El encanto de una sonrisa

Autor:  Manolo Campa

 

   Sucedió un día de la recién llegada primavera.  El amanecer se había convertido en una lindísima mañana.  Había detenido mi auto obedeciendo la señal en rojo de un semáforo.  Mientras esperaba daba gracias a Dios por el bello día.  ¡La belleza de la Pascua Florida me llenaba de alegría!

   La luz roja se apagó, y antes de encenderse la señal verde, un automóvil queestaba a mi derecha, temerariamente se adelantó hacia la izquierda, situándose delante de mi que esperaba disciplinadamente.  Cuando la luz verde por fin apareció, apuré la marcha para darle consuelo a mi disgusto viéndole la cara al que se había atrevido a “darme la brava” poniéndose delante de mi, en mi senda.

 

   El imprudente no era “un” imprudente: era una jovencita.  El enfado que sentía se torno en comprensión: había escuchado un millón de veces que las mujeres manejaban así.

 

   En una mirada le hice un concienzudo análisis.  Lucía una abundante cabellera a medio peinar.  En su rostro se notaban dos cosas: la inexpresión típica de la persona que no se ha despertado del todo, y una palidez parecida a la de la magnolia que se cultiva a escondidas del sol.

 

   Aquella muchacha conducía con una habilidad impresionante.  Con una mano dirigía el timón.  Con la otra, durante varias cuadras fue peinando su cabello.  En las cuadras siguientes, mantuvo la vista de un ojo en el camino mientras con el otro ojo, utilizando el espejito retrovisor y un aparatito parecido a un palillo de dientes con pelitos erizados, fue untándose ese betuncito negro que las damas se ponen en las pestañas por algo y que las hace derramar lágrimas negras cuando se emocionan.

 

   Nos detuvimos delante de otro semáforo.  Con rapidez y maestría, con una brochita se trazó una raya carmelita en cada lado de la cara desde la oreja hasta casi la punta de la nariz.  Aquellas marcas en las mejillas me recordaron a los indios del oeste americano que se adornaban así para las bodas y las guerras.

 

   Cambió la luz.  Emprendimos la marcha de nuevo.  Conduciendo a la defensiva mantuve una distancia prudencial entre su auto y el mío, pero sin alejarme mucho para poder seguir observándola.  Con admiración noté que trataba de despertarse dándose vigorosos masajitos en la cara, precisamente sobre las líneas carmelitas que se había pintado con la brochita.

 

   Veinte cuadras después de nuestro primer encuentro, aquella joven semidormida y de despeinada belleza lánguida se había transformado.  El pelo antes en descuidado desorden, ahora caía perfectamente en su lugar.  Los ojos que antes mantenían los párpados a media asta en conmemoración al sueño que no se acababa de ir, ahora lucían grandes, expresivos, alertas, con la plástica belleza característica de la bailarina que en la escena interpreta, levantada en los dedos de los pies, al cisne enfermo de muerte.  Las mejillas, antes sin color y sin vida, ahora lucían la lozanía del melocotón que admiramos en los niños gorditos que juegan en la nieve.  ¡Qué transformación!

 

   En la próxima parada obligatoria, al quedar nuestros autos detenidos ventanilla con ventanilla, al ver que me miraba con la expresión satisfecha del artista que ha terminado con éxito su obra de arte, me lleve a la boca los dedos de la mano unidos en un ramillete que se abrió al tocar mis labios, en ese gesto popular que quiere decir: ¡Muy bonita!  Entendió el mensaje y me regaló una sonrisa que me devolvió con creces la alegría que había perdido veinte cuadras atrás.

 

“LA SONRISA ES A LA BELLEZA LO QUE LA SAL A LA COMIDA”

 

   La sonrisa puede interpretarse como la evidencia externa de ser feliz y sentir que todo está bien.  Una sonrisa es un aliento, una aprobación... puede mostrar la fe profunda en el bien que hay en todos y en todo.

 

   Pero no importa tanto lo que la sonrisa comunique, es un regalo y se da libremente.  Cuando sonríes recibes tu también una sonrisa o suavizas un gesto huraño.  Una sonrisa es la llave que mejor abre las puertas al diálogo.  Dale el regalo de una de tus sonrisas a todo el que encuentres triste y apesadumbrado.  Así cuando termine el día, al llegar la noche, te irás a dormir feliz y contento porque los regalos de tus sonrisas han vuelto para bendecirte.

 

   Y al contemplar el hermoso mundo en que vivimos demos al Creador una sonrisa de aprecio y alabanza por el cielo, las nubes, el sol y las estrellas.  Por la hierba, los árboles y las flores.  Por el mar, los ríos y los arroyos.