Conflicto doméstico

Autor: Manolo J. Campa  

 

 

Motivado por la grata brisa primaveral, rastrillaba en el patio las hojas caídas cuando de pronto escucho la voz de mi esposa que compungida me informaba la defunción de uno de nuestros electrodomésticos: “se rompió la lavadora de ropa”.  Con sincero dolor “de bolsillo” recibo la noticia.  ¿Cuánto nos costará una nueva lavadora?  Pensé angustiado.  Dejé el rastrillo sobre el montón de hojas para que el viento no las dispersara y me dediqué a buscar precios en el periódico.  

En efecto, mis temores eran ciertos: la nueva lavadora de ropa costará 25% más que la vieja.  No estoy “armando un pataleo” injustificado, al contrario, los números respaldan mi queja.  Este año el aumento por “el costo de la vida” en las pensiones que recibimos los jubilados fue de 2.7% solamente... porcentaje al que llegaron los economistas del gobierno basados en datos que no concuerdan con los míos.  

Y tengo que reconocer que son “duchos en la materia”.  Los senadores que estudian la economía de la nación para repararla: ¡Primero se aumentan el sueldo! ¡Qué bárbaros, son unos campeones!  Pero a los jubilados el aumento del 2.7% no les alcanza para cubrir el incontenible aumento en el precio de la gasolina… ni el aumento en el peaje, ni en los parquímetros, ni en los sellos de correo, ni en el Impuesto sobre las Ventas y a la Propiedad Inmueble que ha dado lugar a un superávit record en las arcas del Estado de la Florida.   

“No necesitamos lavadora de ropa eléctrica”, le comuniqué a mi mujer sin resultados favorables.  Para dar fuerza a mi argumento utilicé unas palabras de mi difunta suegra, dichas cuando compramos la lavadora que ya no lava: “Lavar a mano es mejor porque la lavandera ve donde están las manchas y restriega sobre ellas con más fuerza, etcétera, etcétera”.  Reacción a mis razonamientos en los próximos párrafos.  

Aceptando mi lógica, mi esposa compró, “no se dónde”, una tina de latón y una lavadora de madera y cinc corrugado para enjabonar y restregar la ropa, a la usanza de las primeras décadas del Siglo Veinte, para que “yo” lave mi ropa.  Ella utiliza la lavadora eléctrica de la hermana para la suya… pero no para la mía.  

En la foto que deja constancia gráfica de lo que estoy narrando, note la sonrisa de triunfo de mi mujer rodeada de tres de sus nietos y el que esto escribe.  Detrás de la ropa que cuelga del tendal puede verse la tina y la lavadora de madera y cinc.  Con la firmeza del que defiende una causa justa no he cedido… aún.

 

EN SERIO:

 

En septiembre de 1938, al comenzar el curso escolar en el Colegio De La Salle del Vedado conocí a Rafael Díaz Hanscom.  Nació en Nueva York, el 9 de agosto de 1931, hijo de padre cubano y madre norteamericana.  Cursó su Primera Enseñanza y tras cinco años de Bachillerato vino a los Estados Unidos, graduándose de Ingeniero Mecánico en Gainsville, Florida.  

Rafael (Vicky para sus amigos) fue un compañero ideal, un buen estudiante, gran atleta destacándose en baloncesto y béisbol.  A pesar de su juventud alcanzó grandes logros en su carrera profesional, fundando en La Habana dos empresas comerciales.  

Todo un patriota, ejemplo de buen cubano, nuestro mártir fundó la Unidad Revolucionaria.  Uno de los primeros, entre decenas de héroes que ofrendaron sus vidas en lo mejor de su juventud…  Fue fusilado en la fortaleza de la Cabaña el 20 de abril de 1961, muriendo al grito de “Viva Cristo Rey… Viva Cuba Libre”, con lo que resumía todo lo grande y limpio de su corta vida.  

Rafael era la encarnación de la dignidad y el decoro de hombres verdaderos; de una joven generación irreducible; una generación que prefirió mil veces seguir combatiendo aún desde el sepulcro, a tolerar la más ligera disminución del derecho de los cubanos a vivir, pensar y actuar con libertad. ¡Por eso murió Rafael!  

Murió Rafael, pero no su obra, porque el hombre que muere defendiendo la libertad, que es morir por la patria y por su pueblo, jamás perece.  El ejemplo de su valentía y coraje queda con los que lo conocimos, por el resto de nuestras vidas.