Embarazosa sorpresa

Autor: Manolo Campa

 

   Disfrutábamos un fin de semana en la playa.  Los parientes de mi esposa nos habían invitado a su apartamento cerca del mar.  La vista hacia el horizonte desde aquel octavo piso era fascinante.  La proximidad al océano halagaba mis sentidos.  La inigualable sensación del baño de mar, la refrescante brisa marina, la belleza del sol al amanecer y al atardecer, me producían un bienestar físico insuperable. 

   Me gusta madrugar.  Y si estoy en la playa aprovecho las primeras horas del día, cuando el sol calienta moderadamente, para darme una zambullida y caminar por la arena.  El sábado, durante el almuerzo a la sombra de unos cocoteros, propuse ir a la primera Misa a la mañana siguiente.  Mi esposa votó en contra.  Ella, como no es madrugadora, se pronunció a favor de la Misa de doce. 

   Para resolver los desacuerdos entre nosotros, desde los primeros años de nuestro matrimonio, mi esposa elaboró la siguiente norma:  “Cuando los dos estemos de acuerdo, la razón la tienes tú; pero cuando no estemos de acuerdo, entonces la razón la tengo yo”.  En esta ocasión el convenio falló pero llegamos a un acuerdo intermedio:  Accedí, a regañadientes, a asistir a la Misa vespertina de aquel sábado. 

   Aquel medio triunfo en la disputa no me complacía... y la media derrota me “bestializaba”.  Llegué a los predios de aquella iglesia que visitaba por primera vez, con la actitud agresiva de los chóferes de taxi de Nueva York.  Cuando buscaba un espacio para estacionar el auto, un muchachón, imprudentemente se interpuso en mi camino.  Lo miré con mirada de hidalgo ofendido y le dediqué unas frases de esas que les dicen los carreteros a los bueyes cuando no quieren tirar de la carreta.  Olvidé que estaba a unos pasos de la Casa de Dios y me lancé a la ofensiva... ofendiendo en dos idiomas.   

   La sorpresa del sábado la tuve cuando apareció el celebrante de aquella Misa... aquel curita joven en el altar me hizo sentir más pequeño de lo que soy:  ¡Era el muchachón de la bicicleta que se ganó mis “halagos” en el parqueo! 

   En busca de atenuantes di marcha atrás al tiempo y analicé lo ocurrido:  El joven imprudente, vestía totalmente de negro en verano... montaba su bicicleta por el parqueo con la audacia y la despreocupación del que tiene un Angel de la Guarda influyente... respondió a mi “locución” mostrándome dos hileras de dientes relucientes que calmaron mi coraje... se apartó de mi camino amablemente y siguió alegre dando tumbos por entre aquellos autos con su bicicleta de tercera mano. 

   Me gustó su sermón:  Corto sin faltarle nada.  Tomó la Palabra de Cristo y la aplicó a los sucesos de actualidad como si el Señor hubiese hablado hace unos días para los que buscan solución a los problemas vigentes.  Hablaba español como hacen mis hijos:  Cada frase en el idioma de Cervantes era “sazonada” con  palabras en inglés.  No regañó desde el púlpito... tampoco buscó justificaciones a los males de hoy... se limitó a hacernos ver la vigencia actual del mensaje de Cristo... mostrando frecuentemente dos hileras de dientes blancos que ganaban amigos con facilidad. 

   Escuchando la voz de mi conciencia que me hablaba en el mismo tono acusador que usa con frecuencia mi esposa cuando no paro en firme en un “stop”, me puse una multa:  Cuando pasaron “el cepillo”, deposité dos dólares en vez de uno en la primera colecta... y en la segunda, en vez de quedarme de rodillas pretendiendo estar meditando y no echar nada, dejé caer dos “cuoras”. 

   Al terminar la Misa, el curita no salió por la sacristía... para que tuviese que encontrarme de nuevo con él, cara a cara, y mi contrición fuese  total, salió por la senda y seguí empequeñeciendo al disfrutar de nuevo de aquella sonrisa que era un indulto a todas las faltas del Pueblo de Dios. 

EN SERIO: 

   Si en lo humano, en nuestras relaciones sociales, el hombre que influye es el que tiene una personalidad más agradable, está claro también que para triunfar en lo apostólico, es fundamental que el hombre al servicio de Dios utilice, con el mayor garbo, sus atributos personales. 

   Tengamos alegría y contagiemos al mundo con ella.  Alegría espontánea, natural, que brota del alma que vive intensamente la vida de Dios, que disfruta y manifiesta externamente su felicidad. 

   Aprende a sonreír.  Sonrisa que sea el reflejo de nuestra tranquilidad de conciencia y del regocijo interior.  Toma nota:  “Una sonrisa es tu pasaporte para entrar en el corazón de los demás”.