Jubilados: ilusiones y realidades

Autor: Manolo J. Campa  

 

 

 Los días del jubilado transcurren plácidamente… se supone. ¿Por qué? Estas son algunas de las aparentes razones: Dejamos de estar sometidos a las órdenes de un jefe. No tenemos necesidad de madrugar para cumplir un horario. Ya no estamos obligados a manejar durante las horas en que las calles y las carreteras están más congestionadas. La tortura de las corbatas ha terminado…éstas han quedado en el corbatero para ser usadas, únicamente, en bautizos, bodas y velorios. Los zapatos lustrados, las afeitadas diarias y el cabello bien peinado, son rituales de un pasado incómodo. 

Pues no, no es así. Mis experiencias, que muchos sufridos esposos sentirán como propias, prueban que la realidad del retiro es diferente a las ilusiones previas al “medicare”. ¿Cómo es eso? Estos son algunos de los irrebatibles motivos: No dejamos de tener jefe... el nuevo capataz es más exigente, intolerante… durante todas las horas del día, de la noche, durante los siete días de la semana. Antes no tenía que levantar la tapa del inodoro cuando iba a “desbeber”. Ahora si olvido hacerlo, me gano una “filípica” cargada de reivindicaciones feministas. 

Dos días a la semana tengo que levantarme al despuntar el sol para poner al alcance de los basureros el envase con nuestros desperdicios. No es raro que tenga que volver a recibir despierto la llegada del nuevo día para llevar, por calles congestionadas de automóviles, a alguno de los nietos al colegio, para facilitarle a la madre el cumplir sus obligaciones cívicas sirviendo de jurado en la Corte. Y cuando puedo dormir la mañana, la fuerza de la costumbre me despierta, sin necesidad, cuando empiezan a cantar los pajaritos al amanecer.

Ahora que puedo usar un vestuario adecuado a mi grata vida de bohemio, para las ocasiones en que estoy dentro de casa, calzo confortables pantuflas desaliñadas. Si la actividad es en exterior, protejo mis pies dentro de unos cómodos zapatos “tenis” que fueron blancos pero que el polvo del camino los ha tornado grises. En el sur de la Florida se rinde culto a este tipo de calzado deportivo, que vemos utilizan jóvenes, viejos y niños, ellos y ellas, en todas partes, hasta en eventos de envergadura como son las Galas en regios salones. 

Por eso, cuando mi nieto intelectual recibía una distinción en el auditórium de su escuela, vestí mi guayabera de las grandes ocasiones y los zapatos “tenis” antes mencionados. La abuela del laureado joven, mi esposa, con la tiránica actitud de un jefe cascarrabias, me ordenó, así como lo están leyendo: decretó, sin apelación posible, que me quitase esos “bochornosos” zapatos de indigente. Enfurecido, lleno de coraje, embravecido, bufando como un toro miura al que le acaban de poner las banderillas… le obedecí y me calcé los incómodos zapatos lustrosos de mi época anterior al “medicare”.

En serio:

Es una realidad actual que el mundo, para ser mejor, necesita el mayor grado posible de conducción. Por ello, el que tenga buenas ideas le debe a Dios y al prójimo ponerlas en circulación.

También es innegable que el desborde de palabrería vana e insustancial a menudo tiene más efecto que una exposición bien pensada, cuando de influir en otros se trata. Esto podría ser dañino si los que están animados por buenas ideas permanecieran al margen mientras los insensatos y malintencionados manejan las cosas.

Por lo tanto, en el hogar, en el trabajo o en nuestra comunidad, aprendamos cada vez que se presente la oportunidad a expresar ideas constructivas con palabras claras. Este el recurso a nuestro alcance para comenzar a trabajar con el fin de que el lugar en que vivimos llegue a ser algún día un mundo mejor.