La Boda de Cuquito

Autor: Manolo J. Campa

 

 


El primer compromiso social del nuevo año fue la boda del hijo de un pariente de mi mujer. Como el frío no acababa de llegar del Norte quise vestir de guayabera por comodidad y por patriotismo, pero mi esposa al tanto del protocolo del buen vestir vetó decididamente el uso de la criolla prenda.


Asistí enfundado en el traje azul marino que estrené hace tres lustros cuando se casó mi hija mayor. Entonces pude vestirlo elegantemente cerrado al frente. Ahora, aún dejando de respirar para esconder la barriga, no pude ensartar ni un botón en un ojal. 


A la boda del pariente llegamos de los primeros. Mi mujer no quería perderse un solo detalle de este evento social. Los invitados fueron llegando y tomando posiciones estratégicas: los bancos delanteros y los extremos del centro con visibilidad completa de toda la senda. 


Las señoras lucían todas muy bellas: elegantemente vestidas, con peinados de peluquería, luciendo sus mejores prendas. A muchos de mis amigos, antes locuaces y expresivos, los encontré tiesos y cortos de respiración. Sin dudas, también ellos eran víctimas de la elegancia y el rigor del bien vestir. 


¡Y llegó la novia! El órgano empezó a sonar. El público se puso de pie. Los invitados casi se encaramaban unos sobre otros para poder ver mejor la entrada de la novia del brazo del padrino, su compungido papá. En los escalones del altar, esperaba el novio acompañado de la madrina, su mamá, que al sollozar dejaba escapar lágrimas carmelitas pues al abrirse paso por los párpados inferiores desteñían las carreteritas negras que los bordeaban. 


Un niñito llevaba sobre una almohadita los anillos de los novios. Mantenía muy bien el rumbo, iba por el mismo centro de la senda... hasta que uno de los fotógrafos le disparó un "flash" que lo encandiló. Sin poder ver por donde iba, se fue "escorando" hacia un lado hasta tropezar con una columna que sostenía un arreglo de flores blancas.


La novia lucía bellísima. Lindísima del brazo de su padre. Majestuosa, seria, con paso lento, muy lento... porque supimos después que al padrino lo estaban matando unos zapatos de charol negros que le facilitaron donde alquiló el "tuxedo".


El padre de la novia estaba más figurín que un gato en el mes de enero. Vestía de negro como los patriotas en los libros de historia. De vez en cuando trataba de sonreír pero no he podido determinar si por miedo escénico o porque le martirizaban los zapatos de charol, la sonrisa se le desdibujaba en el rostro.


Cuando todos los personajes de la ceremonia ocuparon sus lugares en el altar, los invitados se sentaron todos al mismo tiempo como cuando se termina de escuchar el himno nacional. El sacerdote empezó entonces la ceremonia con todo el respeto de las cosas que se celebran en la casa de Dios. En un momento de gran solemnidad, el fotógrafo que estaba tomando el "video", de un soplido apagó una de las velas del altar que le estorbaba. Se acercó al celebrante y le pidió que repitiera ese "pedacito" para poder dejar para la posteridad un "rerun" de ese instante.


En el momento culminante en que el sacerdote iba a pronunciar el texto que convertía a los novios en marido y mujer, el fotógrafo "A", el del "video", lo empujó hacia la derecha para lograr una "toma" mejor y el fotógrafo "B", el otro de la cámara convencional, le explotó un "flash" a quemarropa que en vez del texto que estaba tratando de leer, lo dejó viendo espirales lumínicas. La ceremonia se detuvo momentáneamente hasta que el presbítero recobró la visión un poco después.


Cuando desde el coro una voz varonil comenzó a rezar el Ave María con música varias damas de la familia sollozaron sacando pañuelitos de hilo para secarse las lágrimas y sonarse las narices. Dos damas jóvenes que estaban en el primer banco se adelantaron hacia los contrayentes que permanecían arrodillados, le pidieron un "time" al cura y colocaron sobre los hombros del novio y la cabeza de la novia un "mosquiterito" blanco que llevaban. Mi mujer comentó sobre lo delicada y linda que estaba aquella "mantilla". Para mí seguía siendo un "mosquiterito" blanco, bien lavado y planchado. ¡Las mujeres siempre le cambian el nombre a las cosas!


Llegó el final. Desde el órgano se oían los acordes de la Marcha Nupcial: ¡Bam... bam... bam bam! Los invitados se pusieron todos de pie con la rapidez del que se ha dado cuenta de que está sentado sobre una cueva de hormigas bravas. La novia sonreía ahora. El novio se veía ansioso de salir de allí. El padre de la novia lucía tan ansioso como el novio por terminar con la ceremonia... Desde luego, con diferentes ideas: a uno le apretaban los zapatos y quería quitárselos y al otro los minutos le parecían siglos...


EN SERIO:


"El futuro pertenece a aquellos que creen en la belleza de sus sueños". En las bodas todos admiramos la belleza de la novia y la elegancia del novio. Les otorgamos nuestra atención y nos contagiamos de esa radiante alegría que van desbordando a su paso. Los amigos de los contrayentes que se reúnen para compartir la alegría de las dos familias que pasan a ser una, son testigos de importancia que con su presencia aumentan la felicidad del momento. 


Hasta los fotógrafos tienen por qué estar presente: Se quiere dejar constancia gráfica del día en que unos novios pasaron a ser esposos, sobre todo para en el mañana de las arrugas, mostrar a unos ojitos incrédulos que también el abuelito y la abuelita fueron jóvenes entonces.


Ahora bien, es necesario destacar que lo más importante en una boda es el juramento de amor eterno que se hacen los novios ante el sacerdote de Cristo... y que éste es eso precisamente, el representante de Dios en la tierra, no un actor de segunda categoría en una comedia puramente humana.


Los que se casan deben de hacerlo a conciencia de que están recibiendo un sacramento y que sus gracias son necesarias para lograr la felicidad en la vida que comienza allí ante el altar y que terminará "cuando la muerte los separe".