La abuela primeriza

Autor: Manolo J. Campa

 


Estaba anunciada la llegada, ese domingo, del último frente frío de este invierno. Me gusta dormir hasta tarde cuando hay temperaturas bajas. Para poder dormir la mañana aquel día, dediqué el sábado a adelantar las cosas que hago el domingo. Corté la yerba del patio. Compré la leche. Llené el tanque de gasolina, verifiqué la cantidad y la calidad del aceite en el motor y revisé la presión del aire en las gomas de mi carro. Fui a la barbería... había mucha gente delante de mí y decidí seguir peludo. ¡Todo estaba previsto!

Aquel sábado trasnoché pensando que podía dormir hasta tarde el día siguiente. Estuve despierto hasta que terminaron de dar el estado del tiempo en el televisor. Era casi la medianoche cuando terminé de saborear unas bolas de mantecado y me fui a acostar. ¡Me sentía como todo un bohemio nocturnal!

El domingo, a las cinco antes meridiano, el teléfono instalado en la mesita de noche a tres pulgadas de mi oreja derecha me despertó. Frustrado, malhumorado, casi dormido... contesté: Del otro lado del sistema de comunicación me hablaba Anisia, la amiga de mi mujer que estaba sintiendo la desbocada alegría de ser abuela por primera vez. 

Hacía treinta minutos que era abuela de una preciosa, lindísima niñita, hija de su hija. ¡Cuánta alegría! ¡Qué entusiasmo! ¡Y qué día y qué hora había escogido esta cigüeña para entregar el encargo de la hija de esta abuela primeriza! La exaltada abuela quería ser modesta pero le era imposible. La satisfacción y la felicidad le daban la elocuencia de un político victorioso en unas cerradas elecciones.

Narraba el acontecimiento a todo galope pero ordenadamente. Primero me dio los titulares: "Ya soy abuela". "Mi hija acaba de ser madre". "La niña es mi primera nieta".

A continuación amplió cada punto con ese peculiar estilo de las abuelas recién estrenadas: "Estoy muy contenta. Me siento muy bien. Tuvimos buen parto. Mi hija y mi nieta están ok". Con resignación dijo: "La niña se parece al padre... pero tiene mi carácter: cuando tiene hambre llora con la fuerza y el sonido de una gaita en romería. Y así soy yo, cuando tengo hambre también lo manifiesto con firmeza".

"Ya le escogieron nombre. Se llamará como yo y el segundo nombre, que en este país se reduce a una inicial, es tomado de una novela de moda. También tenemos varios candidatos para padrino pero el que le gusta a mi hija y a mi yerno, no le gusta a mi esposo porque todavía le debe un dinero que le prestó".

Después de quince largos minutos de escuchar sin haber tenido oportunidad de decir más de dos palabras, la abuela novata me había hecho víctima de repentino insomnio que acabó con mis intenciones de dormir hasta tarde aquella mañana.

El monólogo continuó. Nuestra amiga estaba en un gran aprieto: Estaba indecisa sobre el tipo de pañal que debía usar su nieta. Se inclinaba a comprarle los de tela antiséptica y absorbente que ella usó cuando era bebita y que la tradición apoya. Pero reconocía la conveniencia de esos modernos pañales desechables que anuncian por la televisión.

Aún reconociendo que el suplicio telefónico que yo estaba sufriendo lo había soportado ella antes cuando mi mujer le comunicó el nacimiento de cada uno de mis diez nietos, con mal disimulado enfado la interrumpí para recomendarle que comprara un pañal de cada clase, para adultos, de su talla, que los usara los dos y que decidiera entonces según su propia experiencia.

 

AHORA EN SERIO:


El mundo necesita, urgentemente, una restauración cristiana. Mira a tu alrededor y verás la ansiedad de los que carecen de lo que nosotros tenemos, de los que piden que les orienten hacia una nueva ruta, en un cambio de rumbo poniendo "proa al cielo". Para reconstruir nuestro mundo "desde sus cimientos" que son los hombres, se necesitan cristianos convencidos, alegres y decididos. No hay lugar a dudas en cuanto a la influencia que tiene, en cualquier ambiente, una persona alegre y afectuosa. Pocos, muy pocos, son los que se resisten ante una alegría verdadera y un afecto sincero.

El cursillista tiene ambas condiciones: Alegría de vivir en gracia haciendo el bien. Alegría de recorrer el mundo sin temores, porque sabe conducirse por todos los caminos guiado por sus principios cristianos. 

El afecto de los hombres y mujeres que se han entregado a Cristo en un cursillo no es carnada para atraer beneficios terrenales. Ellos ven en cada hombre y mujer un hermano. En cada situación una oportunidad de servir. En cada palabra dicha -a favor unas veces o en contra cuando sea necesario- una intención de hacer el bien. Afecto sincero que lleva a estimular con todo entusiasmo una actitud buena y oponerse con determinación a toda causa corrompida.

El cursillista tiene que hacer buen uso de sus valores, a todas horas, todos los días, durante todos los meses del año. Entre los cursillistas no cabe el gastarse poco a poco para no "quemarse". Es el tipo de hombre que debe estar entre los hombres. No puede enclaustrarse para no contaminarse. Debe iluminar con su presencia todos los rincones sin luz. Tiene que contagiar, entusiasmar. Su deber es darse, servir, conquistar. 

Somos "inexcusables", ¿te acuerdas? "Cristo cuenta con nosotros, ¿te acuerdas? Pues con la ayuda de Su gracia, ilustrado por tu estudio, inspirado por al amor a tus hermanos, redobla tu acción para que hagas tu parte en esa gigantesca empresa de la reconstrucción cristiana del mundo. 

Y ten presente que "la alegría y el amor son como el fuego: o se propagan o se apagan".