Madrina y Pepote

Autor: Manolo J. Campa  

 

 

  En el vestíbulo del teatro hombres y mujeres, de mi edad, conversaban animadamente.  Estaban allí para disfrutar las canciones de su tiempo.  Con la música “de entonces” volverían a sentirse en la patria que no pueden olvidar. Estaba entre seres sencillos con biografías de valientes y decidí darles reconocimiento.   

    Puede que ésta sea tu historia, amigo lector: Un día, después de pensarlo bien, decidiste salir de tu tierra.  Dejabas tus más preciados tesoros.  No querías separarte de tus padres y hermanos pero tenías que partir, la vida allí no era vida.  

   Salías porque con doctrina de odio e injusticia querían sustituir tu fe cristiana de amor y hermandad.  Porque tus hijos ya no podían recibir la educación que soñaste darles.   Salías de Cuba porque naciste libre y conoces el valor de la libertad.  Porque no querías ser esclavo de la casta gobernante.  

   Te preocupaba el futuro de los muchachos… tus hijos te los había dado Dios para que fueras tú quien los formara y no para ser potestad del Estado.  Tus hijos bajo tu amparo, en tu casa, dijiste.  Nunca a las órdenes de un tirano… en la promiscuidad de las misiones de alfabetización.  Nunca en Rusia o en Angola.  

    Con amargura te sentías impotente ante tanta persecución, delación, injusticia, cárcel, maltratos, muerte. Te dolía el dolor de otros.  Había que irse de allí para unir esfuerzos a los que, ya afuera, estaban haciendo algo para recuperar la Patria.  

   Para llevarlo en tus recuerdos, le echaste un último vistazo a lo que habías conseguido con tu trabajo honrado de años: La casa, los muebles; el negocio, la empresa; el pedacito de tierra, la vaca, el perro, las gallinas; el bufete, la consulta; el bote y los avíos… o simplemente respiraste fuerte en una noche antillana paseando la vista por el paraje del que te separabas.  

   Del “montón de los anónimos” tomo la historia de una pareja por mí bien conocida: Madrina y Pepote.  Al escribir sobre ellos busco dar identidad, rostro, vida, a los personajes de este relato.  

   Madrina es optimista, alegre, luchadora, inteligente.  Es una de aquellas mujeres que para dar a sus hijos la oportunidad de vivir en libertad se fue con ellos y su marido al exilio.  En los primeros años carecieron de mucho pero ella suplía con su alegría y sus esfuerzos lo que les faltaba.  Lograba con sus puntos de vista positivos que de las dificultades surgieran las esperanzas.  

   Pepote tuvo que luchar fuerte para proveer lo que su familia necesitaba.  Hizo trabajos a los que no estaba acostumbrado.  Con determinación y sudor logró salir adelante en aquellos momentos difíciles en que pocas puertas se abrían a los exiliados.   

    Probó ser capaz de apoyar a su esposa en cualquier situación cuando, estando su mujer a punto de dar a luz, en el hospital, erróneamente diagnostican que no era inminente el alumbramiento y no la admiten, teniendo él que partear en su casa a su sexto hijo, proeza que fue noticia en las páginas de los periódicos de Miami.  

   La foto que engalana esta página, es de Madrina y Pepote el día de su boda, hace más de cincuenta años.  Ella bellísima, sonriente, dichosa.  Él, elegante, apuesto, dichoso también, con mirada serena de agente secreto, lo que le daba cierto aspecto de “James Bond” vestido de chaqué.  

   Hoy, después de cincuenta y pico de años transcurridos, durante los cuales nacieron seis hijos y catorce nietos, la imagen de ambos ha cambiado.  Él peina canas, no muy abundantes.  Tiene más libras de peso y pulgadas de cintura que le dan el aspecto de un respetable señor talla “extra large”.  Ella sigue siendo bella pero aquel cuerpecito de botella de coca-cola ha evolucionado y muestra también los efectos que produce la buena mesa en las personas de la tercera edad.     

     Madrina con dulce firmeza logró mantener en cintura a seis hijos saludables y un marido entretenido.  En una ocasión con magistral dominio de las palabras, con elegante y clara dicción, se dirigió a su esposo, diciéndole: “Hazme el favor de no hablar cuando yo te interrumpo”… y Pepote, impulsado por su característica nobleza, respetuosamente hizo silencio.