Responsables de los demás

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org

 

 

Un paso más que no ofender a Dios, que atenerse a un estricto cumplimiento de su voluntad, es asumir su responsabilidad paternal. Sería pasar de ser hijo pródigo del padre despreciado al que se le reclama la herencia... –incluso de hijo estrictamente cumplidor y, por ello molesto, tanto de la frivolidad de su hermano más joven como del perdón que su padre le otorga demasiado fácilmente a su entender– a padre que acoge, que perdona, que piensa ante todo en favorecer a su hijo arrepentido. Así actúa también el pastor, que tiene en cuenta ante todo el bien de sus ovejas: de cada una de ellas se fija en sus circunstancias.

        Es el pastor que va delante de las ovejas, vigilante ante las alimañas que pueden atacar la grey; preocupado de las más débiles, de las heridas; atento a la calidad del pasto que les ofrece... Éste que más bien se asemeja al buen padre, preocupado ante todo por el bien de cada hijo, que goza por tenerlos en casa rebosantes de salud; salud que él mismo les ha conseguido con sus cuidados paternales.

        Una doble consecuencia podemos extrae al menos de esta enseñanza del Señor que nos ofrece hoy la Iglesia. Ante todo, Jesucristo, Señor Nuestro, se comporta como Pastor bueno. Nos ofrece siempre lo más conveniente para la salvación y alegría nuestra. Además, conociéndonos desde toda la eternidad, sabe bien en qué consisten los defectos más comunes, nuestras particulares tendencias delictuosas. De cada uno prevé Dios las circunstancias que más le convienen para su santidad, pues ser santos es nuestro destino como personas, lo único importante en nuestra vida, aunque con frecuencia no lo entendamos así.

        Pedid y se os dará, nos tiene dicho. Para que acudamos confiadamente a su generosidad, buscando aquello que necesitamos para agradarle. Es la manifestación por nuestra parte de que quiere ser para cada uno, en toda circunstancia, un buen Pastor, un Padre misericordioso y comprensivo, que no tiene en cuenta tanto la calidad o el número de los pecados, como la sinceridad del arrepentimiento; que, por otra parte, Él mismo fomenta en nuestro corazón si se lo pedimos. Vale la pena, por tanto, invocar a Nuestro Dios, que hasta nos consuela internamente cuando notamos la frialdad, la indiferencia para amarle en que nos dejan nuestros pecados.

        Petición de perdón, de ayuda, acciones de gracias y actos de adoración se entremezclan en el corazón del hijo de Dios. Deseamos, deseemos... que sean una permanente oración a Nuestro Padre del Cielo, que nos ama como no imaginamos. Nos ama y es nuestro ejemplo. Espera de cada uno y nos concede el honor de proceder con los demás, nuestros iguales, como El hace con nosotros. El cristiano –consciente–s, responsable de su condición ante Dios, es oveja y también pastor. En esto consiste la segunda lección que la Iglesia nos ofrece en todo momento, pero muy concretamente en este día.

        Agradecidos, por tanto, de que Dios ya nos considera mayores de edad, al apoyarse en cada uno para la extensión de su Reino, procuraremos concretar qué vamos a hacer para no defraudar esta confianza divina. Pediremos luz: Domine ut videam, Señor que vea; te pido, como el ciego del Evangelio al que curaste, porque, a veces, noto que debo hacer algo, mucho... y no me decido a concretar... Y van pasando los días..., y las semanas... Señor que vea lo que esperas de mí, y de quienes, junto a mí, están en tu presencia. Que, conscientes de ello, sepamos amarte, concretando como esperas la conducta cotidiana. Sentiremos, así, el honor de actuar también a lo divino, ya que nos elevas hasta ser otros cristos, por Jesucristo Nuestro Señor.

        ¡Gozosa responsabilidad!, que compartimos con la Madre de Dios, Madre nuestra. También con nosotros cuenta Dios para cosas grandes: para volver humildemente a su lado tras cada rebeldía y para permanecer junto a Él, haciendo también, como Él, de padre de muchos que no le conocen o viven como si no le conocieran. Con amor de Padre contempla nuestros afanes por servirle acercándole a otras almas, a la vez que quiere nuestro gozo de vernos útiles por trabajar en su Reino, y el gozo de tantos que se le acercan por nuestra fidelidad.

        Seguramente, en estos días de pascua, procuramos alegrar a nuestra Madre con el recuerdo de la Resurrección triunfal de su divino Hijo. A todos los hombres, sus hijos pequeños, nos llama Dios a participar de esa misma Resurrección y de su vida inmortal para siempre. ¡Ayúdanos, Madre nuestra, para que sepamos alegrarte como buenos hijos!