy que se tornó en cariño;

yo soy el fuego que en la nieve brota,

yo soy la fuente que amamanta al niño. 

 

A mí ni el tiempo ni el dolor me enoja

y gozo siempre de mi dicha franca,

pues si por suerte soy la Rosa Roja,

mañana yo seré la Rosa Blanca.... 

 

Se oyó a lo lejos un batir de alas

como de un ángel que pasó en silencio...

¡Y la Flor Blanca se volvió una lágrima,

y la Flor Roja se deshizo en besos!