La llamada a servir de jurado

Autor: Manolo Campa 

 

   Todo comenzó con la llegada de un sobre nada corriente enviado por una dependencia gubernamental.  Se trataba de una citación para servir de jurado en una de las cortes del Condado.  ¡Vaya cosa!  Mi primera reacción fue buscar una excusa para no ir.  No la encontré.  La segunda, prepararme bien para librarme de aquello:  Podía aducir cuestiones de trabajo, decir que mi jefe es un ogro.  Alegar problemas de salud, achaques verídicos de la edad: la próstata y sus exigencias frecuentes de “cambios hidráulicos”.  Manifestar no estar calificado para juzgar desconociendo la ley, utilizando solamente el sentido común, que bien se ha dicho es “el menos común de los sentidos”...  Según me dijo un amigo que ya había servido de jurado en varias ocasiones, nada de lo anterior me serviría para ser disculpado.  Estaba cogido.  No había escape.

   En contraste con las veces que buscando empleo trataba de disimular mi acento, cuando me presenté en el mostrador donde una empleada de gesto adusto nos recibía, le di rienda suelta a esa entonación de los que hablamos inglés como si tuviéramos una papa caliente en la boca, pensando que de esa manera no iba a pasar del recibimiento.  Pero pasé.  Me ordenó sentarme y esperar a ser llamado por el número que me había dado. 

   En el salón de espera había tantas personas como en la consulta de un médico que acepta medicare y medicaid. Nadie hablaba con nadie.  Algunos miraban el televisor mientras otros leían el periódico o algún libro.  Todos teníamos cara de angustia.  Pero el susto mayor lo recibí cuando me llamaron con otros para integrar un “panel”.  Por primera vez me encontré frente a frente con el juez, enfundado en su ropón negro y con “cara de tranca”, como la del cura cascarrabias que se enfurece cada vez que durante su sermón suena el timbre de algún teléfono celular. 

   Los abogados, de corre-corre por todas partes, despeinados y con la corbata fuera de lugar, parecían viajantes de medicina con sus voluminosos maletines. Cuando me interrogaron para saber si tenía capacidad para ser jurado, con la mayor sinceridad, dejando a un lado toda vanidad, trate de lucir todo lo burro que soy... y me escogieron.  Quizás, en aquel caso, una de las condiciones necesarias para ejercer lo que llaman “uno de los privilegios de la democracia” era tener un cociente de inteligencia de poco calibre. 

   Durante el juicio el abogado defensor presentó al acusado como si fuese un ciudadano de costumbres intachables con el cual se estaba cometiendo una injusticia.  Por su cuenta, el fiscal le acusaba con evidencias que le situaban como descendiente directo de Barrabás.  Terminado el litigio entre los letrados, el juez, durante cincuenta minutos y en inglés, nos explicó las leyes que teníamos que aplicar.  Al terminar su cursillo de jurisprudencia yo estaba más confundido que un guajiro de tierra adentro en una función de opera en alemán.  

   Después de muchos “pa’atrás y pa’alantes” nos pusimos de acuerdo y dimos nuestro veredicto al caso.  El juez, ahora con mejor cara, nos agradeció nuestra labor como jurados y nos despidió con una sonrisa.  Lo que son las cosas de la vida:  Después del pataleo que formé para librarme de aquel deber ciudadano, ahora me sentía satisfecho de haberlo cumplido.  Pero, de todas maneras, por si acaso,  me voy a encomendar a San Dimas, el Buen Ladrón, para que interceda delante de la Corte Celestial para que mi nombre no salga la próxima vez que esté en el bombo de una corte terrenal.

 

EN SERIO:

   Al cumplirse cien años, el pasado 20 de mayo, de la instauración de la República, Cuba no se asemeja a la que soñaron los que lucharon en tres guerras para lograr su independencia.  La forma de gobierno representativo en que el poder reside en el pueblo, no existe.  Un tirano que se hace llamar presidente, con el poder de la fuerza, ha convertido la nación cubana en un muestrario de desaciertos y fracasos, de frustraciones y desilusiones. 

   Allá, unos pocos –la cuadrilla que gobierna- no carecen de nada mientras el resto de la población carece de todo.  Para el ciudadano común los derechos no cuentan, sólo obligaciones abusivas impuestas por el régimen.  Los derechos humanos, que los voceros de la tiranía exigen para otros pueblos, en Cuba no se respetan.  La ropa, los alimentos y otras necesidades de la vida diaria los pueden adquirir los que tienen la dicha de tener familiares en el extranjero que les envían dólares.  La vivienda y el transporte, la electricidad y el agua son una calamidad.  Pero lo peor es la carencia de esperanza de mejorar.  Se vive sin ilusión en el mañana. 

   Admirable es la valentía de los que allí, a pesar de la férrea represión, se manifiestan y luchan en busca de cambios.  También con nosotros, los de acá, que disfrutamos de la libertad y el progreso, cuenta la Patria.  ¡Los esfuerzos unidos, por pequeños que sean, producen las grandes victorias comunes! 

   “Ora y labora” por Cuba.  Recemos por la libertad del pueblo cubano.  Busquemos la ayuda de Dios.  Pidámosle la ilusión que aviva el entusiasmo que conduce al logro.  Brindemos nuestra presencia decidida a todo trabajo emancipador.  Si tenemos medios no escatimemos en nuestra aportación.  Con la fuerza de la razón, expuesta con mesura, forjemos la opinión pública a favor de nuestros esfuerzos para lograr una república democrática como la ambicionaban los libertadores. +