El camino interior de Santa Teresa

Autor: Padre Lucio del Burgo OCD

 

 

Cada orante tiene su propio camino en la oración. Si embargo la experiencia de los demás nos puede ayudar y ser una inspiración. Desde el principio sería muy aconsejable tener en cuenta esta orientación teresiana:

“No es mi intención ni pensamiento que será acertado lo que yo dijere aquí que se tenga por regla infalible, que sería desatino en cosas tan dificultosas. Como hay muchos caminos en este camino del espíritu, podrá ser acierte a decir de alguno de ellos algún punto” (F 5,1).

Quisiera situarme en esta misma mentalidad. Lo que voy a decir del camino espiritual o el viaje interior de Teresa no es algo dogmático y diré algo, no todo. Hablaré de la oración espontánea, de la oración difícil y de la oración mística. En este viaje interior, Teresa es una inspiración, una maestra, que nos puede ayudar en el camino fácil y complejo de las relaciones con Dios. Necesitamos testimonios y testigos de la oración para que nos lleven de la mano al encuentro con Dios. 

Los primeros pasos en la oración 

Tan pronto como despertamos a la fe, una fe viva y sentida, en ese mismo momento nace la oración. Oración y fe van unidas, como van unidas también Teresa y la oración. Estos primeros pasos de la oración son espontáneos, llenos de gozo, alegría y entusiasmo. Es un nuevo camino que se ha descubierto, un nuevo horizonte que se ha abierto. Da gusto transitar por esta senda. El tiempo no cuenta, se pasa rápido. Escuchemos la narración que nos hace la Santa:

“Espantábamos mucho el decir que pena y gloria era para siempre en lo que leíamos. Acaecíamos estar muchos ratos tratando de esto, y gustábamos de decir muchas veces: “para siempre, siempre, siempre”. En pronunciar esto mucho rato era el Señor servido me quedase en esta niñez impreso el camino de la verdad” (V 1,4).

La oración difícil

En estas últimas décadas se ha estudiado abundantemente este periodo oracional en Santa Teresa. Quizás porque la mayoría de orantes estamos viviendo en este estadio y nos viene bien escuchar una palabra de aliento y una orientación en el camino. En este momento la relación con Dios se hace lucha y combate, cuesta orar. Más de una vez habla nuestra santa de la “determinada determinción” porque el camino del orante es difícil y se presentan muchos obstáculos y desganas. A veces nos creemos que nuestra oración es inútil, es mejor dedicarse a otra cosa. La crisis teresiana, en este periodo seco y árido, duró de 18 a 20 años. 

Las dificultades son numerosas, para Teresa y para nosotros. La incapacidad de concentrarse en la oración, el terminar el tiempo dedicado a orar y salir con la sensación de no hacer nada, de haber estado distraído, dando vueltas en la mente a los problemas     que traemos entre manos.

“Pues tornando a lo que decía del tormento que me daban los pensamientos, éste tiene este modo de proceder sin discurso del entendimiento, que el alma ha de estar muy ganada o perdida, digo perdida la consideración” (V 9,5).

“Tenía tan poca habilidad para con el entendimiento representar cosas, que, si no era lo que veía, no me aprovechaba nada de mi imaginación, como hacen otras personas que pueden hacer representaciones adonde se recogen” (V 9,6).

Hay un texto teresiano que siempre me ha llamado la atención. Respira realismo y a la vez da razones para la esperanza de cualquier orante que se acerca a los escritos teresianos para recibir una orientación en los tiempos de dificultad.

“Ésta fue mi oración y ha sido cuando anduve en estos peligros, y aquí era mi pensar cuando podía; y muy muchas veces, algunos años, tenía más cuenta con desear se acabase la hora que tenía por mí de estar y escuchar cuando daba el reloj que no en otras cosas buenas. Y hartas veces no sé qué penitencia grave se me pusiera delante que no la acometiera de mejor gana que recogerme a tener oración” (V 8,7).

Otra gran dificultad en el camino interior de Teresa es la incoherencia de su vida. El gran abismo que existe entre su vida y las iluminaciones que experimenta en su oración. La tensión es tan fuerte que no puede resistir y deja a un lado su encuentro con Dios porque le resulta irresistible. Son interesantes las expresiones que emplea nuestra santa: “una guerra tan penosa” (V 8,2), “este mar tempestuoso” (Idem), “sombra de muerte”(V 8,12). Esta experiencia duró “un año y medio”, “que del medio no me acuerdo”.

Esta lucha y combate es la que experimenta todo creyente, en su vida y en su camino interior. Somos peregrinos que vamos por este mundo a la luz  y los consuelos de Dios. Y también bajo los impulsos y atracciones de este mundo en el que vivimos. En nuestro interior, lo mismo que Teresa, tenemos la tentación de dejar la oración. También nosotros experimentamos la lucha, esa experiencia de sombra de muerte y de inutilidad de la oración. Tener la sensación que nos podíamos emplear en otra cosa porque la oración nos parece un tiempo perdido.

 

Algunos recursos en estos tiempos difíciles

“Este abandono de la oración acaecía hacia 1543-1544. A mitad de los 20 años de lucha. En los diez que preceden y los nueve o 10 que seguirán” (T. Álvarez, Oración, camino a Dios, en “Estudios Teresianos”, Monte Carmelo, Burgos, 1996, p. 54).

