La sed que sólo Dios puede saciar 

Autora: Magaly Llaguno

Fuente: Vida Humana Internacional

 

 

A través de la parábola del pobre Lázaro y el rico (San Lucas 16: 19-31), Jesús nos enseña que aquellos que no ayudan de algún modo a su prójimo, no podrán entrar al Reino de los Cielos y tendrán que ir a otro lugar, donde sufrirán tormentos. Sin embargo, hay otra importante enseñanza de Jesús en esta parábola, que no es tan obvia. 

El rico está sufriendo terriblemente y le pide a Abraham que envíe a Lázaro a confortarlo. Le dice : "Manda a Lázaro que moje la punta de su dedo en agua y venga a refrescar mi lengua, porque estoy sufriendo mucho en este fuego." Es obvio que el rico siente una terrible sed, en medio de las llamas. 

Jesús le prometió a la mujer samaritana : "El que beba del agua que yo le daré nunca volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré se convertirá en él en manantial de agua que brotará dándole vida eterna." (San Juan 4:13-14) Es precisamente el agua de la vida eterna, lo que anhela el rico de la parábola, pero ya no la puede recibir. Quizás las llamas representan el desesperado anhelo de la presencia de Dios, que el rico no puede satisfacer porque ya ha muerto. Ha perdido la oportunidad que Dios le dio de disfrutar por la eternidad de su divina presencia. Ya no podrá saciar su terrible sed, con "el manantial de agua viva" que le hubiera dado vida eterna. 

Abraham le recordó al rico que en vida recibió "su parte de los bienes materiales" y Lázaro "su parte de males". También le dijo que entre ellos hay "un gran abismo" que no permite el paso a nadie. O sea, que después de la muerte, ya es demasiado tarde para cambiar el rumbo de nuestra vida. 

Que esta parábola nos recuerde que solo tenemos el día de hoy para hacer el bien, pues no sabemos en qué inesperado momento tendremos que dar cuenta ante Dios de nuestras accciones.