La noche de las brujas

Autor: Manolo J. Campa

 

 

 

Desde los primeros días del mes de octubre fui elegido para escoltar a la chiquillería durante el recorrido por el barrio la noche de "Halloween". Esa "noche de brujas", los niños van de puerta en puerta, disfrazados, recogiendo caramelos en respuesta a la amenaza infantil de "tri-co-tric" -regalito o travesuras-. En las casas se mantienen los umbrales iluminados, se tienen caramelos a la mano, y se responde a los niños preguntándoles: "¿jaomeni?" -¿cuántos?-

Ese día, desde las tres de la tarde los muchachos quieren que oscurezca. Esa es la noche de mi mujer, mejor dicho, ¡válgame Dios!, la noche en que ella ordena y yo obedezco sin "pataleo" por tratarse de la seguridad de nuestra muchachada. Se me entrega una linterna potente, parecida a la de los policías, y esposa e hijas me dan instrucciones precisas para el mejor cuidado de los pequeños durante el trayecto. Por más de hora y media caminamos por el vecindario recolectando caramelos de vecino en vecino. Los nietos mayores quieren dedicar más tiempo a la aventura. Me gano la consideración de "persona non grata" cuando por cansancio en general y sobre todo por mis pies adoloridos ordeno terminar el recorrido que según los afectados no había mas que empezado. 

Esa noche vi de nuevo las caras de algunos de esos vecinos que viven siempre a puertas cerradas. El viejito huraño que siempre amenaza con llamar a la "police" cuando le pisan su yerba, esa noche no estaba tan hosco. ¡Lucía menos viejo!

La mayoría de las casas acogen a los chicos con las luces encendidas. Algunas, las menos, permanecen a oscuras. Si pienso bien, considero que son abuelos que han ido a "tricotear" con sus nietos por el vecindario donde viven ellos. Y si pienso mal: siento pena por los que están y fingen no estar. Hay quienes dejan pasar la oportunidad de recibir la sonrisa y la mirada de agradecimiento de un niño. ¡Qué pena! Cuanto encierro, que solos se deben sentir. No sabrán que por unos pasos hacia la puerta y unos caramelos que cuestan unos centavos, los niños nos dan en cambio una sonrisa y una mirada que sólo los ángeles del cielo pueden igualar.

Al igual que esos que en "la noche de las brujas" fingen no estar para no participar con todos en la celebración infantil, hay algunos que restan esplendor a la vida con su individualismo. Ahí tienes al que viene detrás de nosotros en la carretera y nos levanta en peso de nuestro asiento con un "fotutazo" porque él quiere ir a cien millas por hora para llegar más rápido a su cita con la muerte y nosotros, más apegados a la vida, nos mantenemos en la velocidad máxima permitida. También ese otro que en el parqueo nos arrebata el espacio entrando por la salida y tirándonos su auto encima. Igualmente ese personaje que todos hemos padecido, que "da la brava" en las colas del estadio, el cine, etc., "haciéndose el loco".

Aplaudo al que tuvo la genial idea de colocar en una sola fila a los que esperamos ser atendidos por los cajeros en los bancos o en las ventanillas de los cines. Antes de la aparición de esta fila única, cuando me situaba donde estimaba que iba a terminar primero, frecuentemente me paraba detrás de alguno con un depósito de envergadura y los que iban llegando después salían servidos antes que yo.

Hasta en la Santa Misa te puede tocar al lado un "paralítico" del hombro hasta los dedos que se niega a darte el saludo de la paz. Si pienso bien: es tímido. Si pienso de otra manera: prefiere la Misa de antes sin la participación de los fieles... pero de todas maneras, extiéndele la mano, sonríele, dile algo en inglés y en español, porque también en estas situaciones, hablar dos idiomas da resultados.

AHORA EN SERIO:

La necesidad urgente de sentirnos libres hizo que por primera vez, muchos cubanos saliéramos de nuestra patria. Partimos con mil diferentes emociones pero con una sola y firme intención: No olvidarla nunca y hacer nuestra parte para volver a verla libre, próspera y feliz.

Los que "sin quererlo" estamos lejos de nuestra tierra no olvidamos a los que en ella no tienen ningún derecho, son perseguidos, sufren hambre, prisión y peor aún: carecen de esperanzas de mejoras. Viven un presente doloroso sin el consuelo de un futuro mejor. Pero una actitud triste y pesimista no nos va ayudar a conseguir el cambio ansiado. No dejemos que nuestro dolor llegue tan lejos que nos aparte de todo. En lo humano hagamos todo lo que esté a nuestro alcance y lo demás pongámoslo en las manos de Dios. 

Desde hace años disfruto de la hospitalidad de este país que me acogió brindándome las mismas oportunidades que ofrece a los nativos. Disfruto de su libertad conseguida con el precio de las vidas de muchos de sus hijos. Su progreso se refleja en el mío propio. Me interesa la suerte de este pueblo: Me preocupan los cambios que le afectan, me duelen sus tragedias, me enorgullecen sus triunfos. Pago sus impuestos y observo sus regulaciones. Trato de mostrarle mi agradecimiento sin reservas.

El ser agradecido no disminuye valores y produce la satisfacción del deber cumplido. Este agradecimiento de ninguna manera merma el amor que sentimos por nuestra patria y no nos hace olvidar aquella decisión que hicimos al salir de ella. Los que hoy somos libres demos gracias a Dios por ello aumentando la frecuencia y la intensidad de nuestra oración. Convencidos de su formidable poder oremos todos los días por la paz y por la libertad de los pueblos oprimidos, la del nuestro y la de todos los otros que también sufren. No olvidando que por encima de las barreras del idioma y las costumbres, el pueblo norteamericano nos ha abierto sus brazos, elevemos también una oración por él. "La gratitud es la memoria del corazón".

Y... ¡cuidado! No nos permitamos ser aliados de los que oprimen a nuestra patria, desuniendo, sembrando rencores, atacando a todos. Los que odian siembran dolor y destrucción. El odio es la más usada de las armas del arsenal del enemigo que combatimos. Nuestra causa es la del amor: a Dios, a la patria, al hogar. Nuestra meta es vivir y amar a la manera de Cristo. Dejemos el odio para los que no le conocen, le ignoran o le combaten. Nuestra fuerza está en el "Mandamiento Nuevo" que Él mismo nos dio y nos ordena: "Amarnos todos como nos ama Dios".