El papel de la mujer en el hogar

Autor: Manolo J. Campa

 

 

 

San Pablo, en su Primera Carta a los Corintios, capítulo 13, escribió (cito frases aisladas): “El amor es sufrido… no se irrita… no piensa mal… a todo se acomoda… todo lo espera, y lo soporta todo.” El Apóstol de los Gentiles, “estaba claro”, clarísimo, por eso, como una muestra de amor a mi esposa en el Día de los Enamorados, este artículo versará sobre el papel de la mujer en el hogar, aquí y ahora, según su parecer.

En mi casa, la puerta del refrigerador es el lugar donde aparecen notas, recortes de periódicos y advertencias manuscritas que se colocan allí para respaldar criterios y protestas verbales, hechas o por hacer, por mi “media naranja”. Hace unas horas, leí lo siguiente: “El ama de casa en Norteamérica tiene que afrontar diariamente tantos retos que su función es igual a la del gerente general de una planta manufacturera”… con una coletilla de su puño y letra: “Afirma un eminente psicólogo de Boston”. La intuición, más que ésta, la experiencia, me indicaba que el próximo debate sería sobre la importancia de la mujer en el hogar, las ciencias, las artes, el progreso, los viajes espaciales, la invención de la sopa de ajo… en todo.

Efectivamente, después de la cena, cuando ya estaba listo para leer el periódico, convirtió mi tiempo de lectura relajante en el espacio de ella para exponer una serie de reivindicaciones femeninas. Sin ningún preámbulo pues sabía que había leído su nota en la puerta del refrigerador, con actitud firme y voz solemne, dijo: “La única diferencia entre un ama de casa y el gerente de una fábrica es que ella no recibe el sueldo y otros beneficios adicionales que recibe él.”

Cuando traté de opinar, a la primera sílaba que dije, me ordenó callar hasta que ella terminara de exponer toda su teoría del valor de la mujer en la familia. Las palabras de San Pablo me calmaron: “… el amor es sufrido y lo soporta todo”. Para acelerar aquel “mitin”, obediente callé y ella continuó. “Escucha lo siguiente: La mujer ama de casa y el hombre en un cargo gerencial de categoría intermedia, ambos deben saber como controlar el inventario. Ella tiene que hacer las compras y mantener la despensa bien surtida.” 

Otra vez traté de hablar, sin lograrlo. Ella, con pausada elegancia, creyendo que estaba hablando “ex cátedra”, en tono decisivo siguió enumerando lo que ambos, el gerente y el ama de casa, deben saber: “Tomar la materia prima –en el caso de la mujer, los hijos- darle forma, formarlos y sacar de ellos un producto bien terminado”.

De nuevo las frases paulinas me aplacaron: “… el amor no se irrita… a todo se acomoda”. Esta vez, aguantando, no dije ni pío. Ella, magistralmente, continuó nivelando las funciones del gerente y el ama de casa: “Dirigir el trabajo y saber como orientar y motivar a otros. En nuestro caso, el trabajo es en el hogar y los otros son los niños y el esposo.” ¿El esposo? Orientar y motivar… ¿A mi? Pregunté extrañado. “Sio, calla”, me dijo y volvió a su tesis: “Saber como presupuestar y manejar los gastos. Enfrentar conflictos en la empresa, que para la mujer, es la familia. Trabajo enorme que requiere una gran versatilidad. Sólo piensa que mis cinco hijos tenían cincuenta uñas que mantener limpias y cortadas, (hizo una pausa para darle tiempo al gastado engranaje de mi memoria a funcionar) y cinco caras que lavar, (pausa de nuevo, con la misma intención), y diez orejas que frotar por detrás.”

“El amor no piensa mal”, era otra de las frases de San Pablo, citadas al comienzo de este escrito que me ayudaba a reflexionar. Pensándolo bien, dije para mis adentros, además de lo que ha enumerado, ella maneja las lavadoras de ropas y platos, limpia y ordena la casa, compra alimentos, prendas de vestir, ornamentos, adornos, plantas y le hace frente a cuantas emergencias se presentan… y no lo notamos hasta que deja de hacerlo. En la batalla por la felicidad de la familia, ella está en la vanguardia. El eminente psicólogo de Boston tenía razón. ¡Nuestras esposas y madres son los cimientos de las familias de América!

EN SERIO:

Hace años, me enamoré de una joven en la Habana y cuando le pedí que se casara conmigo, en una carta me dejó saber como era “el hombre de sus sueños”. Los requisitos y detalles que ella mencionaba entonces, no han perdido vigencia. Sobre todo para los hombres que me leen, transcribo algunos párrafos que me han ayudado en mis empeños por ser mejor.

Escribió ella: “Como toda mujer, tengo una imagen muy bien determinada de lo que quiero encontrar en el hombre con quien compartiré el resto de mi vida. ‘El hombre de mis sueños’, mi esposo, lo sueño como todo un hombre. Ante todo, y esto es un requisito indispensable, tiene que aceptar que nuestro matrimonio no es de sólo nosotros dos, sino de tres personas. Que será un matrimonio donde el Señor va a estar entre nosotros siempre para unirnos más y ser El, centro de nuestro hogar.”

“Mi hombre” tiene que comprender que yo, por ser mujer, soy delicada, sensitiva y débil y que su trato para conmigo tiene que ser diferente al trato de él para con otros hombres. Yo tengo que ser ‘su algo especial’. Espero siempre me respete por ser mujer, y no mujer a secas, sino el respeto que debe tener un hombre por una dama. Tener conciencia que aunque la tendencia moderna es a igualar a la mujer con el hombre, yo espero siempre ser tratada como mujer, con gentileza y caballerosidad.”

“Honestidad es otra cualidad que mi esposo tiene que tener. Que pueda ir siempre en su compañía orgullosa y tranquila de su recto actuar, ya sea en sus relaciones de negocios como en sus relaciones sociales. Tiene que infundirme confianza y darme esa seguridad, no tanto económica, como moral, que las mujeres siempre buscamos en ‘nuestro hombre’. Tiene que tener un alto concepto del matrimonio como sacramento y como célula base de una familia cristiana. Espero su comprensión; necesito que sea mi guía, el verdadero cabeza de familia, la persona con quien pueda compartir mis problemas, mis alegría, mis dudas y mis inquietudes, sabiendo que al ser mías serán también suyas pues tendremos que ser uno solo en cuerpo y alma.”

“Mi esposo debe tener principios morales y firmeza de carácter pero también debe saber ser humilde cuando el caso así lo requiera. Ser sencillo y sincero y demostrarme su amor más con sus acciones que con sus palabras.” 

Acepté sus “reglas del juego” y hace cuarenta y ocho años soy “el hombre de sus sueños”… y sus pesadillas. *