La pequeña graduada

Autor: Manolo Campa

 

   La hija menor de mi hija mayor... bueno, simplificando, mi nieta de cinco años de edad se graduó de kindergarten.  Recibió el diploma en una ceremonia con toda la pompa y la dignidad de una investidura de grado en una universidad.  Los párvulos  lucían como diminutos doctores enfundados en sus togas con sus birretes.  Los padres orgullosos del primer reconocimiento al esfuerzo de sus retoños tomaban fotos desde todos los ángulos para constancia gráfica de tan memorable momento.  Los abuelos, la vanguardia de las familias, fuimos llegando primero para guardar asientos para el resto de la parentela.        

   En un banco cerca del estrado ocupamos los asientos cercanos a la senda por donde pasarían los graduandos.  En el espacio restante se sentaron los familiares de un niñito americano.  A mi lado se sentó el padre, un mastodonte de cabeza afeitada, de seis pies y varias pulgadas de estatura, pesando suficientes libras para pertenecer a la división de los pesos completos desbordados.  El sentado y yo de pie ocupábamos el mismo espacio del suelo al cielo.  Si él se ponía de pie estando yo sentado, me golpeaba la cabeza con una maleta que le colgaba del hombro, parecida a la de los carteros de antaño, llena de equipos fotográficos japoneses. 

   Cada vez que el hijito de mi vecino “extra large” se movía en su asiento para rascarse o bostezar, el padre orgulloso se ponía de pie para tomarle una foto para la posteridad... y al ponerse de pie, el maletón con el “camcorder”, los rollos de film de repuesto y otros accesorios, me golpeaba, me despeinaba y me enfurecía. Me “bestializaba” lo mismo por el despliegue de afecto paterno como por el abarrote de cámaras orientales de precisión que en su balanceo tropezaban con mi oreja derecha. 

   No le dije “cuatro cosas” -como decimos los que no somos belicosos cuando hacemos nuestros cuentos, insinuando que sí lo somos- porque era una persona educada, y cada vez que me encasquetó la “sakafoto” en la testa se disculpó gentilmente... además, aunque no se hubiese disculpado, era tan impresionante su humanidad de orangután calvo parado en dos patas que le daba el derecho de ser como le diese la gana de ser.     

   Los hombres pequeños tenemos la gran virtud de saber controlar nuestros impulsos cuando las circunstancias obligan...  En mi caso, siempre las “circunstancias” son más grandes que yo y he aprendido a mantenerme ecuánime, imperturbable, comprensivo, y sobre todo saludable, para poder correr a toda velocidad, delante de cualquiera.   

   Cuando mi nieta fue a recibir su diploma, le seguía el hijo de mi vecino de banco.  El se puso nuevamente de pie para tomar la foto cumbre con su cámara equipada con un lente telescópico parecido a una “bazooka” antitanque.  Yo, en contraste, utilicé mi sencilla cámara de bolsillo comprada en un “garage sale” hace años.  Desde mi asiento enfoqué con anticipación para fotografiar el momento en que mi nieta recibiera su pergamino.  En el momento en que apreté el botón y se encendió el “flash”, fue cuando “Goliat” dio un pasito y se situó frente a mí para tomar él otra foto, quedando en la mía impresa para la posteridad, la espalda baja de aquel ejemplar sin pelo que fue mi tormento en aquellos momentos inolvidables en la graduación de mi nieta.

 

EN SERIO:    

 

   Transformar al hijo niño en un hombre es cuestión difícil, complicada.  Hay padres que se ganan surcos en la frente e hilos de plata en las sienes tratando de edificar hombres.  Es obra que requiere amor y tenacidad.   

   No olvides que sin esfuerzo no puede haber desarrollo.  Los mejores forjadores de carácter que se conocen son:  El trabajo y las responsabilidades.  “Si quieres que tus hijos tengan los pies sobre la tierra, colócales alguna responsabilidad sobre sus hombros”.  Los obstáculos y los problemas sirven de trampolín al triunfo.  Tener que luchar y sacrificarse por una educación ha ayudado a numerosos hombres a desarrollar la persistencia y capacidad para trabajar que hicieron posible sus éxitos.   

   Ayuda a tus hijos, sí... ayúdalos a ser hombres... hombres de carácter, de voluntad férrea, enérgicos, constantes, capaces de amar y comprender, capaces de fijar un rumbo en sus vidas y alcanzarlo.  ¡Que tu hijo sea de esos que define Pablo VI cuando habló de “los que pisan fuerte, tienen estilo, con puesto en las profesiones, con influjo en la vida”!