La prima de la tía

Autor: Manolo Campa 

  

  Después de la gran tormenta que congeló todo el norte de la nación, llegaron a casa unos parientes de mi esposa.  Venían escapando del frío y con la intención de ir a la playa para descongelarse tomando el sol y dándose unos cuantos baños de mar.  No avisaron su llegada.  Tomaron mi casa por sorpresa como comandos militares sorprendiendo al enemigo.  Aparecieron como pelos en la sopa.   

   La tía que vive con nosotros lloró emocionada al encontrarse de nuevo con la prima que no había visto desde que fue a Nueva Jersey el otoño pasado.  Aunque todas las semanas hablan por teléfono  “largo y tendido” -como si las llamadas de larga distancia las cubriese el Medicare- cada vez que se encuentran hay diluvio de lágrimas.   Eso sí, tengo que reconocer que la buena señora es muy emotiva.  Lloró muy afligida el día que le pisó el rabo a una lagartija y la dejó mocha. 

   La tía en cuestión tiene muchos primos.  La mayoría de los que conozco no tienen ninguno de sus apellidos.  Si usted nació en Asturias puede tener el privilegio de ser considerado primo de nuestra tía.  Si tomó su primera fabada en una botella de sidra con biberón, en Avilés o en Gijón, le será solicitada su foto para ser archivada en una caja de zapatos con otras decenas de personas consideradas parientes  ilustres. 

   La prima, muy devota de Santa Teresita, se enteró que pertenecíamos a la Parroquia donde se honra a dicha santa y me pidió que la llevara a misa todas las mañanas... a las seis y media.  Traté de disuadirla de ese empeño porque nos quedábamos hablando, todos los días, hasta pasada la media noche.  Agradeció mucho mi preocupación por ella.  Trató de tranquilizarme diciéndome que ellos –“los comandos”- dormían diariamente una “siestecita” muy reparadora, de una a cuatro de la tarde.  No me tranquilicé porque la preocupación  no era por ella...  era por mí que todos los días, a la hora de la mencionada siesta, manejaba –peligrosamente medio dormido- yendo a buscar los nietos al colegio. 

   La “tapa al pomo” se la puso el hijo de la prima cuando preparó un picnic en la playa... ¡en pleno invierno!  Llenó mi nevera portátil con latas de cerveza.  No dejó espacio para otras cosas.  Tuve que pedir otra nevera prestada al vecino que le gusta la pesquería.  La que me dio tenía olor a camarones para carnada.  Mi queso con guayaba olía a mar y sabía a mariscos. 

   ¿Ha ido usted a la playa en invierno?  Vaya solamente a disfrutar del sol y hágalo abrigado.  ¡No se meta en el agua!  Aunque le pongan en la disyuntiva de declararse hombre o ratón, quédese en la arena, a buena distancia del mar.  Pálido y con la piel como las gallinas, no podía comprender que los “yankees” disfrutaran tanto en una temperatura de sesenta grados, fuera del agua, y de menos grados aún, dentro de ella.  Los turistas se paseaban casi desnudos, colorados como camarones hervidos.  Llenos de vigor, alegremente se sumergían en aquellas aguas heladas, mientras yo trataba de entrar en calor envolviéndome en una colcha vieja que habíamos llevado para sentarnos en ella, extendida sobre la arena.     

   No soy muy “notable” en estatura pero cuando a empujones me hicieron entrar en el mar era más grande que cuando, a la carrera, salí del mismo.  Salí de aquel suplicio de agua helada, encogido, casi tieso, frío, amoratado.  Cuando crucé los brazos sobre el pecho para acurrucarme en busca de calor, sentí la misma sensación que se siente cuando se toca un cadáver. 

   El short rojo subido –ahora descolorido- que compré para mi luna de miel en Varadero, se me escurría del cuerpo.  No estoy más delgado hoy que entonces pero es innegable que el frío hasta el acero reduce.  Y el café caliente, previsoramente llevado para remediar la situación en que me encontraba, se había acabado.  Una parte se la tomaron tacita a tacita, mi mujer y los “invitados” y la otra mitad que quedaba en el “termo”, la liquidó la tía que es muy devota del cafecito cubano. 

EN SERIO: 

   Con la sana intención del amigo que comparte sus ilusiones con otro amigo, llevo al teclado algunas ideas que ponen fuego en mi corazón.  Busco con ello hacer brotar el optimismo fecundo de la confianza en Dios que es capaz de dar sentido a la vida, tanto a la de aquél que ríe como a la del que sufre. 

   Cuando el ser humano es instrumento de paz, alcanza ese algo indefinible que hace verdaderamente feliz.  Y el ideal de todos los seres humanos es alcanzar la verdadera felicidad.  Seamos mejores para ser más útiles.  Analicemos nuestra manera de ser, sepamos a ciencia cierta como somos; con lo que podemos contar y lo que nos falta alcanzar para ser efectivos.  Fortalezcamos nuestra voluntad para poder vencer la apatía, el desgano y la indiferencia que producen la incapacidad de los bienintencionados. 

   ¡Avivemos nuestro entusiasmo!  Esta es la virtud de los grandes logros.  Vivamos llenos de un dinamismo basado en la fe y en la esperanza cristianas.  Las personas capaces de arrastrar tras de ellos a otros, están llenas de una fogosidad contagiosa.  Y recuerda:  “De la oración brota la energía para la acción”.

mcampa@bellsouth.net