Teresa no sólo nos cuenta su experiencia oracional, también nos da pistas para el camino. Pistas muy al alcance de la mano. No hemos de perder de vista que Teresa de Ávila ha humanizado la Espiritualidad y más en concreto el camino de la oración.

El libro es un buen recurso para orar, especialmente los Evangelios. Una forma de estar concentrados y que la imaginación no esté de un lado a otro.

“En todos estos, si no era acabando de comulgar, jamás osaba comenzar a tener oración sin un libro; que tanto temía mi alma estar sin él en oración, como si con mucha gente fuera a pelear. Con este remedio, que era como una compañía o escudo en que había de recibir los golpes de los muchos pensamientos, andaba consolada; porque la sequedad no era lo ordinario, mas era siempre cuando me faltaba libro, que era luego desbaratada el alma y los pensamientos perdidos; con esto los comenzaba a recoger y como por halago llevaba el alma” (V 4,9).

Revive los personajes bíblicos y las escenas del Evangelio. Hay figuras en la vida de Jesús que han tenido un atractivo especial: la Magdalena y la Samaritana. Estas palabras teresianas nos ofrecen el ejemplo de cómo hemos de leer la Biblia y llevarla a la práctica. Teresa nos muestra cómo podemos usar las palabras del Señor para alimentar nuestra oración: “Señor, dame esa agua”. ¡Cuántas veces repetiría la Santa en tantos momentos difíciles y áridos de su trato con la persona de Jesús. La atracción de la Samaritana es tan grande que mandó pintar un cuadro que todavía conservamos. Las imágenes y los cuadros van a jugar un papel muy significativo en la pedagogía teresiana para la oración.

“¡Oh, qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana!, y así soy muy aficionada a aquel evangelio. Y es así, cierto, que sin entender como ahora este bien, desde muy niña lo era y suplicaba muchas veces al Señor me diese aquel agua, y la tenía dibujada adonde estaba siempre, con este letrero, cuando el Señor llegó al pozo: Domine, da mihi aquam (Jn 4, 15) (V 30,19). 

Tercer estadio del camino: la oración mística

Es importante tener una idea clara y sencilla de la oración mística, hoy que padecemos una invasión mística y a cualquier cosa y experiencia se da el adjetivo de místico.

“Muy tempranamente empezó Teresa de Jesús a disfrutar de la oración mística. Pero fueron oraciones esporádicas, pasajeras y fugaces. La oración mística se hace habitual y configura y define su vida de una manera progresiva, en abundancia y calidad, a partir de 1554, cuando su encuentro con Cristo encarrilla definitivamente su vida. Es la oración mística la que pasa a estar unida a Teresa con título particular. Es su oración. Y el campo privilegiado de su magisterio” (MAXIMILIANO HERRAIZ, La oración historia de amistad, EDE, Madrid, 1981, p. 32).

Es cierto que todo el camino de la oración está sembrado de semillas de misticismo pero este periodo tiene unas características muy específicas. En primer lugar es completamente gratuito, no se accede a esta profunda amistad con Dios por los méritos propios sino por pura gracia del Señor. Este estadio de oración sobrenatural es una experiencia profunda del Dios vivo. Podemos objetar que cualquier creyente tiene una experiencia del Dios vivo, ciertamente, pero el místico se siente envuelto en una sobreabundancia y en un torrente de gracia y de presencia que le resulta inexplicable. Se siente amigo de Dios y receptáculo de su amistad. Tengo la sensación que esta experiencia de Cristo vivo es muy semejante a la que tuvieron los primeros discípulos de Jesús. Es más, desemboca en la Trinidad, último paso en la revelación de Dios. El Dios Trinidad es presencia habitual y compañía sabrosa para el creyente que Dios ha concedido entrar en las moradas más intimas del Castillo Interior.

"Acaecíame en esta representación que hacía de ponerme cabe Cristo, que he dicho, y aun algunas veces leyendo, venirme a deshora un sentimiento de la presencia de Dios que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí, o yo toda engolfada en él…Suspende el alma de suerte que toda parecía estar fuera de sí; ama la voluntad; la memoria me parece está casi perdida; el entendimiento no discurre…” (V 10,1).

Toda revelación de Dios lleva consigo una revelación de la persona humana. Cuando nos adentramos en el conocimiento y la experiencia de Dios, al mismo tiempo nos descubrimos a nosotros mismos y a los demás. Nos sentimos imagen de Dios y miembros de Cristo. El acercamiento al Señor nos descubre la grandeza de los que nos rodean. La mística toca todas las raíces de la persona, la hace más humana. Mística y humanismo van unidos. Se experimenta más de cerca la novedad del Evangelio y un cristianismo más radical.

Conclusión

Este es el camino interior de Teresa de Jesús: oración espontánea, difícil y mística. Este es el camino de todo creyente. La experiencia de Teresa nos puede servir de orientación y de inspiración en nuestra propia andadura. Es necesario que alguien nos introduzca en su mundo interior para que podamos atisbar algo de lo que nos decía el Salmista: “Gustad y ved qué bueno es el Señor”.