Isabel de la Trinidad, profeta del Dios Vivo

Autor: Padre Lucio del Burgo OCD

 

 

Muchas personas han abandonado las iglesias institucionales por falta de interioridad. Estos mismos creyentes se acercan con simpatía a la Nueva Era porque aprecia los caminos de la vida interior. Sin embargo, el cristianismo tiene una rica herencia en este sentido, ignorada por las mismas iglesias. Aquí tendrían un papel irremplazable los místicos que se han hecho presentes a través de los tiempos. Entre ellos sin duda ninguna podemos encontrar a Isabel de la Trinidad. ¿Cuáles serían sus orientaciones para estos nuevos creyentes que se sienten fascinados por el mundo del silencio, la interioridad y la nueva sensibilidad? Una realidad muy sencilla: una sana interioridad. Este mundo interior está relacionado profundamente con una persona: Jesús. El cristianismo es la persona del Señor. Esta realidad se ha impuesto en su vida, la ha seducido, ha hecho de ella su felicidad y tesoro. Hasta el punto que es su misión y la herencia que deja a la Iglesia. 

“Le voy a comunicar mi secreto: piense en ese Dios que habita en usted, del cual es usted templo (1 Cor. 3,16); es San Pablo el que habla así, podemos creerlo. Poco a poco el alma se habitúa a vivir en su dulce compañía, comprende que lleva en sí un pequeño cielo donde el Dios de amor ha fijado su morada” (C 249). 

Isabel Catez tiene una palabra iluminada para el mundo de los laicos. En estos últimos años ha aumentado la participación de los laicos en la comunidad eclesial. El conocimiento de la Palabra de Dios y de la Teología ha crecido entre los hombres y mujeres de nuestras comunidades cristianas. También en este sentido Isabel de la Trinidad tiene una palabra llena de sabiduría y orientación para nuestros laicos. 

La mayoría de los escritos de la Carmelita de Dijon están dirigidos a seglares. En ellos transmite su experiencia religiosa a familiares y amigos. Personas que vivían en la sociedad de su tiempo en condiciones ordinarias.  

¿Por qué la palabra de Isabel Catez es actual? Porque es una reflexión basada en la Palabra de Dios. Los textos de Juan y Pablo nutrieron su fe. La Biblia llega a ser carne de su carne y vida de su vida. Desde este conocimiento por “dentro” del Nuevo Testamento profundizó en las líneas más fundamentales de la vocación cristiana: la adopción divina, el bautismo, la eucaristía y el testimonio. 

Son interesantes las cartas que dirige a su hermana Margarita, joven madre de dos hijas (llegará a tener nueve hijos): “Acabo de leer en san Pablo cosas espléndidas sobre el misterio de la adopción divina. Naturalmente he pensado en ti. Hubiera sido extraño lo contrario. Tú eres madre y sabes qué abismos de amor ha puesto en tu corazón para con tus hijas puedes comprender la grandeza de este misterio: hijos de Dios” (C 239). A su amiga Francisca Sourdon le dedica una carta que es un verdadero tratado de espiritualidad, dice así: “Es el bautismo quien te ha hecho hija de adopción (Rom. 8,15), el que te ha marcado con el sello de la Santísima Trinidad” (Grandeza de nuestra vocación 9).  

Hoy, como en el tiempo de Isabel de la Trinidad, se está sintiendo la necesidad de revitalizar la vida interior de la Iglesia. Ante el avance del agnosticismo y la indiferencia, está surgiendo la imperiosidad de palabras verdaderas sobre Dios y testigos del Dios vivo. La Iglesia pide una pastoral que surja de una fe confesante y de una experiencia viva de Dios. Aquí tiene un papel irremplazable la Carmelita de Dijon. La actividad evangelizadora de la comunidad eclesial no es la venta de un producto sino el contagio de un fuego que ha quemado al apóstol. Cuando se ha hecho la experiencia de la cercanía de Dios, este Dios irresistiblemente lleva a los hombres y mujeres de nuestra sociedad a ser testigos de la alegre noticia de su amor desbordante.  

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La felicidad está dentro de ti 

“¡Ah, qué buena es la presencia de Dios dentro de nosotras, en el santuario íntimo de nuestras almas! Allí le encontraremos siempre, aun cuando no experimentemos sensiblemente su presencia. Pero El está allí lo mismo, tal vez más cerca aún, como dice. Es ahí donde me gusta buscarla. Procuremos no dejarle nunca solo, que nuestras vidas sean una oración continua” (C 47). 

“Me parece que he encontrado mi cielo en la tierra, porque el cielo es Dios, y Dios está en mi alma. El día que comprendí esto, todo se iluminó en mí, y querría decir bajito este secreto a todos los que amo, para que también ellos se unan siempre a Dios a través de todas las cosas” (C 122). 

“Es necesario que te construyas, como yo, una pequeña celdilla dentro de tu alma. Pensarás que el Señor está allí y entrarás en ella de cuando en cuando. Cuando te sientas nerviosa o te consideres infeliz, corre pronto a ella, y  confía todo al Maestro” (C 123). 

“Amo tanto mi querida clausura que a veces me pregunto si no amo demasiado esta pequeña celda, donde se está tan bien, sola con El solo. Puede ser que un día El me pida el sacrificio. Por mi parte estoy dispuesta a seguirle a todas partes y mi alma dirá con San Pablo: “¿Quién me separará del amor de Cristo?” (Rom. 8,35). Dentro de mí hay una soledad donde El mora, y ésta ¡nadie me la puede arrebatar!” (C 162).