El recuerdo de Monseñor Romero

Autor: Padre Lucio del Burgo OCD

 

 

Todavía recuerdo las palabras de Ricardo Urioste, vicario general de Monseñor Romero, en una conferencia que nos dio en San Salvador. Un hombre que repetía anécdotas y conversaciones que había tenido con el Arzobispo. Tenía muchos amigos y muchos enemigos. La beatificación va a ser muy dificultosa, hay que esperar para que las aguas se serenen. Muy bien lo resume “Vida Nueva”: “Es amado por los pobres, los humildes, los necesitados, por aquéllos que saben que él les sirvió; es odiado por los poderosos, los que detentan el poder económico, político y en un sentido más amplio. Por este motivo, creo que todavía va a pasar mucho tiempo hasta que sea canonizado. Quizás se le canonizaría más rápido si fuese a la inversa: si en vez de los pobres, le amasen los poderosos”.

 

 Estamos celebrando el 30 Aniversario de su Muerte. Su recuerdo es un aire fresco para todas las iglesias cristianas. Y digo las iglesias cristianas porque este obispo católico salvadoreño es honrado y querido más allá de la Iglesia Católica.

 

Óscar Romero nació en Ciudad Barrios (El Salvador) el 15 de agosto de 1917, día de la Asunción de la Virgen. Con ocasión de una ordenación sacerdotal sintió el deseo de hablar con un sacerdote manifestándole su inquietud de entrar en el seminario.

Fue ordenado sacerdote cuando tenía 25 años en la ciudad de Roma (1942). Después de su ordenación continuó sus estudios en la Ciudad Eterna para completar su tesis en Teología Espiritual pero la guerra europea acortó sus estudios. El 25 de abril de 1970 recibió el ministerio episcopal como Obispo Auxiliar de San Salvador y el lema que escogió como pastor de su pueblo fue: “Sentir con la Iglesia”.

 

La Iglesia de El Salvador experimentaba un clima de violencia en muchas comunidades del país. Enfrentamiento político, social y religioso. En este ambiente de conflicto fue elegido Arzobispo de la Capital el 15 de octubre de 1974.

 

En junio de 1975 un acontecimiento abrirá los ojos del Obispo. Es conocido como suceso de “Las Tres Calles”. Un grupo de campesinos es asesinado, regresaban a sus casas después de asistir a un acto litúrgico, las armas que portaban eran sus biblias debajo el brazo. Detrás de las autoridades civiles y militares había una estructura de terror que aniquilaba todo lo que se oponía a sus intereses. Éste va a ser un primer paso en el cambio de su vida. 

 

El 12 de marzo de 1977 asesinaron al Padre Rutilio Grande, un sacerdote comprometido con la fe de su pueblo, un buen amigo para Monseñor Romero. Siempre la sangre de los mártires ha sido semilla de nuevos cristianos. Este acontecimiento fue un momento muy especial para el Arzobispo Romero. Desde ahora en adelante será el defensor de los más pobres y desvalidos. Esta opción le llevo al martirio un 24 de marzo de 1980, cuando estaba celebrando la Eucaristía en la pequeña iglesia de un hospital que llevan las Carmelitas Misioneras de Santa Teresa.

 

Motivaciones de una vida

 

Vamos a señalar algunas características de su vida que nos llevarán a una comprensión más profunda de su mensaje.

 

1. Monseñor Romero era un hombre pacífico y dialogante. Lo que deseaba era la paz y la justicia. Siempre se guió por la doctrina social de la Iglesia. Sus motivaciones no se pueden buscar en otros sistemas de pensamiento o concepción de la vida. En una sociedad muy enfrentada y violenta, Monseñor Romero buscó la justicia, la paz y los derechos humanos.

 

2. Los más pobres de la sociedad van a ocupar un lugar destacado en la experiencia religiosa, en la práctica pastoral y en los escritos del Arzobispo de El Salvador. Será acusado de comunista y de meterse en la política. Una constatación interesante es que sus homilías y conferencias citan con frecuencia los Documentos del Vaticano II, los textos de Puebla y Medellín (son los documentos de los Obispos de Latinoamérica), sin olvidar el mensaje del Evangelio.

