La alegría de dar

Autor: Manolo J. Campa

 

 

 

¡Imposible! ¡Inconcebible, inaudito! Esto es parecido a lo que hacen los jóvenes pandilleros en las paredes de sus vecindarios. Me explico y me desahogo: Un refrigerador es un mueble para conservar líquidos y alimentos en un ambiente refrigerado. El de mi casa es también tablilla de anuncios. La puerta y un costado del mismo están cubiertos de proclamas, ordenanzas y recordatorios destinados a mi atención. En el empapelado se encuentran los pasquines de futuros próceres y lumbreras en las ciencias y en las artes: fotos de nietos y nietas en uniforme colegial o disfrazados. No faltan -sobran- dibujos "geniales" de nuestros pequeños artistas, de trazos imprecisos que lo mismo pueden interpretarse como un corazón o una flor, o la cara de un gatito que tan pronto el artista le dibuje el cuerpo parecerá un cachorro de dinosaurio.

Una o dos semanas antes del Día de dar gracias a Dios, tradicionalmente la "Madre Superiora" -mi esposa- con la "santa" mala intención de estimular mi generosidad, coloca en la puerta del refrigerador la siguiente amonestación: "La ropa colgada en tu ropero, es el vestido del desnudo. Los zapatos que no te pones, son los zapatos del descalzo".

Conmovido pero indeciso y titubeando, empiezo la selección de prendas de vestir y de calzar para regalar. Con pena selecciono tres guayaberas que hace años no uso. Me duele dejarlas ir porque cada una tiene un valor sentimental que me amarra a ellas. Mas cuando me someto a la sinceridad del espejo, al comprobar lo ajustado que me quedan, les digo adiós sin más reparos. Los zapatos carmelitas por ser los más viejos son los indicados a pasar a otros pies pero son parte del destartalado y cómodo equipo que uso en mis diarias caminatas para combatir el óxido en las coyunturas y bajar el colesterol que daña las arterias de los que tenemos "juventud acumulada". Decido retenerlos en mi poder y deshacerme del par negro, menos usado, menos cómodo, con más suela para ser gastada por los caminos que recorra el nuevo dueño. ¡Los amigos y los zapatos, cuando me siento cómodo con ellos, los conservo con afecto!

El traje azul marino, de "tornaboda", que vestí cuando por primera vez monté en avión durante mi luna de miel y también en mi segundo viaje aéreo cuando salí de mi patria, tampoco pasó la prueba del espejo. Con las solapas anchas y los hombros estrechos del saco y los pantalones de piernas ceñidas parecía un adolescente vistiendo el trajecito que le compraron antes de que empezara a crecer. La despedida a esta prenda arraigada a mi historia también me causó tristeza. Estuve en un tris de volverlo a su sitio en el ropero, pero haciendo de tripas corazón, lo di para que fuese el traje de otro. Aunque ya no está conmigo lo sigo conservando en el armario de mis gratos recuerdos.
AHORA EN SERIO:

"A dar no nos neguemos pues Dios nos da para que demos". De la generosidad brota la alegría inigualable de dar. Esa alegría interior es fruto de dar y darse... de entregarse sin reparos, sin medir nuestro tiempo ni nuestros esfuerzos. El que da recibe la grata satisfacción de haber podido hacer feliz, o mitigar el dolor, o la necesidad de otro ser. "La generosidad es fruto que se cultiva en el jardín de las almas nobles".

Esa sensación sin par que conocemos como Espíritu Navideño, es propia y abunda durante los días en que festejamos el nacimiento del Niño Jesús, pero también puede alegrar el corazón del que hace feliz a otro dando o dándose en cualquier estación o mes del año.

Es el sentir cálido que alegra el alma del que, como una muestra de amor, hace más llevadera la penuria de una familia necesitada... del que logra que un niñito pálido y triste logre ver convertidas en realidades sus infantiles ilusiones... del que tiene tiempo para hacer reír a un viejo escuchándole los cuentos de su juventud... del que lleva el consuelo de la amistad al enfermo que sufre.

Recuerda: "Si a través de un hombre, un poco más de amor y un poco más de luz entra en este mundo, entonces la vida de ese hombre ha tenido significado".