Cada uno con sus “cadaunadas”

Autor: Manolo J. Campa

 

 

Una casa es algo más que un domicilio cuando los que en ella conviven logran ser felices compartiendo virtudes y defectos, transigiendo con las diferentes maneras de ser y de actuar de cada uno. Por ejemplo: A la que es mi esposa y a mí, desde la infancia, nuestros mayores nos indicaron que la ducha es una actividad mañanera. Ayer nos “programaron” con la mejor de las intenciones que, sin embargo, hoy causa conflictos. Mi mujer se da una ducha caliente al levantarse. Yo también me doy la mía antes de desayunar… pero con agua helada… la caliente la usó ella, toda. No puedo afeitarme mirándome en el espejo. Lo hago a ciegas, al tacto… ella se arregla, calmadamente, frente al espejo durante todo el tiempo que yo puedo dedicar al aseo de la mañana.

Yo aprieto el tubo de crema dental por abajo para no deformarlo. Ella lo hace por donde se le ocurra. ¡Eso me bestializa! Yo abro los sobres de cartas nítidamente con un cortaplumas… ella los hace trizas con el dedo meñique. Yo hago los depósitos en el banco. Ella las extracciones. Yo trato de ahorrar. Ella también… a su manera: recorre diez millas para economizar tres dólares. Según estadísticas oficiales, recorrer una milla en un automóvil con motor de seis cilindros, cuesta cuarenta y nueve centavos y medio. 

Ella compra los víveres. Yo cargo y descargo los cartuchos siguiendo sus instrucciones. Me siento como un estibador de los muelles recibiendo órdenes de un capataz con faldas. Siento gran placer en dormir la siesta… ella en despertarme para ir a visitar a los nietos. Habla de ellos con hemorragia de superlativos. Yo escucho orgulloso y complacido… también soy abuelo de esos niños prodigiosos.

Ella disfruta caminando de prisa y hablando al mismo tiempo, a igual velocidad. Yo prefiero disfrutar de la brisa y la tranquilidad sentado plácidamente, en silencio, dormitando debajo de la mata de aguacates. Ella siempre está inventando algo que hacer, y en todos sus proyectos tomo parte involuntariamente. En los trabajos de jardinería, ella compra las maticas y yo las siembro y transporto las macetas de un lugar a otro… y de allí a donde estaban antes. 

Yo tengo memoria de mosquito… mi mujer de elefante. Memoriza: recetas de cocina, fechas de aniversarios y cumpleaños, vencimiento de vacunas de hijos, nietos, perros, y números de teléfonos de amigas de su “red telefónica”. Yo no recuerdo las edades de nuestros hijos, mucho menos la fecha del cumpleaños de la tía-abuela que se ofende si no la felicitan ese día a la salida del sol. Y en algunas lamentables ocasiones he olvidado la “inolvidable” fecha en que nos conocimos en un verano hace medio siglo.

Ella me aventaja en la lectura. Ella escoge lo que lee por el contenido del libro sin importarle el número de páginas. Por mi parte, cuando empiezo un libro me esfuerzo en terminarlo… por eso solamente leo libros flaquitos. Ella insiste en ir al dentista cada seis meses. Yo prefiero ir todos los 29 de febrero para apartar cíclicamente esos momentos de martirio. 

A ella le gusta dar consejos, indicaciones, instrucciones y marcar pautas a seguir. A mi me disgusta que me den consejos, indicaciones, instrucciones y pautas a seguir que no he pedido.

EN SERIO

Un hogar es algo más que un edificio con techo, paredes y muebles. No es un motel donde se estaciona el auto y se pasa la noche. Es más que un restaurante donde comen juntos unos extraños. En un hogar vive y convive una familia que se ama y se ayuda. En él, padre y madre dan lecciones de amor a sus hijos amándose y ayudándose. Se participa de las alegrías y las tristezas; de sueños, logros y desencantos; de lo mucho o lo poco. 

La felicidad y la tranquilidad se alcanzan tratando de eliminar aquello que por descuido, indiferencia o egoísmo hace daño a las relaciones entre todos. “Hogar, dulce hogar” es aquel donde el amor cubre con su manto de comprensión las asperezas naturales que en el diario convivir se pueden producir.