Cumbres nevadas

Autor: Manolo J. Campa  

 

 

Soy aventurero… de silla de extensión.  Apartado de todo, acariciado por la brisa que corre en mi patio, a la sombra de la mata de aguacate de mi vecino, con avidez y temeridad me enfrento a los peligros que se narran en los libros de aventuras.  Disfruto a plenitud las bondades del clima del sur de la Florida.  

   Por haber nacido en una isla del Caribe me gusta más la arena de las playas bajo el sol tropical que el frío ambiente nevado de las Montañas Azules.  Siento la necesidad en los veranos de darme baños de mar pero jamás he deseado, en invierno, deslizarme esquiando por las laderas nevadas de una colina.  

   Sin previa consulta, sin decirme a dónde, cuándo ni cómo, mi mujer me incluyó en un viaje invernal con algunos miembros de mi familia.  Consciente de mi aversión a las temperaturas bajas, me “doró la píldora” diciéndome que iría con tres de mis nietos.  Y como les sucede a los “retirados” que se entusiasman por ir en una peregrinación turística con un sacerdote querido, me alegró la idea de pasar unos días con mis descendientes.  

   En un minibús alquilado, a las nueve de la noche iniciamos un viaje de 16 horas.  Manejamos, mejor dicho, manejaron mi hijo y mi nuera –a mi no me dejaron porque lo hago muy despacio- bajo la lluvia, dentro de la neblina, en la oscuridad de la noche y por caminos estrechos cubiertos de nieve en las montañas.  

   Llegamos a nuestro destino al medio día, quince horas después de haber partido.  ¡Muy bello el paisaje vestido de blanco!  Todo estaba cubierto de nieve recién caída.  El día era gris y el frío intenso.  Los niños y mi mujer se pusieron a jugar en y con la nieve.  Yo tomé las precauciones necesarias para caminar –como un pingüino- sin resbalarme por aquellos caminos cubiertos con aquel polvo blanco y helado.  

   El día antes de emprender el regreso tuvimos un día espectacular, el sol aumentaba la belleza de aquellos paisajes nevados y alguien sugirió ir a montar a caballo.  ¡Genial ocurrencia!  Secundada por todos menos por mí.  Hacía muchos, muchísimos, años que no montaba a caballo.  Aclaro: nunca monté a caballo.  Sí monté en “penco”.  Era un caballito flaco, pequeño y viejo, incapaz de correr o hacer nada con fogosidad.  Se llamaba “Tasajo” muy apropiadamente porque estaba en los umbrales del matadero.  

   Regresamos sanos y salvos, con deseos de volver… pero el que esto les narra, les asegura que no volverá a recorrer a lomo de caballo, sobre una montura helada, las resbaladizas veredas de la tierra de Daniel Boone.  

 

EN SERIO:

 

 “Echando un vistazo” a nuestro alrededor podemos decir: El mundo vive en crisis. ¡El mundo está convulsionado! ¿Qué vemos en muchas partes de nuestro planeta? Guerras, terrorismo, combates, drogas, odios, engaños… Si nos concentramos en la comunidad en que vivimos, el pueblo a que pertenecemos, llegamos al mismo resultado: Hay odios, pasiones, vicios, violencia, muerte, tristeza y hasta hambre. ¡Esto no es una conclusión pesimista… es la realidad al desnudo!  

   De este análisis llegamos a la conclusión que nuestro mundo, nuestra sociedad, nuestra comunidad está necesitada de paz, pureza, misericordia y amor.  Y esto fue lo que Cristo predicó en el Sermón de la Montaña.  

   Pero tenemos que reconocer que Cristo es un pobre exiliado, refugiado en determinados “campos de concentración” –en las iglesias, en sus congregaciones, en las sacristías- y nosotros tenemos que sacarle a la calle.  ¡Que le conozcan a El todos los hombres… que su doctrina llegue a todas las almas!  

   Es innegable también que el hombre de hoy tiene un gran vacío de Dios.  Esta realidad tiene solamente dos soluciones: o nosotros los cristianos llenamos ese vacío con un cristianismo auténtico o dejamos que lo llenen con sus falsas promesas los “ismos” de moda que están destruyendo o envenenando al mundo: comunismo o izquierdismo, ateísmo, materialismo.  

   Es preciso que haya presencia cristiana en la prensa, en la radio, en la televisión, en los sindicatos, en las empresas, en los gobiernos, transformando cristianamente la sociedad a través de transformar el pensamiento, las costumbres y las leyes.  Para sanar “un mundo profundamente enfermo” se necesitan cristianos que sean ejemplo y guía de la humanidad.