 

3. Era un hombre contemplativo. Así lo declaran las personas que lo conocieron y especialmente los que vivieron cercanos en lo cotidiano de la vida. Monseñor era un creyente que veía con ojos de fe las realidades de su pueblo, los acontecimientos eclesiales, el sufrimiento de los pobres, su propia existencia humana… Es cierto que los que le conocieron nos refieren momentos especiales de oración, del rezo de la Horas, de la vivencia especial de la Eucaristía… pero el talante de Monseñor va más allá. Él se encontró con Dios en todos los acontecimientos de su vida.

 

4. No era un superman, más de una vez manifestó su miedo a morir. Estaba convencido que como 0bispo debía estar al lado de los más pobres del pueblo salvadoreño. En sus últimos ejercicios espirituales escribió estas estremecedoras palabras:

 

"Siento miedo a la violencia en mi persona. Se me ha advertido de serias amenazas precisamente para esta semana. Temo por la debilidad de mi carne, pero pido al Señor que me dé serenidad y perseverancia... "Mi otro temor es acerca de los riesgos de mi vida, me cuesta aceptar una muerte violenta que en estas circunstancias es muy posible. Incluso el Nuncio Apostólico de Costa Rica me avisó de peligros inminentes para esta semana. El padre (Azcue, un Jesuita, su director espiritual) me dio ánimo diciéndome que mi disposición debe ser dar mi vida por Dios, cualquiera que sea el fin de mi vida. Las circunstancias desconocidas se vivirán con la gracia de Dios. Jesucristo asistió a los mártires y, si es necesario, lo sentiré muy cerca al entregarle mi último suspiro. Pero más valioso que el momento de morir es entregarle toda la vida y vivir para El... Así consiento mi consagración al Corazón de Jesús, que fue siempre fuente de inspiración y alegría cristiana de mi vida y acepto con fe en El mi muerte, por más difícil que sea, ni quiero darle una intención como lo quisiera por la paz de mi país y por el florecimiento de nuestra Iglesia, porque el corazón de Cristo sabrá darle el destino que quiera... Me basta, para estar feliz y confiado, saber con seguridad que en El está mi vida y mi muerte. Y a pesar de mis pecados, en El he puesto mi confianza y no quedaré confundido y otros proseguirán con más sabiduría y santidad los trabajos de la Iglesia y de la Patria". (cfr. Cuadernos Espirituales de Mons. Romero, febrero de 1980).

 

PENSAMIENTOS

 

“Hermanos, ¡cómo quisiera yo grabar en el corazón de cada uno esta gran idea: el cristianismo no es un conjunto de verdades que hay que creer, de leyes que hay que cumplir, de prohibiciones! Así resulta muy repugnante. El cristianismo es una persona, que me amó tanto, que me reclama mi amor. El cristianismo es Cristo” (6 de Noviembre 1977).

 

 “Qué hermoso será el día en que cada bautizado comprenda que su profesión, su trabajo, es un trabajo sacerdotal; que, así como yo voy a celebrar la misa en este altar, cada carpintero celebra su visa en su banco de carpintería; cada hojalatero, cada profesional, cada médico con su bisturí, la señora del mercado en su puesto… están haciendo un oficio sacerdotal. Cuántos motoristas sé que escuchan esta palabra allá en sus taxis. Pero tú, querido motorista, junto a tu volante, eres un sacerdote si trabajas con honradez, consagrando a Dios tu taxi, llevando un mensaje de paz y de amor a tus clientes que van en tu carro” (20 Noviembre 1977).

 

“Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército y en concreto a las bases de la Guardia Nacional, de la policía, de los cuarteles: hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que dé un hombre debe prevalecer la ley de Dios que dice: “No matar”. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la dignidad humana, de la persona, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio que de nada sirven las reformas si van teñidas con tanta sangre. En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: cese la represión” (23 de Marzo 1980, última homilía).