La medicina preventiva

Autor: Manolo J. Campa

 

 

    La gripe ya era cosa del pasado mas los dolores en el cuello, en la espalda y en la cintura me seguían agobiando.  Impaciente di marcha atrás al tiempo en busca de una explicación.  Analicé los recuerdos en busca de algún ligero accidente, alguna pisada en falso.  Nada.  No aparecía ninguna señal que me orientara.  Cuando empecé a caminar encorvado y con la lentitud de un cartero viejo padeciendo de callos en la planta de los pies, mi esposa, sin mi aprobación, habló con nuestro médico de cabecera.  Ellos acordaron que yo ingresara en el hospital, pasado el fin de semana, para un examen general.  Allí me harían radiografías, análisis y otros suplicios cuyos nombres no me vienen a la mente.

   Al tercer día de estar padeciendo aquellos dolores en el cuello, la cintura y la espalda, descubrí la causa de los mismos: ¡los muebles nuevos del “Florida room”!  Mi mujer remodeló esa saleta donde leo el periódico y veo la televisión, con unos muebles “futuristas” muy bonitos... impresionantes pero tan imprecisos que durante varios días estuve sentándome en algo parecido a una silla incómoda que resultó ser un macetero.

   El sábado los dolores ya habían desaparecido.  A pesar de aquel total restablecimiento, mi ingreso en el hospital siguió vigente.  Mi mujer insistió.  Con la voz y los gestos de una primera actriz de novela televisada dijo “ex cátedra”:  “En estos tiempos de tantos avances científicos y académicos, la medicina preventiva es recomendada por la ciencia médica para detectar anomalías graves en sus inicios”.  No quedé convencido pero como no había entendido ni medio no pude refutar.                                                                                                                                    

   El día señalado, ingresé en el hospital previó esfuerzos desesperados para encontrar donde estacionar el auto y la toma de datos en la oficina de admisión.  La “señorita”, como le decía mi mujer a la empleada de, más o menos, su edad que me “interpelaba”, me pidió más datos que en Inmigración cuando llegué al Exilio con visa “waiver”.  Allí, entonces, no me hicieron tantas preguntas ni firmé tantos papeles. 

   Al rato de estar en la habitación, “desvestido” con el batilongo de reglamento abierto por detrás, llegó una negrita vestida de verde con una grabadora colgada del hombro.  De la grabadora salía un cordón con un lapicero plástico en la punta.  Sin mucha parsimonia me colocó el lapicerito debajo de la lengua.  De pronto sonó una chicharra y aparecieron unos números en la cosa aquella que resultó ser un aparato electrónico para tomar la temperatura.  Ese sistema moderno para medir la temperatura me tranquilizó.  Siempre había estado predispuesto contra los hospitales americanos, pues había oído decir que tomaban la temperatura de otra manera.

  Al día siguiente amanecí tranquilo, resignado.  Con mucho apetito.  Pero no me dieron desayuno. Al otro señor en el cuarto le trajeron de todo.  Este proceder tan inadecuado conmigo que estaba completamente sano me molestó sobremanera y protesté vigorosamente.

   En lo que creí era un tipo de “respuesta rápida” a mis justas demandas, se presentó otra enfermera con todo el equipo necesario para hacerme un lavado de estómago.  Lentamente, controlando mis impulsos de caballero a punto de ser ofendido, le expliqué a la “nurse” que no había nada que lavar... que el tanque estaba vacío, “empty”... que “tenía el pellejo pegado al espinazo”

   Una enfermera joven y bonita vino a bañar al viejito que era mi compañero de cuarto.  Corrió la cortina divisoria.  Por cortesía me explicó para qué... y empecé a sudar frío pensando que después me tocaba a mí.  No fue así.  Cuando terminó con mi vecino, me dio dos toallas limpias, me indicó cual era la llave del agua caliente y ahí terminó todo.

   El pariente rico, al tanto de lo que se acostumbra, me mandó unas flores que agradecí aunque me confundieron y me abochornaron.  En mi tierra las flores eran para las recién paridas y para colgárselas del pescuezo a los caballos que ganaban las carreras en las fiestas del patrono del pueblo.

  Terminados los análisis, los enemas, las placas, radiografías y otros abusos a los que fui sometido, me dieron de alta.  Pero antes de irme tenía que pasar por la contaduría.  La cajera quería verme... para que aprobara la cuenta.

  ¡Y que cuenta!  No podía creerlo.  Allí había error.  Los computadores electrónicos también “meten la pata” aunque sea eléctrica.  Aquellos números correspondían a alguna señora de la sala de maternidad que había dado a luz quíntuples, habiendo sido atendida en su alumbramiento por los cinco mejores parteros del mundo.  No podía ser el costo de mi estancia en el hospital durante dos días compartiendo un cuarto de tamaño reducido con otra persona, sin desayuno, sin lujos ni exceso, vestido con un batilongo de tela de cebolla, sin botones, abierto por detrás.

EN SERIO:

   Los ajustes sociales que son necesarios en nuestro mundo de hoy llegarán a ser realidad cuando los hombres y mujeres que eligen a sus gobernantes seleccionen solamente a los que han demostrado preocupación sincera por corregir los males y hacer el bien.

   ¡El voto es un derecho formidable! Es alta expresión de libertad.  Es tremenda su importancia.  Sin necesidad de violencia remueve malos gobiernos y lleva al poder a nuevos gobernantes que brindan esperanzas de mejoras.  Ejercítalo a conciencia.  Presta atención a los candidatos.  Escucha sus discursos.  Lee sus escritos.  En sus palabras dale más valor a la sinceridad que a la emotividad.  Presta atención a sus logros y actuaciones pasadas para que puedas cerciorarte de que están capacitados para el cargo a que aspiran.  Acepta orientaciones de otros si las encuentras más acertadas que las tuyas pero no dejes que nadie te imponga criterios con los que no estás de acuerdo.

   Y cuando vayas a votar, prepara tu decisión con tiempo suficiente para poder analizar todos los ángulos de ese gran deber de los hombres libres que es ejercer el derecho al sufragio.  “El voto es un arma que premia o castiga.”  ¡Vota!  Ten presente que “los malos funcionarios son elegidos por buenos ciudadanos que no salen a votar”.