El guateque de Don Gervasio

Autor: Manolo J. Campa

 

 

   Don Gervasio es un guajiro de impresionante estampa.  Es alto, corpulento, de piel bronceada por el sol.  Viste guayaberas talla “extra large”.  Es la imagen viviente de un prócer de la patria inmortalizado en un monumento.  Cuando habla lo hace con la simpatía típica de los hombres del campo.  Es firme en sus criterios.  Sus puntos de vista son producto de una sabiduría natural sorprendente.  Dice siempre lo que piensa y siempre piensa bien.  Hoy, a sus ochenta y tantos años de edad, es cabeza de una numerosa familia que lo quiere y lo respeta.  Al cumplir años, “el día de los Santos Inocentes”, como él declara con orgullo, sus familiares nos invitaron a un guateque por todo lo alto que en su honor celebraban.

   El baile, después de la reunión con los nietos, es la diversión favorita de mi esposa.  Para ella este acontecimiento no está limitado al momento de mover los pies, las caderas y los hombros a ritmo de piano, tambor y corneta... empujón, pisotón y traspié.  La fiesta está precedida del “prebaile” y después le siguen los días del “post-baile”.

   El “prebaile” incluye el importantísimo diálogo con las amistades y los planes previos con sus “ilógicas” modificaciones diarias.  El coloquio telefónico de mi mujer con sus amigas le sirve para tomar y dar idea sobre el vestuario, el peinado, el maquillaje nocturno, el color del esmalte de uñas y otros “remiendos” propios del sexo bello.

   Mi esposa tiene dos carteritas para usar de noche, pero habitualmente, en cada salida que hacemos para ir a una fiesta después de ocultarse el sol, luce una que le ha prestado su hermana, una hija o una vecina.  Esta prenda para las grandes ocasiones es tan diminuta que dos aspirinas, un pañuelito, la tarjeta de crédito y dos moneditas de diez centavos ocupan toda su capacidad decarga. Hoy cuando las mujeres se visten elegante usan pantalón y chaqueta o unos sayones de dormir como los usaba mi abuelita pero adornados con prendedores, botones y llevan cinturón.

   El mundo cambia.  Cambian los signos de los tiempos y también los guajiros en sus bailes.  Yo no concebía un guateque criollo sin guajiros en guayabera.  Pues hoy hay fiestas de guajiros sin guayabera y sin zapatos altos apropiados para hacer ruido al bailar un zapateo criollo.  Hoy esos hombres recios curtidos por el sol visten, sin sonrojarse, camisas de vuelitos y sacos corte principio del siglo pasado con calzado masculino de charol, material antes reservado para uso del sexo femenino.

   Para esta festiva ocasión mi mujer se enfundó en un traje largo, blanco, con rayas negras que parecía una camisa de árbitro de fútbol americano puesta del cuello hasta los pies en vez de la cintura para arriba.  Yo, bajo protesta, vestí una combinación multicolor que en otro tiempo solamente se atrevían a usar los músicos varones que tocaban en las orquestas de mujeres en los cafés del Prado, frente al Capitolio, en la Habana.

   Aquél, de verdad, fue un guateque inolvidable:  La comadre Micaela, a pesar de su bastón y de su artritis, mejor dicho, apoyada en su bastón y olvidada de su artritis, bailó danzones y guarachas y “arrolló” en la fila de una conga comunitaria.

   El serio de Sirvilio, hombre de voz y mando en una organización de transporte, se olvidó de su seriedad, alegremente bailó con su mujer y bailoteó solo cuando ésta se cansó... hasta consiguió un escobillón que hacía girar como si fuera una farola de comparsa callejera que a muchos hizo estornudar.

   Los jóvenes bailaban moviendo los brazos y los hombros como títeres amarrados con cordelitos y daban patadas planas, dando vueltas, como cazando cucarachas.  Bailaban las piezas movidas, separados como en los “field days” de los colegios.  En las “slow” ellas se colgaban del cuello de ellos como Juana en su época se colgaba del cuello de Tarzán para ir desde un árbol hasta el lomo del elefante Tantor.

   El guateque terminó entrada la madrugada pero el “post-baile” continuó durante varios días.  La prima de mi mujer la interpeló detalladamente, sin dejar escapar nada sobre cada persona conocida por ella.  ¡Qué buen agente del F.B.I. hubiese sido!  ¡Cómo enmaraña, teje y desteje sucesos del pasado y actuaciones del presente!

   Durante esos días del “post-baile” la comida no estuvo a su hora.  Los comentarios telefónicos de mi mujer con sus amigas hicieron que comiésemos a deshora... solamente “tividiners” y sobras de las comidas anteriores al guateque de Don Gervasio.

 

EN SERIO:

   En 365 días y 6 horas, la Tierra recorre su órbita alrededor del Sol.  A este tiempo se le llama año.  Durante el año el futuro se va convirtiendo en presente, y cuando el presente ha consumido su término queda para siempre alojado en el pasado.

   Por delante tenemos doce meses para emprender la gran aventura de hacer amigos, nuevos amigos, conocer nueva gente, estrechar otras manos, reír unidos a nuevos afectos.  Trescientos sesenta y cinco días para aprender a disfrutar otra música, gustar otros platos, conocer otras costumbres, otras tradiciones.

   Unamos nuestros esfuerzos a otros esfuerzos por la paz, la libertad, el progreso, la justicia y el orden.  Aprendamos a amar a otros que hablan con diferente acento.  Aprendamos a hablar mejor otra lengua para comprender mejor otra cultura, para facilitar que comprendan la nuestra.

   Este año el mundo nos lucirá más bonito cuando descubramos lo bueno que existe en otros seres humanos.  Cuando sean las cosas buenas del proceder de los demás lo que más nos impresione de ellos.  Cuando reparemos en sus fallas sólo para ayudarles a superarlas... y si nada podemos hacer, aceptémosles con sus defectos que por reflejo, ellos nos aceptarán a nosotros con los nuestros.  “Aprovecha cada amanecer para hacer el bien y sembrar amor por el mundo”.