La Nueva Podadora de Césped

Autor: Manolo J. Campa

 

 

 

Desde que llegué a este fascinante país donde los hombres lavan los platos, bañan a los niños y cortan el césped cada dos semanas, ambicioné tener una máquina de cortar yerba que no tuviese que ser empujada, con asiento, timón y ruedas de aire. Para ello estuve guardando dinero con la sobriedad de un japonés ahorrando para poder viajar por el mundo con la esposa vieja y la cámara fotográfica nueva. 

 

Un domingo salieron anunciadas en el periódico unas máquinas de cortar yerba a precios reducidos. ¡Esta era la oportunidad que yo estaba esperando! Para no perderme la siesta comisioné a mi mujer que “iba de tiendas” para que me comprara la de mi preferencia. Extraje mis ahorros... del fondo del cesto de la ropa sucia, donde los tenía escondidos, y se los entregué. 

 

Cuando regresó la recibí contento, entusiasmado como un niño con zapatos nuevos. Mi “comisionada” había dispuesto de mis ahorros de una manera admirable. Compró la máquina y le sobró dinero para comprarse un ajuar de playa y regalarse además, en mi nombre, sin contar conmigo, unas “preciosidades” que estaban en oferta a precios nunca vistos. 

 

La máquina de cortar yerba no resultó ser la que yo quería: con asiento, timón y ruedas neumáticas. Esa, según ella, era peligrosa. Podía caerme del asiento y pasarme por encima, además de gastar gasolina y tener llantas dañables. La que le seguía en precio, arrancaba apretando un botón y no había que empujarla, se propulsaba sola. Pero ésta gastaba más gasolina que la que por fin me compró. Soy propietario de una máquina de cortar yerba que gasta poca gasolina porque no se mueve por si sola y no me lleva sobre ella... la tengo que empujar. No tiene timón, tiene manubrio de bicicleta. No arranca apretando un botón. Y no me puede pasar por encima porque estoy “protegido” empujándola. 

 

Para arrancarla paso más trabajo que un “boy scout” armando un catre, dándole tirones a la soguita del arranque diciendo palabrotas de sargento de reclutas. Cuando arranca ya no tengo ganas de cortar la yerba. He agotado toda mi energía y he dejado muy mal parada mi reputación de hombre educado. Las abuelitas de los patios colindantes han recogido a sus nietos, han puesto a resguardo las plantas acostumbradas a palabras amorosas, y el perro del patio del fondo que me enloquece con sus ladridos cada vez que me ve, se ha metido en su casita como hace cuando truena, mirándome desde allí desilusionado con mi vocabulario de carretonero asturiano increpando a su mulo viejo y cansado.

 

EN SERIO (casi): 

 

Un poema de José Andrés del Valle

ACLARACIÓN: ESTE POEMA ES...

 

Un consejo a la casada;                                                            
y perdone la solteras 

si en  esta trova sincera
no la nombro para nada.
No es que haya sido olvidada;
es que el asunto elegido, 
sobre el matrimonio ha sido;
que alguna casada habrá
que necesidad tendrá
de hacer mejor al marido. 
Mujeres que del Cursillode Cristiandad retornáisy que dispuestas estáisa darle al hogar más brillo...mas, no ese brillo sencillo
y que consiste en fregar
lo sucio y lo deslucido;
¡brillo al alma del marido,que es más difícil de dar!... 
Mujeres: vuestra labor;(no la labor de tejer)
sino la labor de hacer
que el marido sea mejor;
ésa de darle colorcuando se os ha desteñido;ésa no la habréis cumplidocomo obligadas estáis, hasta que consigáis darle un Cursillo al marido.
 
Porque los hay... ¡la verdad!(y esto no es murmuración)hay mariditos que son
tremenda calamidad.
Para tal enfermedad
el remedio es muy sencillo:
se le mete en un Cursillo...
y sale una nueva pieza,
aunque tenga la cabeza
tan dura como un ladrillo.
 
Y si os dice: yo no voy; 

déjalo para otro día...

porque si en la factoría...

porque sin dinero estoy...
el consejito que os doy
es que empleéis una tranca. 

Pero tranca hecha palanca.
Palanca para empujar, 
como se suele emplear
en un carro que no arranca.
 
Mas, si ya está de colores, 

entonces cambia la cosa:
porque el esposo y la esposa
marchan los dos entre flores
de suavísimos olores, dadas las manos los dos
y yendo de Cristo en pos
bendiciendo el Cuarto Día, con esa santa alegría que da la gracia de Dios.