Talante de apóstol

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org

 

 

El pasaje de san Lucas que nos ofrece la Iglesia en su Liturgia de este domingo, es de gran utilidad para nuestra meditación; pues los cristianos deseamos ardientemente extender, más y más en el mundo, el mensaje y la vida que el Hijo Dios vino a entregarnos como inapreciable tesoro para toda la humanidad.

Reparamos primeramente en el interés de Jesús por nosotros: en ese cuidado por facilitarnos las cosas, preparando una buena acogida al Evangelio de la salvación de los hombres. Para ello envía por delante a un grupo numeroso de discípulos, para que su posterior presencia y sus palabras fueran más eficaces: si la gente había tenido con antelación alguna noticia de El, comprenderían mejor el sentido de sus palabras y de sus obras. No había tiempo que perder –la mies es mucho, pero los obreros pocos–; convenía, pues, organizar el trabajo apostólico del modo más eficaz.

En todo caso, advierte a aquellos primeros discípulos –colaboradores suyos en la propagación de la Gran Noticia de la Salvación prevista por el Creador para todos los hombres–, la suplica a Dios, rogándole más trabajadores para la Empresa, debe ser lo primero. Se trata, en efecto, de una tarea que excede con mucho las capacidades de quienes a ella se dedican materialmente. Nunca será suficiente la sola gestión apostólica: hablar, moverse, insistir, convencer a unos y otros por un cierto talento para ser persuasivos... Ya lo advertía el Espíritu Santo por un salmo: Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los constructores. Cuanto queremos que sea relevante para la Vida Eterna, debemos llevarlo a cabo con la fuerza que Dios nos da: con su Gracia. Y no quiere negar nuestro Padre Dios esa ayuda a sus hijos que, con sencillez y confiados, le suplican.

Para que no tuvieran duda alguna de la necesidad imprescindible de esa Fuerza del Cielo, insiste Jesucristo en su advertencia, haciéndoles ver que no lo tendrán fácil. La imagen es muy gráfica: serán ellos como ovejas entre lobos. Encontrarán de ordinario oposición a sus palabras. Recordemos que no pocas veces fueron perseguidos hasta la muerte, cuantos practicaban y difundían el Evangelio. Sin embargo, con igual rotundidad les garantiza el éxito en su misión. Regresan, en efecto, triunfantes y gozosos habiendo experimentado la verdad de las palabras de Cristo. Experiencia, por otra parte, no ausente de sacrificios; pues, no debieron poner su confianza en los instrumentos humanos, que tan razonablemente y con tanto esmero se preparan y aseguran como algo imprescindible para las empresas humanas. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias, les dice: ni siquiera lo que puede parecer más imprescindible será necesario. Lo único verdaderamente necesario e imprescindible es el auxilio divino.

Aprovechemos este día para preguntarnos, en el silencio de nuestra meditación ante nuestro Padre, si nos sentimos también enviados, en medio de nuestro mundo y de nuestros quehaceres de cada día, como aquellos setenta y dos, a preparar como mejor sepamos las almas de amigos y conocidos, que deben dar una respuesta afirmativa y generosa a los requerimientos del Cielo. ¡Cuántos cambiarían...! Bastantes perderían parte –al menos– de su cómoda tranquilidad y sentirían la urgencia de complicarse la vida, de renunciar a esa paz pasiva, al descubrir la apasionante belleza de extender el Reino de Dios. Pronto se comprueba –tal vez con sorpresa–, que nada de aquello, que en otro tiempo parecía vital, es en realidad tan necesario. Más bien se cae en la cuenta de que el único verdaderamente necesario, es cumplir la voluntad de Dios, amarle sobre todas las cosas, y así aseguramos la felicidad en esta vida y la Bienaventuranza Eterna.

Nuestra Madre de el Cielo es también Reina de los Apóstoles. ¡Dejémonos gobernar por nuestra Reina y Madre! Con suavidad y fortaleza sabe conducirnos al cumplimiento de los deseos del Señor en el trato con nuestros iguales. Podremos así entender –con su ayuda– que, en todo apostolado, lo primero es la oración y, todo lo demás, debe ser consecuencia de ella.