Vacaciones en bicicleta

Autor: Manolo J. Campa  

 

 

Envuelto en la lectura del periódico, disfrutaba  las primeras horas de la mañana.  De pronto mi esposa, dulcemente, me interrumpe con estas tentadoras frases:”Hagamos un alto para tratarnos a nosotros mismos con cariño en estos meses de verano.  Hagamos tiempo para la calma y el sosiego… para pasear, meditar, recrearnos, sin prisas, visitando lugares de interés, escuchando buena música.  ¿No te gustaría llevarme en un viaje de vacaciones de verano?“  

   No, conteste.  ¿NOooo?, preguntó asombrada... No, reafirmé y continué disfrutando “la calma y el sosiego” entregado a mi lectura preferida.  Ese día, el almuerzo fue fatal: me sirvió lo que había quedado de la cena de la noche anterior… y en la puerta del refrigerador, a mi atención, colocó la siguiente nota: “En las vacaciones es posible consagrarse más a la oración, a la lectura y a la meditación sobre el significado profundo de la vida.”  Papa Benedicto XVI.     

   Mientras contemplaba con desgano aquellas “delicias de ayer”, tomé la palabra para opinar sobre el contenido de la notita papal: En sus vacaciones Benedicto XVI  puede orar, leer, meditar, descansar…  pero Manolo 00 cuando va de vacaciones lo menos que hace es relajarse y serenarse…  

   Me explico: En los aeropuertos lo que menos se respira es paz.  En el avión oro más que en la iglesia para que el Todopoderoso nos permita llegar a nuestro destino…y cuando aterrizamos no estoy tranquilo hasta que aparecen todas nuestras maletas.  

   La mayor parte de mi turismo consiste en: fotografiar todo lo que mi esposa estima digno de ser fotografiado; sellar y buscar donde depositar las decenas de postales que ella envía a parientes y amigos; comprar recuerdos baratos que pagamos a precio de objetos de arte; y sudar “como un mulo” cargando la mochila donde coloca lo que va comprando, más la sombrilla, las capas de agua, las botellas de agua mineral, una muda de ropa interior para cada uno de nosotros; mapas, peines, teléfono inalámbrico, papel higiénico, “kleenex”, vitaminas, medicinas, papel y lápiz, etcétera, etcétera.  

   Madrugamos para visitar todos los museos, iglesias, catedrales, palacios y castillos que aparecen listados en los folletitos que dan en el hotel como “lugares que no deben dejar de verse”.  En los restaurantes ordeno lo que voy a comer sin saber lo que he ordenado porque no entiendo lo escrito en los menús.  Y a la hora de las propinas, en una moneda que no conozco, unas veces por ignorancia doy de menos y otras por temor doy de más.         

   Hace unos años, visitamos Roma cuando se estaba celebrando el popular evento ciclístico “La vuelta a Italia”.   Había un furor enorme por el ciclismo.  Aquel ambiente me impactó: en vez de hacer turismo a pie, me pareció más del momento hacerlo en bicicleta.  Cerca del hotel había un negocio donde las alquilaban y hasta allí me encaminé.                                                                        

   Después de dar los buenos días en italiano: “Bochorno”, empecé a negociar con Aldo, el dueño del establecimiento: Quiero una bicicleta estable, segura, ligera, si es posible de tres ruedas, con una cesta para colocar la mochila… y sobre todo que no sea muy alta.  ¡Benissimo! Dijo Aldo sonriendo.  Tenía disponible una que reunía las especificaciones que yo había enumerado… “Si, sono queste”, y entre sonoras carcajadas me mostró una que era de su “bambini”.  Más que las risotadas del divertido italiano me molestaron las risitas de mi burlona esposa. 

 

EN SERIO:  

   El curso escolar acaba de comenzar.  Con preocupación, casi llegando a pánico, observo como niños pequeños -de 7 y 8 años de edad- cargan mochilas (“backpacks”) llenas de libros y material escolar, que en muchos casos pesan tanto o más que quienes las portan.  Estos pequeños llegarán a padecer desviación de la columna vertebral, escoliosis o sabe Dios que otro mal a causa del peso sobre sus tiernas espaldas.  

   Aplaudo a esos padres (ellos y ellas) que están pendientes de la salud de sus hijos: las vacunas para la prevención de enfermedades, el cuidado de los dientes, la vista y otros aspectos para ayudar al desarrollo saludable de sus hijos.  Por eso me asombra que no hayan pedido a las autoridades escolares que hallen una solución a este serio problema del peso que dobla las espaldas de sus niños.  

   Aliento a los padres a ejercer ese derecho inalienable a proteger la salud de sus hijos pidiendo que se busque una solución a esta cuestión de las mochilas sobrecargadas. En el orden de nuestras prioridades la salud de nuestros niños debe estar al tope de esa lista.  Ahora es el momento de evitar los daños del futuro.  No vacilemos en señalar el problema y demandar una solución.