Para cursillistas

Autor: Manolo J. Campa  

 

 

     Escribo hoy sobre el efecto secundario de algunas palancas que he recibido.  Para evitar un recuento muy extenso (afección de cursillistas con muchas horas de vuelo), me limitaré a revisar experiencias vividas durante el último cursillo en que serví.  El número y la fecha no tienen importancia… porque  se me han olvidado (despiste que también está relacionado con la vejez “prematura” que disfruto).                                                                                                                                 

     El Coordinador se estrenaba y yo era el Base.  Anteriormente él había sido el Base y yo el Coordinador.  En aquel cursillo, para que tuviera oportunidad de experimentar todas las situaciones que se presentaban, dejé que hiciese su trabajo y gran parte del mío.  No sé si los Bases que he entrenado agradecen esta pedagogía cuyos resultados son encomiables: ellos cubriendo todas las posiciones aprenden, mientras yo observo, cómodamente, desde el “bull pen”, como los lanzadores relevistas en el “baseball”.  

     En la Despedida, una hermana con lágrimas en los ojos y la nariz colorada (creía entonces que la emoción la embargaba) se nos acercó para darnos su palanca verbal que después de enumerar Padre Nuestros, Ave Marías, Visitas al Santísimo, etcétera, etcétera, concluía con el ofrecimiento del catarro que la martirizaba.  

     “Solavaya… pa’llá, pa’llá” (Palabras para alejar los males que decía la abuela de un negrito con el que jugaba a la “quimbumbia”),  exclamé alarmado, en busca de protección lucumí, bajo el influjo de mi pasado en un vecindario habanero. 

     No dudo que la palanca de la joven de los “kleenex” lograse el efecto deseado: llenar los corazones de fuego y las mentes de ideas con la ayuda del Espíritu Santo.  Pero el Coordinador del Cursillo sufrió los efectos secundarios: Pescó el catarro que nos ofrecieron.  Amaneció el viernes febril y con los oídos afectados.  

     En una de las reuniones previas del Equipo, el Coordinador me dijo que era una dicha volver a trabajar juntos en un cursillo… Preocupado, al escuchar aquel inesperado halago, pensé ¿se desquitará en este de lo mucho que le hice trabajar en el anterior?  Convencido de que su nobleza no le permitiría semejante venganza, recuperé la calma.  

     No obstante, sin él haberlo premeditado, debido a su afección en los oídos, desde la mañana del sábado tuve que hacer su trabajo y el mío.  Ahora reconstruyendo los hechos,  me asalta la duda: tuve que sustituirle porque tenía sus oídos tupidos… pero, se habla por la boca, no por las orejas… En fin, que los efectos secundarios de aquella palanca nos embromaron a los dos.  

 

EN SERIO:  

   La oración ha sido siempre la fuerza del Cursillo. Tratándose de una tarea de conversión y renovación cristiana de hombres y mujeres, es indispensable –como primer paso, sobre el que habrán de apoyarse todos los demás esfuerzos humanos- contar con la ayuda de la Gracia de Dios que hemos de pedir con la fuerza de la oración constante y humilde.  

    Desde siempre, en el Método del Movimiento se le ha dado una importancia enorme a la Palanca.  Oraciones, sacrificios, obras de misericordia, que aseguren la eficacia de nuestros esfuerzos, según la promesa de Cristo: “Pedid y recibiréis, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá”.  

     Para que nuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en la sabiduría y en el poder de Dios (1 Cor 2, 45) en el Cursillo tiene que darse el testimonio del Rollista y del Equipo de Dirigentes  apoyados por la comunidad cristiana de fuera, que interviene con sus Palancas y con su presencia en la Clausura.