La economía en el hogar

Autor: Manolo J. Campa

 

   Cuando nuestros hijos eran pequeños yo era más delgado, sin “hilos de plata” poblando mis sienes. Cuando el galón de gasolina costaba menos de cuarenta centavos, con un solo teléfono nos arreglábamos.  No teníamos extensiones telefónicas.  Ahora que nuestros hijos tienen sus propios hogares y en ellos alegran sus hijos, nuestros nietos,  mi esposa considera necesario tener un teléfono a mano para hablar con sus “retoños” cuando sienta la necesidad de saber de ellos.  En este momento en que estamos solos, hay mas teléfonos que personas en nuestro domicilio.

   Sin embargo vivo aislado telefónicamente.  Conmigo solamente se puede hablar en persona.  El teléfono siempre está ocupado por mi mujer comunicándose con todos los pollitos de su gallinero.  Para poder hacer una llamada en paz, tengo que ir al bar que está al doblar de la esquina donde el cantinero pelirrojo cuenta historias “para mayores” en dos idiomas.

   Regularmente, cuando en la TV están exhibiendo una película que he deseado ver desde hace meses, o el juego decisivo de la Serie Mundial de béisbol, o el Pato Donald junto a Pluto en un especial de una hora, mi mujer considera necesario ir conmigo al “grocery” para comprar vegetales congelados en oferta de cinco centavos por debajo del precio regular, limitados a dos paquetes por persona.  Como soy “imprescindible” para estas gestiones, todo lo que me interesa tiene que esperar a que se cumpla esta misión económica cuyo ahorro y algo más se pierde en gastos de transportación.

   Cuando la vecina que vende productos de belleza toca a la puerta y deja su librito para volver más tarde a tomar la orden, todas las actividades donde toma parte mi esposa se suspenden. Ella se dedica a estudiar en detalle el folletito.  Si algún producto está en oferta especial lo compra, aunque en su armario haya existencias de ese artículo para un año entero.  Yo he visto crema para las manos, del mismo tipo, calidad y marca, en cantidad suficiente para darle cuidado a la piel durante veinte inviernos.

   Donde yo acostumbraba a tener el pomito de las gotitas para los ojos y el yodo para las cortadas, ahora hay abarrote de pomitos de esmalte para uñas de todos los colores imaginables,  y muchas veces repetidos:  chocolate claro y chocolate oscuro, color sopa de chícharos, negro luctuoso, blanco perlado taza de inodoro, aluminio brillante y hasta transparente y sin color... unas veces para dejar brillo solamente y otras para que las uñas se pongan fuertes y no se partan.

   Como mencioné arriba, en ocasiones el mismo color está repetido, pues después de haberlo comprado a su precio regular salió en oferta y se aprovechó la misma. Este razonamiento económico de mi consorte  tiene su falla.  Claro está que el esmalte de uno de los dos pomitos, al no usarlo, se puso duro y hubo que botarlo.  El ahorro se va al cesto con el producto desechado.    

   La gasolina, el aceite, las gomas y las piezas de repuesto del automóvil han subido de precio como la espuma.  Eso lo tengo presente yo en todo momento... y mi mujer solamente cuando llega la cuenta de la poderosa compañía petrolera que nos permite llenar el tanque hoy y pagarle antes del día diez del mes siguiente sin interés.  Si lo hacemos después del diez nos cobra un “service charge” al rédito del 18% anual que me recuerda a los “garroteros” que sacaban momentáneamente de apuros y dejaban atrapados en sus marañas a los necesitados de plata en mi Cuba de entonces.

EN SERIO:

   ¡Abre los ojos!  No hay necesidad de gastar fortunas para dejar saber nuestros sentimientos a los que amamos.  ¡Cuidado!  Los intereses que alientan la sociedad de consumo se valen de nuestras festividades cristianas para sembrar en la tradición la necesidad del regalo costoso y las cenas opíparas.

   Esos mercaderes contemporáneos minan el verdadero sentido cristiano de las manifestaciones de amor, cariño y amistad.  Se aprovechan de esos sentimientos puros para engordar sus bolsas egoístas.  No te dejes arrastrar por la corriente.  No gastes más de lo necesario.  No gastes sin medida.  Destina algo para los que no tienen nada... a algunos les falta la ropa, el alimento, la salud, el cariño de alguien.  Y no le hagas esperar, dáselo a tiempo.

   Escribe una carta a alguien que está lejos y olvidado.  Visita, sin necesidad de llevar un regalo, a ese que tu presencia hará feliz.  Desde tu casa, a través del teléfono, haz sentir el calor del afecto sincero a los que dejes saber que te acuerdas de ellos y los quieres.   Y así, haciendo felices a otros serás feliz.  Alcanzarás la Paz prometida a los hombres de buen corazón.  Ten presente que “un poco de fragancia siempre queda en la mano que ofrece flores”.