El Santo Rosario

Autor: Padre Luis de Moya

Sitios Web: Fluvium.org, muertedigna.org, luisdemoya.org

 

 

El Santo Rosario –decía el Papa hace pocos años– ha sido el instrumento privilegiado para alejar el peligro de una guerra y obtener de Dios el don de la paz. La Virgen, apareciendo en Fátima a los tres pastorcillos (...), ¿no pidió acaso la recitación del  Rosario por la conversión de los pecadores y por la paz del mundo? ¿Y  cómo va a languidecer la oración por la paz, al final de un siglo que ha conocido guerras terribles, y que desgraciadamente sigue experimentando violencias y conflictos ? (...). Que el uso del rosario nos ayude a implorar de Dios la reconciliación y la paz de toda la humanidad. 

Nuestro Fundador recurría a esta oración, convencido de su eficacia. Como en otros tiempos —escribió—, ha de ser hoy el Rosario arma poderosa, para vencer en nuestra lucha interior, y para ayudar a todas las almas (...). Ojalá sepas y quieras tú sembrar en todo el mundo la paz y la alegría, con esta admirable devoción mariana y con tu caridad vigilante. 

Decidámonos, por tanto, en el mes de octubre —especialmente dedicado a esta devoción antigua en la Iglesia—, a rezar el Rosario con pausa y devoción, con fe segura, con inquebrantable confianza, con amor encendido a nuestra Madre la Virgen, y a difundir esta devoción entre muchas personas. Convenzámonos de que muchos dones del Cielo —grandes y pequeños— se nos concederán si recitamos con sincera piedad esta plegaria. Os aseguro que el recogimiento de nuestro Padre, mientras cumplía esta Norma, era una invitación a ser marianos, muy marianos y, en consecuencia, a tener intimidad con las tres Personas divinas. 

Recordad también la famosa afirmación de un autor de los primeros siglos: “Lo que es el alma en el cuerpo, eso son los cristianos en el mundo”. Es grande la responsabilidad que nos incumbe a todos los que nos gloriamos del nombre de Cristo. No olvidemos la triste realidad del pecado original y de sus consecuencias, razón última de la necesidad de purificar constantemente el corazón y, por tanto, de la importancia de una lucha ascética sin tregua, alentada y sostenida por la gracia. ¡Pero cuántos son los que lo ignoran!

 Nuestro Padre comentaba algo que conserva plena actualidad: habrás oído que soy muy  amigo de la paz, decía en una tertulia con gente joven. Pero para lograrla hay que luchar. La paz es consecuencia de la guerra. Todos los días digo muchas veces al Señor, corro jaculatoria, que nos dé la paz: la paz del alma, la paz de las familias, la paz de la sociedad, la paz de la Iglesia, la paz del mundo. Amo la paz por encima de todo, pero sé —tengo experiencia personal y experiencia de tantas almas— que sólo alcanzaremos esa paz si hemos sabido vencer en la guerra personal que cada uno sostiene en su propio frente, en cosas generalmente pequeñas. No creo en los pacifistas que no luchan consigo mismos por dentro. Porque, queramos o no queramos, todos tenemos que afrontar esa guerra interna, personal, continua.

 Obtenido en: fluvium.org