La llegada del invierno

Autor: Manolo J. Campa

 

 

Con la llegada del fresco que viene del norte, se aleja el peligro de los ciclones pero empieza la temporada de la coriza, la garraspera, la gripe.  Para reforzar sus defensas contra los catarros mi esposa aumenta la dosis de vitamina C y toma más jugo de naranja.  

   Contra la gripe yo también tengo una doble defensa.  Una de protección interna y otra externa.  Cuando asoma el invierno, para mantener el calor por dentro, tomo una copa de vino tinto en cada comida.  Si esto fallase en la lucha contra los catarros, por lo menos, el vino me abre el apetito y la gordura me resguarda del frío.    

   En la temporada invernal acostumbro a tomar sopa caliente.  La sopa caliente me brinda la oportunidad de soplar con elegancia de nuevo rico y después succionar con sonido de “garbage disposal”-triturador de desperdicios- el contenido de la cuchara.  Tanto el soplar como el sonar la sopa al tomarla están condenados en el código de Buenos Modales.  Por eso me gusta tomar la sopa “a solas”.  

   Desde la llegada del primer pajarito de colores vistosos que viene del norte, empiezo a usar camiseta “americana” para protegerme de los rigores del tiempo.  La camiseta americana o “ti-chert”, tiene mangas como cualquier camisa de mangas cortas y el cuello llega hasta muy cerca de la “nuez de Adán”.  Esta camiseta perdió la exclusividad de prenda interior desde que a alguien se le ocurrió ponerle un letrero y ahora, además de uniforme de deportes con nombre del equipo al frente y número en la espalda, sirve también para anunciar una marca de chorizos españoles fabricados en Hialeah y es medio visual para dejar saber al mundo el candidato político de nuestra preferencia.  

  La camiseta atlética, muy usada por los cubanos allá y acá, no tiene mangas.  Es la versión  imperfecta de la “ti-chert” americana.  Es como un chaleco sin botones, cerrado al frente, hecho con tela de refajo y largo de “bobito” de ajuar de novia.  No da cosquillas en el cuello porque la parte de arriba empieza donde termina la medalla religiosa que cuelga de la cadena de oro que se lleva como símbolo de fe y prenda de joyería que indica “status” económico, de acuerdo con el grueso de la cadena y el tamaño de la medalla.  

   La camiseta de seda ayudaba a resaltar el “blanco como el coco” que le daban los chinos lavanderos a las guayaberas de mangas largas en mi Habana de ayer.  Por lo general, los guapos del barrio y los gordos inofensivos, usaban la guayabera sin abotonar, abierta en su totalidad al frente.  Los primeros porque era parte de los atributos que indicaban que eran “banqueros de bolita”, apostadores de quinielas de “jaialai” o desocupados mantenidos por la familia o la concubina trabajadora.  

   Los gordos bonachones no se abrochaban la guayabera por comodidad o por necesidad.  La talla que les venía bien de acuerdo con el tamaño del cuello y el largo de las mangas, le apretaba la panza como los vestidos de maternidad a las señoras en los últimos meses del embarazo.     

EN SERIO  

   El ser humano del siglo veintiuno necesita tener una personalidad capaz de resistir la influencia de los medios de comunicación masiva para no convertirse en una marioneta sin ideas propias.  Para no ser parte de esa muchedumbre no pensante que manipulan los medios escritos, radiales o televisivos, los hombres y las mujeres de hoy necesitan ser capaces de pensar con su propia cabeza.  

   Me atrevo a decir, en este compartir entre amigos, que la cualidad necesaria hoy para no perder la capacidad de ser uno mismo, para ser capaz de alcanzar una decisión y mantenerla frente a todo, es la madurez.    La madurez es cualidad de personas adultas que al ir creciendo en edad crecen también en la solidez de sus criterios.  Recuerda:  “El hombre que es capaz de pensar tiene en la mente tanta fuerza como en el brazo”.