Padecer a causa del evangelio

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org

 

 

Reconsideremos lo que nos enseña la Iglesia en este domingo del Tiempo Ordinario, finalizando ya el ciclo Litúrgico. Podemos, como cada año, meditar en el fin del mundo, en los acontecimientos últimos de la existencia humana sobre la tierra, pero también en la precisa realidad de la vida del hombre y en su sentido, tal y como ha sido querida por Dios desde el principio. Lo que se anuncia, lo que sucederá y que, en cierta medida, está ya sucediendo, es y será la manifestación necesaria de nuestra condición tal y como fue creada. 

Vendrán días en los que de esto que veis no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida, respondió Jesús: todo esto pasará. Así concluimos también estudiando las cosas científicamente, al constatar la caducidad inapelable de lo material. Es, asimismo, la experiencia que vamos teniendo, según se suceden las generaciones. Cada día contemplamos, en efecto, el sucederse de las cosas y de las personas. Tal vez por esto no tuvo Jesús réplica a pesar de ser tan radical en su afirmación. 

Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino; habrá grandes terremotos y hambre y peste en diversos lugares. Las circunstancias de la vida y del mundo serán en general adversas para el hombre. Pero, de modo particular, para los justos, para los que, fieles a Jesucristo, quieran vivir su doctrina. Es muy interesante saberlo de antemano para que no nos extrañemos de ser mal acogidos o de presentir que nos criticarán si somos fieles al Evangelio y, más aún, si damos testimonio de vida cristiana: Os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, llevándoos ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: esto os sucederá para dar testimonio.  

De algún modo, también ahora sucede esto. Aunque no estamos --según parece-- en el fin del mundo, es habitual que lluevan críticas sobre los cristianos. Críticas con una clamorosa ausencia de sentido crítico: "es inadmisible en nuestros días --dicen-- esta pertinacia en oponerse a la contracepción, al aborto..."; y, "...vivimos en una sociedad laica y plural --prosiguen--, no debemos condicionarnos por prejuicios, frenos de ideologías religiosas..." Se ve a Dios y a lo que de El procede como un enemigo o un rival al que combatir; alguien y algo de lo que librarse a toda costa, pues sería contrario a la capacidad humana de desarrollo y felicidad. 

En el fondo se trata de una actitud voluntarista e irracional. Pues nada lo es más que la afirmación de una absoluta autonomía humana, que autootorgarse decidir el sentido del propio destino, como si el hombre lo hubiera pensado y configurado antes de existir. Se niega el principio de causalidad (no hay efecto sin causa) para la realidad que contemplamos y el hombre se constituye en causa libre y válida de su existencia. 

Nosotros, sin embargo, decimos con himno eucarístico: Te adoro con devoción, Dios escondido. Humildemente, pero más ciertos que nadie; porque, una vez más, contemplamos cómo se cumplen las palabras del Señor: convenceos de que no debéis tener preparado de antemano cómo os vais a defender; porque yo os daré palabras y sabiduría que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios. Es justamente la impresión que debe tener Juan Pablo II en estos días: se le niega con la burla irónica, descalificándole por mayoría de votos, sin argumentos. Los enemigos del Evangelio pueden tener la fuerza pero no la razón. 

Porque, mientras tanto, la vida nuestra contrasta decididamente con la de la mayoría, y esto, lejos de producirnos inseguridad nos confirma, si cabe, en la verdad y valor de la actitud que tanto cuesta mantener. Ya nos habló claramente Nuestro Señor de la injusticia que padeceríamos: seréis entregados incluso por padres y hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre.  

Por mucho que nos cueste, seremos capaces de ir contra corriente, sobre todo si contamos con María: Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas, nos prometió su Hijo. Nuestra Madre además nos protege y perseverar con Ella es fácil.